El Espíritu Santo nos entrega la confianza para mantenernos como estamos, posiblemente deprimidos, ancianos o enfermos. Los árboles viejos pueden tener ramas quebradas; pero no pierden la belleza que han formado a lo largo de los años. Si vivimos en el Espíritu Santo, nada se pierde para nosotros, ni siquiera nuestras fallas, inmadureces y pecados. Cuando tuvimos quince años, no queríamos hablar de cuando teníamos diez, pues mirábamos hacia delante, esperando ser alguien diferente. Pero el verdadero crecimiento llega al comprender que "tengo quince años, lo que significa que cada uno de esos quince años ha agregado algo a mi persona. Mis éxitos resultaron de lo que hice con mis fracasos. He sobrevivido algunos dolores, y he aprendido de ellos.
"El Espíritu Santo habría ayudado a San Pedro a pensar sobre la negación de Cristo y de los cantos del gallo. San Pedro podría haberlos olvidado. En cambio, aprendió a asumirlo y hacerlo parte de su relación con el Señor, igual que con las tiernas palabras de Jesús luego de su Resurrección: "Apacienta mis ovejas"
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