A MANERA DE SALMO 22
EL HIJO DEL DESAPARECIDO
¿Puede un niño rugir como un león?...
¿Puede sollozar: «me han abandonado»?
¿Puede la ausencia destrozar un corazón inocente?
¿Puede un niño caminar de la mano de un ausente?
Los lazos de la vida me aferraban a ti, padre;
el fuego de mis huesos me repetía tu nombre,
se dirá la verdad; se hará justicia,
aunque no te conocía.
El aire de las alas, el golpe vacilante de una gota,
la noche, el mar, los grandes árboles,
me miraban desde ti,
aunque no te conocía.
Y yo me miraba al espejo delineando tu rostro,
imaginando tu cuerpo profundo,
tus brazos fuertes sobre mis pequeños hombros;
aunque no te conocía.
Entonces dije en mi silencio: buscaré a mi padre;
iré por caminos infinitos.
No temeré a los perros que me ladren;
no borrarán su huella en mi camino.
Soy como el agua que se escurre
después de la lluvia tumultuosa.
Me ignoraron, me barrieron al rincón de la basura.
Me dicen, burlando: «¿Tu padre, dónde está?»
Me tramitan en sus altos tribunales.
Pero yo gritaré la justicia de mi causa:
¡Llevo la sangre de un hombre, llevo su ausencia...!
¿Mi padre?... ¿dónde está?, yo les respondo
que en mi carne y en mis pasos
y en la testaruda rosa de mi alma.
Todos los ríos desde entonces me aconsejan,
todos los montes me dicen: «por aquí».
En el corazón del mar me envolveré de amor para
buscarte;
llegaré hasta las raíces de lo justo.
Pero no entraré por las puertas del malvado;
no llevaré mi mano a la venganza.
Sacudiré la tierra hasta descubrir tu huella:
se dirá la verdad; se hará justicia.
Padre Esteban Gumucio
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