Cuenta Iñigo Domínguez en El Correo que la Iglesia italiana, que es casi como decir el Vaticano porque es su prolongación más inmediata, se ha sumido en un debate, distante en las formas pero de abierto enfrentamiento, en torno a los nebulosos límites de la eutanasia. Sus protagonistas son los que tradicionalmente, y simplificando con etiquetas, se identifican como referencias y eternos 'papables' del sector progresista y conservador de la Iglesia, los cardenales Carlo María Martini y Camillo Ruini.
Martini, ex-arzobispo de Milán, jesuita, acostumbrado a ir por libre en sus opiniones y él mismo enfermo de Parkinson, se mostró el domingo a favor de una ley que, siguiendo el modelo francés, dé la posibilidad al enfermo terminal de rechazar el llamado 'ensañamiento terapéutico'. No obstante, la réplica oficial llegó ayer, 24 horas después, en un discurso de Ruini, presidente de los obispos italianos, que aun rechazando el 'ensañamiento', tal como marca desde hace años la doctrina de la Iglesia, condenó lo que llamó «abandono terapéutico» como una forma de eutanasia «enmascarada».
El trasfondo de este debate, presente desde hace meses, es el conocido caso de Pier Giorgio Welby, un italiano inmóvil y consciente que sólo seguía vivo por estar conectado a un respirador artificial y que pidió al presidente de la República que le dejaran morir. Con la negativa pública de la Iglesia, tras rechazar su petición un tribunal y en medio de un encendido debate político, un médico asumió finalmente la responsabilidad de apagar la máquina. La reacción de la Iglesia italiana causó una gran polémica, pues se negó a permitir que el funeral se oficiara en un templo católico.
La ley francesa
En toda esta refriega verbal faltaba la voz del cardenal Martini, que suele marcar el punto de máxima disidencia y el límite de flexibilidad de doctrina que se puede esperar dentro de la jerarquía católica. Pasados el ruido y la polémica, el cardenal, de casi 80 años, se descolgó el domingo con un artículo en el diario 'Il Sole 24 ore'. Llevaba por título 'Yo, Welby y la muerte'. Una frase resume su pensamiento: «Evitando el ensañamiento terapéutico no se quiere procurar la muerte: se acepta que no se puede impedir».
Con esta idea, Martini plantea que no se puede regular la cuestión «con una regla general, casi matemática» y por tanto «no puede dejarse de lado la voluntad del enfermo». Por eso opina que se hacen necesarias normas que permitan «reconocer la posibilidad del rechazo informado de la terapia y consientan que el médico se proteja de posibles acusaciones».
Martini, que vive retirado en Jerusalén, cita como referencia el modelo francés, pero aclara que una ley de este tipo «no implica en ningún modo la legalización de la eutanasia». La ley francesa de abril de 2005 establece que la cura médica no se debe alargar «con obstinación no razonable» y un enfermo terminal puede «limitar o interrumpir» una terapia. Martini advierte que cada vez serán más frecuentes casos como el de Welby que, con «lucidez», pidió suspender su terapia, y llama la atención a la Iglesia para que tenga «más atenta consideración pastoral».
La crítica a la decisión sobre el funeral de Welby era muy directa, pues fue del cardenal Ruini. Ayer era el día del discurso de apertura del consejo permanente de la Conferencia Episcopal Italiana, un balance general de la situación del país -para hacerse una idea, opina hasta de la ley de presupuestos- y Ruini encajó el golpe para replicar con firmeza. «Fue una decisión dolorosa -explicó-, pero el difunto ha perseverado lúcidamente hasta el final en la voluntad de poner fin a su vida y una decisión distinta habría sido imposible y contradictoria para la Iglesia, porque habría legitimado una actitud contraria a la ley de Dios».
En respuesta a Martini, el cardenal dijo que la voluntad del enfermo «no puede tener por objeto la decisión de quitarle la vida» y dio su definición de «ensañamiento terapéutico»: recurrir a curas «demasiado peligrosas y desproporcionadas respecto a los resultados esperados». Sin embargo, opina que se llega al «abandono» si se priva al paciente del «apoyo vital», como la alimentación. Además, cree que es más sabio «no pretender que todo esté regulado por ley».
Fuente: El periodista Digital
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