Habla mons. Marcelo Colombo, el sucesor del obispo asesinado: «Finalmente se hace luz sobre una Iglesia golpeada a muerte porque aplicaba el Evangelio y el Concilio»
IACOPO SCARAMUZZI STEFANIA FALASCAROMA
Llegó a Roma la causa de beatificación del franciscano conventual Carlos Murias, del sacerdote francés “fidei donum” Gabriel Longueville (secuestrados en la base aérea del Chamical, en Argentina, el 18 de julio de 1976, torturados y asesinados) y de Wenceslao Pedernera, organizador del Movimiento Rural Católico, también asesinado en su casa ante la presencia de su esposa y sus tres hijas pocos días después (el 25 de julio).
Lo anunció el obispo de La Rioja, mons. Marcelo Colombo, el mismo religioso que se encargó de poner en marcha la causa de beatificación de su predecesor Enrique Angelelli (18 de julio de 1923 – 4 de agosto de 1976), quien, pocos días después, regresando de Chamical en donde había celebrado una misa en recuerdo de Murias y Longueville, falleció, según la policía y la magistratura de la época, en un accidente automovilístico; sin embargo, el pasado 4 de julio un tribunal reconoció que se trató de un homicidio.
En agosto de 2006, Jorge Mario Bergoglio celebró una misa el día del trigésimo aniversario de la muerte de mons. Angelelli, y recordó también a Carlos Murias, a Gabriel Longueville y a Wenceslao Pedernera. El entonces arzobispo de Buenos Aires habló sobre ese «diálogo del obispo con su Iglesia y en ese diálogo del obispo con su pueblo se vertérbra todo el crecimiento de la Iglesia, todo el caminar de la Iglesia» de La Rioja (a la que el mismo Bergoglio llegó en compañía del general de los jesuitas, Pedro Arrupe), «un diálogo que cada vez fue más perseguido, una Iglesia que fue perseguida, una Iglesia que se fue haciendo sangre, que se llamó Wenceslao, Gabriel, Carlos, testigos de la fe que predicaban y que dieron su sangre para la Iglesia, para el pueblo de Dios por la predicación del Evangelio y finalmente se hace sangre en su pastor. Fue testigo de la fe derramando su sangre». «La sangre de estos hombres que dieron su vida por la predicación del Evangelio –acotó entonces Bergoglio– es triunfo verdadero y hoy clama por vida, por vida esta Iglesia riojana que hoy es depositaria». Por ello, el recuerdo de Wenceslao, Carlos, Gabriel y del obispo Enrique no es solo una evocación, sino un desafío que nos impulsa a inspirarnos en su camino de hombres que solo consideraron el Evangelio, recibiéndolo con plena libertad. Es así como debemos ser, añadió: «Así nos quiere hoy la patria, hombres y mujeres libres de prejuicios, libres de componendas, libres de ambiciones, libres de ideologías, hombres y mujeres de Evangelio; sólo el Evangelio y, a lo más podemos añadirle un comentario, el que le añadieron Wenceslao, Carlos, Gabriel y el obispo, el comentario de la propia vida».
«Para Gabriel, Carlos y Wenceslao –indicó mons. Marcelo Colombo a mediados de junio en Roma, cuando entregó a la Congregación para las Causas de los Santos la documentación– comenzó una causa de beatificación por martirio, cuya fase diocesana ya está cerrada. Llevamos a la Congregación de las Causas de los Santos cuatro cajas con la documentación. La causa de Agnelelli comeinza ahora, tal vez en cierto momento se podrá pensar en una unificación, pero, por ahora, cada una de estas dos causas tiene su recorrido y hay que sacarlas adelante eficazmente, con respeto de las normas procesuales y canónicas y, sobre todo, con respeto del sentido que la Iglesia sa a estas causas, es decir hacer claro el testimonio cristiano de estos hombres».
La decisión sobre la causa de beatificación de Angelelli, dijo mons. Colombo, «era deseada por mucha gente, porque parecía correcto que se le reconociera ese papel de testimonio que tuvo para la sociedad de La Rioja, así como para la sociedad y la Iglesia de la Argentina. Pero, para poner en marcha el proceso de beatificación esperamos que concluyera la causa penal en curso en un tribunal estatal. Cuando llegó la sentencia, el pasado cuatro de julio, que también publicamos (con la condena a cadenua perpetua del exgeneral del ejército Luciano Benjamín Menéndez, de 86 años, y del ex vice comodoro Luis Fernando Estrella, de 82 años, reconocidos como los autores intelectuales del homicidio, ndr.), comenzó la causa de beatificación. Se esperó a que la justicia dijera claramente que aquel accidente no había sido casual, sino que había sido provocado para matar al obispo».
Era un pastor de almas y traducía en una vida social más justa lo que enseñaba el Evangelio
Mons. Agnelelli, recordó mons. Colombo, era un obispo del Concilio, pues participó en él y expresó ocho votos sobre la vida sacerdotal.; acompañaba a los pobres con la experiencia de las cooperativas, los movimientos rurales de la Acción Católica, pertenecía a un grupo de obispos, sacerdotes y laicos que se llamaba Coepal (Comisión Episcopal Pastoral), que trabajaba en la aplicación concreta del Vaticano II en Argentina, y presdía la comisión de religiosidad popular. Era, subrayó, un pastor de almas y traducía en una vida social más justa lo que enseñaba en Evangelio. Comenzó como obispo en agosto de 1968 y, si uno lee su primera homilía, se trataba de una lectura guiada por la “Gaudium et spes”; era un hombre que empujaba hacia la comunión, con el Papa, con la Iglesia en Argentina, en la misma diócesis, pero desgraciadamente sufrió mucho las incomprensiones en La Rioja. Estaban, explicó el obispo Colombo, los que se sentían desafiados por un modelo de Iglesia diferente, por ejemplo, los grupos amenazantes como los Cruzados de la Fe, que usaban ideológicamente a la religión, y llegaron a expulsarlo de una ciudad del interior de la Argentina, Anillaco, en donde nació el presidente Menem, el 13 de junio de 1973, cuando una multitud de comerciantes y terratenientes, que entraron a la fuerza a la Iglesia durante la celebración de la misa, comenzó a arrojar piedras contra Angelelli, porque apoyaba a los mineros y a los trabajadores rurales, y él no pudo celebrar la misa patronal. Además, continuó mons. Colombo, Angelelli adoptó la interdicción canónica con los Cruzados de la Fe. También denunció claramente el tráfico de personas, el juego de azar, que tenían nombre y apellido. Se pueden leer en los cuatro volúmenes de sus homilías que publicó la diócesis de La Rioja. Y había incluso un periódico, “El Sol”, que atacaba al obispo todos los días: lo llamaban Satanelli, en lugar de Angelelli. El obispo era una pesadilla para muchos de los terratenientes que tenían intereses económicos. Más tarde los militares fueron los que los hostigaban más, porque él denunciaba episodios irregulares (monjas detenidas para una revisión de sus documentos), pedía noticias sobre las personas que no salían de la cárcel. Angelelli era, pues, un obstáculo para la ideología de la seguridad nacional, como la definió el documento de Puebla de 1979, que, por ejemplo, bajo los principios de la revolución de los militares, privilegiaba cierto concepto de orden y la subordinación de todo a él, una deificación de la seguridad que absolutizaba el Estado frente a las personas. Él, por el contrario, subrayaba el valor de cada persona , tomándola de la imagen del mismo Cristo. Entre todos estos intereses hostiles contra Angelelli había muchas relaciones. Por ello, sentenció mons. Colombo, fue asesinado. Se dijo que los que lo mataron eran cristianos, pero «¿cómo se puede hacer una afirmación semejante si subordinaron a una ideología su fe?».
Es sabido llegó desde el Vaticano al tribunal argentino la documentación que permitió la conclusión del proceso. ¿Cómo sucedió? «Faltaban pocos días y creíamos que faltaba un documento, que, además sabíamos que lo tenía Angelelli. Cuando murió, estaba regresando de hacer algunas investigaciones sobre la muerte de los otros tres. En el coche había una carpeta, que desapereció en ese momento, y después volvió a aparecer en la mesa de uno de los militares. Per faltaba algo: una de las cartas que él había enviado por otro medio, mediante el general de los franciscanos, a la Secretaría de Estado. Yo pedí esa documentación y, gracias a la intervención del Papa, la carta fue enviada. Fue muy importante, el final de un trabajo muy artesanal que hicieron la diócesis y la justicia argentina, que en estos años ha hecho mucho para escuchar a las víctimas. Se hablaba también de otra carta, pero estaba disponible en nuestra diócesis. La justicia ahora dijo claramente que mons. Angelelli fue asesinado. Una cosa que el pueblo ya sabía, así como muchos sacerdotes y obispos. Y si hay todavía hay quienes aludan a la primera versión del accidente, la naturaleza de la muerte es, por el contrario, muy calara. Por lo demás, cuando uno tiene un accidente, la policía no va a su casa a abrir la puerta y a registrar las habitaciones, cosa que sucedió después de la muerte del obispo: fueron a casa de Angelelli, pero por fortuna no les abrieron. El cadáver, además, tenía un claro golpe en la cabeza. Hay, pues, muchos signos que hablan».
Mons. Angelelli, subrayó su sucesor en La Rioja, «era hijo de italianos, muy afectuoso, cercano a la gente. Hay obispos en Argentina que recuerdan que cuando estudiaba en Roma había sido elegido por sus compañeros como representante de los estudiantes. Era comunicativo, solidario, era un líder». Un pastor a quien Papa Francisco dedicó un homenaje en la “Evangelii gaudium”, en la que escribe que hay que tener «una oreja al Evangelio y una oreja al pueblo: es una expresión de Angelelli y una clave de discernimiento pastoral».
En general, concluyó mons. Colombo, la causa de beatificación que acaba de comenzar de Angelelli, la beatificación de Óscar Arnulfo Romero, la causa de los tres mártires que acaba de llegar a Roma, además de la de otro obispo que falleció en otro extraño accidente, Carlos Ponde de León, obispo de San Nicolás de los Arrojos (17 de marzo de 1914 – 11 de julio de 1977), demuestran que «estamos en un momento de plena luz en la Iglesia: una nueva luz que nos permite comprender cuál fue la vida religiosa de América Latina y cómo sudecieron estas cosas contra una Iglesia que ería ser verdadera Iglesia, Iglesia en salida, Iglesia samaritana, Iglesia que vive la fraternidad, golpeada a muerte para arrancar una verdadera apalicación no solo del Concilio, o de las denuncias que hacían padres de la Iglesia como Crisóstomo, sino del Evangelio de Jesús».
Vatican Insider
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