Friday, April 06, 2012

A Jesús no le matan los malos sino los (oficialmente) buenos

"No le matan los ateos ni los comunistas"


“No hay resurrección si (antes) no hay in-surrección”


Viernes Santo.

Lo primero que conviene destacar es que a Jesús no le matan los malos sino los (oficialmente) buenos. No le condenaron los publicanos, ni las prostitutas, ni los samaritanos, ni los leprosos impuros… sino los sumos sacerdotes y el sanedrín, con ayuda del gobernador civil.

Traducido a hoy: no le matan los ateos, ni los comunistas ni los islamistas, sino la misma institución eclesiástica con la complicidad del imperio. Urs von Balthasar hace la siguiente descripción del Calvario: el papa (Pedro) ha negado; los obispos (los Apóstoles) han huido; el pueblo que cuatro días antes gritaba “hosanna al hijo de David”, ahora grita “crucifícale”. ¿Quién está en el Calvario? Un discípulo excepción, y unas pocas mujeres. ¿Quién le ha ayudado a cargar con la cruz? Uno de fuera (Simón de Cirene). Ahora bien: la pasión de Cristo es la pasión del mundo porque recapitula todas las cruces de la historia. Y debemos preguntarnos si, en el Calvario de hoy, no sucede exactamente lo mismo.

Después de esto conviene quedarse un buen rato mirando a la cruz. Para muchos ojos es sólo la imagen de uno de tantos “terroristas” que cruzaban las calles de Jerusalén camino del Gólgota. Nosotros podemos preguntarnos cómo es que, de todos aquellos, sólo la imagen y el nombre de éste han atravesado el espesor de los tiempos, han llegado hasta nosotros y hoy nos congregan en su entorno. Y, dando un paso más, preguntarnos: ¿me creo de verdad que aquel crucificado que gritaba: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?” era el mismo Dios?.

Darnos cuenta de lo difícil que es creer eso y enraizarnos hondamente en esa fe. La frase de Tertuliano: “creo quia absurdum” (lo creo porque es absurdo) no es una frase general sobre las relaciones entre fe y razón como a veces nos quieren colar. Esta dicha precisamente ante el Jesús anonadado. ¿Creo que aquel crucificado era Dios? Lo creo porque es absurdo. Lo cual significa: lo creo porque esa cruz revela la increíble, la “absurda” dimensión del amor de Dios a los seres humanos que, cuando torcemos y destrozamos su creación, no nos destroza a nosotros sino que viene a nosotros para compartir con nosotros las consecuencias de nuestro pecado.

Y podemos terminar con este texto de un célebre teólogo japonés (K.Kitamori): “el mensaje de que el Hijo de Dios ha muerto es de los más inaudito. Si no nos sobrecoge el hecho de que Dios ha muerto ¿qué podrá hacerlo? La Iglesia debe guardar vivo este asombro. Sin embargo, la iglesia y la teología han cesado de admirarse ante este mensaje”. Y en este mensaje no es admirable sólo el hecho sino el modo como Dios ha muerto. Jesús grita: Dios mío ¿por qué me has abandonado?, para luego. Desde esa profunda experiencia del abandono de Dios, volver a gritar: “Padre, en tus manos pongo mi vida”.

Un cristiano puede (debe) pensar sencillamente que ese salto del abandono de Dios a las manos del Padre ha sido el momento más decisivo de toda la historia humana, y lamentar la banalización que hemos hecho hoy los cristianos de la cruz, convirtiéndola en una alhaja (¡o en un arma!), con sólo sacar de ella al Crucificado.

Sábado Santo

Podemos comenzar también este día recordando otra experiencia muy humana: imaginemos el regreso del entierro de una persona querida, tras una temporada larga de luchas y temores, con un tratamiento pesado, con momentos de optimismo, momentos de temor etc. hasta ese instante último en que decimos en nuestro interior: “ya está”. Todo ha terminado y, tras tanta lucha, ha terminado mal. ¿Quién no ha regresado alguna vez del cementerio con un estado de ánimo como el descrito?

Desde aquí miremos un momento cómo bajan del Gólgota María, el discípulo amado y las pocas mujeres que estaban en torno a la cruz: ya está, todo ha concluido. Y no ha concluido como hubiésemos querido.

Nosotros nos parecemos a aquel pequeño grupo de fieles, pero con una diferencia: nosotros sabemos que la vida de Jesús sólo aparentemente terminó mal. No vamos a hablar aquí de la resurrección pero sí que es preciso evocarla porque nuestra vida creyente se sitúa en este interregno que media entre la muerte de Jesús y su posterior resurrección. Por eso dice Urs von Balthasar que la vida cristiana necesita una buena teología de sábado santo: una reflexión profunda sobre esa situación que nos constituye: se nos ha ido el Señor y aún no tenemos al Resucitado…

Hay que aceptar esa ausencia, tras examinarla en muchos rasgos de nuestra vida. Pero a la vez hay que reconstruir la esperanza porque sabemos que la pascua de mañana ilumina la cruz aunque no la elimina. Y esa esperanza es doble: es la esperanza de una victoria sobre el mal y la injusticia; es también una victoria sobre la muerte

La resurrección de Jesús, según repite el Nuevo Testamento, incluye, precede y anticipa nuestra propia resurrección: en primer lugar implica la resurrección y la reivindicación de todas las víctimas de esta historia cruel, “recapituladas” en la muerte injusta de Cristo (como decía san Ireneo en el s. II). Pero implica también el perdón y la transformación de los verdugos: de aquellos más directos, responsables últimos de su muerte, y de esos cómplices indirectos que somos todos nosotros y que con frecuencia huimos de los crucificados de la tierra o negamos conocerlos.

Pero además de una victoria sobre la injusticia esperamos una victoria sobre la muerte. La muerte cambia su sentido para nosotros y se convierte en un nuevo nacimiento. El nacer es un trauma: en el vientre materno estábamos cómodos y alimentados aunque fuéramos ciegos y desconocedores de la luz, de los demás y de todo nuestro entorno. Cuando nos toca salir de allí lloramos porque tememos que vamos a perderlo todo.

Pero ese llanto se convierte luego en alegría o en promesa de ella. Nuestra vida se convierte así en un embarazo consciente y libre. Está en nuestras manos el hacernos a nosotros ciudadanos de la vida futura: por eso se canta con razón que “no hay resurrección si (antes) no hay in-surrección”. Pero en ese embarazo contamos con el ejemplo del Hermano mayor que nos ha precedido y creado ese camino. Por eso podemos cantar también en este sábado mientras esperamos la luz del domingo: “Bendita la mañana que trae la gran noticia – de tu presencia joven en gloria y poderío – la serena certeza con que el día proclama – que el sepulcro de Cristo está vacío”.

José Ignacio González Faus
Miradas Cristianas
RD

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