Monday, November 16, 2009

Si Ignacio Ellacuría levantara la cabeza...

XX aniversario de la masacre


El Salvador condecora a los seis jesuitas masacrados en 1989


En la ceremonia no hubo petición de perdón del jefe de Estado

'Supongo que Ignacio estaría orgulloso', dice Juan Antonio Ellacuría



Hoy hace 20 años, Juan Antonio Ellacuría también conversó con José María Tojeira, actual rector de la Universidad Centroamérica (UCA). Fue por teléfono, para pedir una confirmación de lo que acababa de escuchar en la radio: que su hermano Ignacio Ellacuría y a otras siete personas habían sido asesinadas en El Salvador. Hoy también hablarán, pero serán otras las circunstancias.
Son las 10 de la mañana, y en unos minutos el Ejecutivo salvadoreño reconocerá por primera vez en público los aportes de los seis jesuitas masacrados aquel 16 de noviembre de 1989, y lo hará con la máxima distinción que otorga el Estado, la Orden Nacional José Matías Delgado Gran Cruz Placa de Oro.
La ceremonia es en el Salón de Honor de Casa Presidencial, que se ha quedado pequeño. Es este un local con pretensiones versallescas, de paredes pintadas de blanco y oro, con cortinas doradas, cuadros de próceres y dos grandes lámparas que cuelgan del techo. El traje formal era un requisito explícito en las tarjetas de invitación.
Vestido de impecable traje negro y con corbata, Juan Antonio –76 años, ojos pequeños, el cabello blanco como la nieve– está sentado en la tercera fila, el gesto serio. Llegó hace unos días a El Salvador, acompañado por su esposa y casi una veintena de familiares. Este es un día realmente especial.
Todavía está esperando a que los que ordenaron la masacre lo admitan –o los condene la Justicia– y pidan perdón, pero cree que la condecoración es un paso importante.
Juan Antonio está convencido de que al final se conocerá la verdad porque hay testigos y documentos, como los desclasificados por Estados Unidos, que apuntan a que la embajada de ese país supo con antelación que el Ejército salvadoreño mataría a su hermano sin dejar testigos, tal y como publicó en exclusiva EL MUNDO el pasado domingo.
“Queremos que muestren un mínimo acto de perdón o de arrepentimiento”, me dijo Juan Antonio ayer, cuando lo vi en una misa concelebrada frente a la cripta de otro mártir, el obispo Óscar Arnulfo Romero, asesinado en marzo de 1980. Pero ahora está serio. Faltan apenas segundos para que se salde al menos parcialmente una deuda de dos décadas.

Más discursos
Luego de haber recibido la condecoración vendrán los discursos. El rector Tojeira agradecerá “de todo corazón” al Gobierno, y dejará claro su deseo de que se den más pasos para reconocer a las víctimas. Su discurso comenzará así: “Tras 20 años del asesinato de nuestros hermanos jesuitas, así como de Elba y Celina, es la primera vez que un Gobierno de nuestro país…”
También hablará el presidente de la República, Mauricio Funes, quien llegó al Ejecutivo en junio bajo la bandera de la ex guerrilla del FMLN. En un sentido discurso, Funes se presentará como un discípulo de los jesuitas masacrados, y explicitará un incuestionable cambio respecto a las administraciones derechistas anteriores: “Esta condecoración significa levantar la alfombra polvorosa de la hipocresía y empezar a limpiar la casa de nuestra historia reciente.”
Pero no habrá una petición oficial de perdón como jefe de Estado, y dejará entrever que tampoco moverá un dedo por que en el país se derogue la Ley de Amnistía vigente desde 1993, como lo exigen la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la propia UCA.
Se acerca el momento de Juan Antonio. “Por el reverendo padre Ignacio Ellacuría Beascoechea –anuncia la voz de la ceremonia– recibe el señor don Juan Antonio Ellacuría, hermano.”
Se levanta, mira a su esposa, y los dos caminan –él primero, ella detrás– hacia donde los esperan sonrientes Funes, Tojeira y el canciller. El aplauso es fuerte, sentido y se prolonga por 54 segundos, como si todos los aquí presentes quisieran con las palmas saldar una deuda personal.
Juan Antonio cree que algún día la justicia llegará, más o menos tarde, pero llegará. Y esta satisfacción que está viviendo ahora es algo que se le parece bastante.
—Si no hubieran asesinado a su hermano –le preguntaré más tarde–, ¿cree que pediría la derogación de la Ley de Amnistía? —Sí, sí, sí, sí. Y que se aclarara todo. Mi hermano Ignacio habría querido que todo se aclarara porque mientras no se aclare todo, siempre habrá rincones oscuros y dudas.
Pero parece que aún falta. Hoy por hoy, a pesar del simbolismo de la condecoración, ni siquiera está en agenda del jefe de Estado.
El Mundo

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