Monday, July 01, 2019

Aprendizajes de un diácono recién ordenado por Santi María Obigio



Fui ordenado diácono hace alrededor de tres meses. Sentándome a hacer memoria, lo primero que recuerdo no es la fecha de mi ordenación –de hecho tuve que mirar la agenda–; lo primero que recuerdo de aquel día es el dolor de cara que tenía de tanto sonreír. Sonrisa que verdaderamente no me entraba en el rostro, sonrisa desbordante, y tal vez por eso los calambres de cara... Sonrisa que descubría la experiencia interior de verdadera fiesta, la gratitud a Dios por sorprender mi vida con una misión inimaginable, la gratitud a tantos y tantas que acompañaron el camino y aquel día celebraban conmigo.
Hoy no es que se haya borrado aquella sonrisa, aunque sí, por suerte, aflojó el rostro acalambrado. Sí, la sonrisa no se borró, pero también, honestamente, se encontró junto a otras formas. Algunos habrán podido ver en este tiempo ojos cansados, ceños fruncidos, algunas lágrimas tal vez. Creo que son colores de la sonrisa brindándose.
A ser diácono se aprende, y siento que ese es mi primer aprendizaje. Aceptar con humildad, que por más preparado que pueda estar, entrar en el diaconado supone su tiempo y su proceso. Estos fueron meses de desgaste, de agenda explotada: encuentros y reuniones para ir conociendo la nueva comunidad, sus miembros y equipos. Itinerarios pastorales a continuar, otros a emprender, también algunas decisiones a tomar; signos todos de una responsabilidad nueva que, junto con el don del ministerio, hay que recibir y asumir. Admito que todo lo que hago me gusta: acompañar jóvenes, organizar retiros, convivencias y campamentos, predicar el Evangelio, presidir los bautismos, rezar los responsos, dar clases de catequesis... En todo encuentro la oportunidad y la bendición de poder acercar a Jesús, con palabras o con gestos, y así acercar a una mejor vida a cada uno, a una vida con más paz, con más ternura, con más fraternidad, con más justicia, con más sentido, que todo eso es el Evangelio para mí. Pero a ser diácono se aprende, y en eso estoy. Aprendiendo que agenda explotada no significa pastoral encendida, y que por más entusiasmo que yo tenga y necesidad que haya, «si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles». Aprendiendo que el cuerpo tiene también su palabra, y que cuando los proyectos perturban el sueño es síntoma de que se esta trabajando más para el dios del agotamiento que para el Dios de la vida. Aprendiendo que la ordenación da una gracia especial pero que el barro permanece, y con él mis heridas, vicios y límites, y que aquella debilidad tiene que seguir aprendiendo a ser fortaleza –humildad, compasión– bajo la misericordiosa ternura de nuestro Dios. Aprendiendo que también la fama y el éxito pueden disfrazarse de ángel de luz, y que el Espíritu sigue encarnándose en el pesebre de los aparentes fracasos. Aprendiendo que la santidad de la puerta de al lado está a la orden del día y que también en un taller de autos puedo encontrarme con las bienaventuranzas cumplidas.
Con todo, en estos primeros pasos, voy aprendiendo quesonreír en el servicio es también llorar en la fragilidad, fruncir ceño en la justicia cotidiana, admirarse en la novedad y cerrar párpados con humildad. Ando aprendiendo cada día a ser más testigo del Dios crucificado-viviente y menos héroe o funcionario pastoral. Ahí mi compromiso.
Santi María Biglio
pastoralsj

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