Grabado anónimo que representa al predicador y escritor jesuita Pedro Calatayud.
Las agresivas prácticas de los comerciantes bilbaínos fueron objeto de duras censuras del sacerdote navarro, que no dudó en condenarlas como pecado mortal. Desde la villa se respondió exigiendo que se retirara su libro
A mediados del XVIII Bilbao vivía una época de bonanza comercial. Desde comienzos de siglo la villa se había hecho con el monopolio de la exportación de lana de Castilla que salía por el norte de España. La actividad de los comerciantes bilbaínos era particularmente intensa. En sus negocios en las ferias castellanas o en la venta del hierro mostraban una gran agresividad. Este periodo se recordaría como el de la consolidación del poder político y económico de Bilbao. A mediados del XIX alguno lamentaba que ya no hubiera tanta riqueza en la villa como entonces, aunque quizás la percepción no era del todo exacta.
Sin embargo, la acometividad comercial de los bilbaínos fue objeto de alguna crítica feroz, que la condenó por inmoral: lo que hoy llamaríamos capitalismo salvaje. No fue una valoración anecdótica, pues la diatriba, pormenorizada y extensa, la realizó el padre Calatayud, un jesuita célebre, muy leído: descalificó rotundamente a los negociantes de Bilbao, ante la indignación de estos, que se metieron en pleitos.
Pedro Calatayud, natural de Tafalla, recorría desde 1718 España y Portugal como misionero. En 1732 estuvo en Bilbao, donde participó en un incidente que quizás fue el origen de sus posiciones condenatorias sobre los bilbaínos. Ese año quiso construirse una casa de beneficencia para acoger a los niños huérfanos, que estaban en la calle, lo que alarmaba porque abundaban en Bilbao los «vagabundos y truhanes», atraídos por la prosperidad de la villa, y podían pervertirlos. No llegaron a desembolsarse los fondos necesarios. El Padre Calatayud recaudó limosnas con vistas a construir este establecimiento de caridad y, aunque fueron cuantiosas, no bastaron para acometer la empresa. El asunto preocupaba al predicador.
Dos años después escribía desde Orihuela al Ayuntamiento bilbaíno alentándole a «erigir casa de Misericordia». No fue eficaz su ruego y es posible que esto influyera en su opinión negativa sobre Bilbao, «pueblo en que trabajé y derramé mis sudores por su bien» y que sabía rico, pero incapaz de levantar casa de misericordia. No tenía buen concepto de los bilbaínos.
Calatayud entraba en calificar los negocios desde el punto de vista moral. Sus Doctrinas prácticas mencionaban varias veces las prácticas mercantiles de Bilbao, recriminándolas sin tapujos: «pecan gravemente los Comerciantes de Bilbao y otras partes en lo que llaman socorrer Ferrones», «pecan mortalmente los que usan de un peso para recibir, y comprar, y de otro menor e infiel para dar, v. g. en Bilbao». En otras palabras: los comerciantes bilbaínos prestaban de forma usuraria a los ferrones y utilizaban pesos distintos para comprar y para vender. No era sólo una crítica moral, lo que ya era importante tratándose de una autoridad tan reconocida como el jesuita. Es que hablaba de pecado mortal y esto preocupaba seriamente en la época.
Estas eran las acusaciones más importantes, pero hubo otras. Según Calatayud, pecaban también quienes prestaban a los pescadores con ganancias del 10, 15 y 20%, porque no corrían grandes riesgos, pues la navegación a Bilbao era segura. Y los que organizaban «gavillas de mercaderes», como decía sucedía en Bilbao sobre todo para la compra de grasa de ballena: es decir, los comerciantes se ponían de acuerdo para no comprar por encima de determinado precio, de forma que pagaban 20 por lo que valía 25.
Estas prácticas mercantiles del Bilbao las conocemos por otras fuentes, con casos más extremos que los que citaba el Padre Calatayud, por lo que no hay duda de que arraigaron en Bilbao en el siglo del capitalismo comercial, del que la villa participaba con intensidad. Calatayud entendía que caían en la usura y que los comerciantes tenían la «obligación de restituir lo mal llevado»: el préstamo quedaba globalmente condenado.
Efectivamente, sabemos que los préstamos a ferrones se hacían en condiciones leoninas. El préstamo devengaba cuando menos un interés del 10% anual, altísimo en la época, con el compromiso de que les entregasen la producción, con lo que los comerciantes se aseguraban el negocio. A veces, los intereses equivalían al 20 o del 30%, si tenía que ser al corto plazo de semanas o unos meses, lo que no era infrecuente, por la precariedad del sector ferrón. Además, cuando compraban el quintal que se usaba en Bilbao tenía un peso mayor que el quintal para la venta. La condena moral tenía una doble razón, en la argumentación de Calatayud: el prestamista no corría gran riesgo, porque el ferrón tenía propiedades para resarcirle, si no iba bien la producción; y el daño repercutía siempre sobre los ferrones, que sobrellevaban unos negocios muy ajustados.
«Ricos, sobrados y regalados»
El estilo del Padre Calatayud era muy gráfico. Tras explicar las que considera prácticas usurarios incluía una especie de diálogo.
- «Padre, que yo me expongo al peligro –eran las palabras que atribuía a los comerciantes bilbaínos, para justificarse.
- Respondo, que el peligro es de poca consideración, porque los Ferrones tienen otras fincas de que asirse el acreedor, y sino las tiene lo regular es corresponder el Ferron, y no dexar de pagar […]
- Padre, ¿pues no he de ganar algo?- pone en boca de los comerciantes de Bilbao.
- Sí, pero no tanto –aquí les acusaba de ganar entre el 16 y el 20%, sin correr riesgos- y los Ferrones siempre agobiados, y vosotros siempre ricos, sobrados y regalados».
A lo mejor a los bilbaínos no les desagradaba que los viesen «ricos, sobrados y regalados», pero les incomodó la descalificación moral. El otro «pecado mortal» guardaba relación con los pesos: al comprar, la libra bilbaína pesaba 17 onzas y al vender 16; el quintal 104 o 110 onzas en la compra, y 100 onzas en las ventas, de lo que se derivaba una diferencia entre el 10% y el 16%, ganancia derivada sólo del trampeo con el peso. También pecaban mortalmente los mercaderes y empleados de escritorio que sisaban un tanto en la carga y lo vendían por su cuenta, pérdida que la pagaba luego «el arriero inocente».
Al parecer, eran prácticas habituales en Bilbao. Calatayud entendían que eran legítimas las ganancias hasta el 6%, pero que a partir de ahí se derivaban precios desmesurados y podían considerarse trampas en los negocios y prácticas usurarias: los comerciantes bilbaínos quedaban condenados de forma categórica y sin paliativos.
En Bilbao sentó fatal el libro de Calatayud, que encima tuvo una gran difusión. En realidad, los bilbaínos no negaron las acusaciones, sino que les molestó la calificación moral de pecado mortal, en expresiones que, entendían, dañaba «el buen crédito y esplendor». Además, Calatayud hablaba de una ciudad –cuyo nombre no consignaba- en la que los contratos con lana devengaban beneficios entre el 20 y 25%, una desmesura. Los bilbaínos sospecharon que les estaba señalando, pues Bilbao era el lugar donde se hacían por entonces las principales contrataciones de lana.
Los bilbaínos reclamaron contra el libro. Pidieron que se rectificase, que se les desagraviase… En realidad, se había publicado en 1737, con varias ediciones posteriores, pero fue en 1752 –antes no se habrían enterado- cuando el Consulado y Casa de Contratación de Bilbao se dirigió directamente al padre Calatayud pidiéndole cuentas por algún ejemplo del libro.
El autor no estaba por la labor de cambiar el texto, por lo que desde Bilbao pidieron que se recogiese el libro –es decir, que se requisasen todos los ejemplares- y que se borrase todo lo que atañía a la villa… Algún efecto tuvieron las protestas, pues el año siguiente se desterró a Calatayud «del País Vascuence» y se ordenó que se recogiesen ejemplares del libro.
Hubo pleitos hasta 1766, cuando fueron expulsados los jesuitas y el propio padre Calatayud tuvo que marchar al exilio. Los bilbaínos aceptaron rápidamente el decreto de expulsión, lo que seguramente se explica por el enfado que provocaron las opiniones del sacerdote.
Al margen de la calificación moral que se le diese, el incidente muestra la agresividad comercial de los bilbaínos, que se convirtieron en prestamistas y que no dudaban en recurrir a cualquier recurso para el desarrollo de sus negocios.
Manuel Montero
Tiempo de Historias
El Correo
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