OVEJA PERDIDA, DRACMA, HIJO PRÓDIGO
Por José María Maruri, SJ
1.- Brevemente. Creo que la conmovedora enseñanza de estas tres parábolas es que a nuestro Padre Dios su casa le parece vacía si faltamos uno sólo de nosotros. Como el pastor al que le quedan 99 ovejas pero le falta una muy querida. Como a la pobre mujer a la que le quedan la gran mayoría de sus monedas pero necesita esa una. Como al Padre que tiene un hijo fiel en casa, pero no puede dormir pensando en que anda lejos.
Es como si para nuestro Padre Dios cada uno fuésemos sus hijos únicos. Cada uno tenemos un hueco en el corazón de Dios… y ningún otro hijo por bueno y cariñoso que sea puede ocupar ese sitio que quedará siempre vacío mientras yo no vuelva.
Quizá el hombre pueda huir, pueda prescindir de Dios, pueda ocupar su mente sin pensar en el buen Padre que le espera, pero Dios no puede pasarse sin hijo que le falta. La casa podrá estar llena de otros hijos alegres y alborotadores que la llenan con su alegría, a pesar de su cariño a ellos, Dios siente su casa triste y vacía.
2.- No conocemos el corazón de Dios cuando al ver gente deja la Iglesia, o sacerdotes o religiosos abandonan escandalosamente su fe o su vocación, pensamos que son ramas podridas que es mejor que sean arrancadas, cada arranque le cuesta una herida al corazón del Padre Dios, que ya no podrá nunca dejar de pensar en el hijo perdido.
Cuando regresamos a la Casa del Padre la mayor alegría no es la nuestra, la mayor alegría es la del Padre que nos recibe y abraza, y dice a todos “felicitadme”, no dice: “felicitad a mi hijo”, NO, felicitadme a mí porque la alegría es la mía.
No conocemos a Dios lo que creemos estar en la casa del Padre y negamos nuestra misericordia y la de Dios a los que llamamos pecadores, si ellos se alejaron de la Casa paterna, nosotros quedándonos en Casa estamos “distantes” de Dios.
3.- El más perdido, el más alejado del Padre, podría decir esta oración al encontrarse definitivamente con Él:
“Señor,
Soy uno de esos trastos que andan con un pie en tu Iglesia y otro fuera. Los que tu Iglesia margina, porque nos hemos marginado nosotros. Ahora me doy cuenta de que mi alforja está vacía y mis flores mustias y marchitas. Me espanta mi pobreza y sólo me anima tu bondad de la que siempre he oído hablar bien. Me siento ante ti como un cantarillo roto, pero con mi mismo barro puedes hacer otro a tu gusto.
Señor
Si me pides cuentas te diré que mi vida fue un fracaso. Que he volado muy bajo. Mi vida, como una flauta, está llena de agujeros. Tómala en tus manos y que la música de tu amor al pasar por ella lleve a esos hombres, que Tú llamas mis hermanos, la melodía festiva de que aún hombres como yo no somos anónimos para Ti y tenemos en tu corazón un hueco que llenar y que de otra manera quedará siempre vacío.”
Betania
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