Wednesday, September 04, 2013

Un poema de Esteban Gumucio ss.cc. INDEFENSO


Indefenso 

Era tan terrorista como una paloma. 
Lo aprehendieron en la intersección de la flor y del aire, una mañana. 
No recuerdo por qué. 
Tal vez por delitos inimaginables que se encuentran en cada página 
del diccionario o del libro guía de teléfonos. 
Lo torturaron por la palabra "poesía" 
y por contemplar comandos de abejas que merodeaban flores rojas 
(presuntamente marxistas). 
La verdad es que solía decir sermones 
de esos que escuchaba la gente de Jesús en la ladera del monte, 
según alguno de los cuatro evangelistas, 
o tal vez, por consolar a los niños que lloraban pan, 
tocando su guitarra y cantando versos de Violeta Parra 
y esa canción "guantanamera"... 
o por llevar leños a la olla común. 
Me imagino que también se le imputó a delito 
el usar camisas celestes y amarillas, sin corbata, 
o poleras, con nombres de bebidas en el pecho: "Coca-cola", "Love you", 
"University of Cambridge"... 
Pecó, ciertamente, de juventud, de canto, de risa, 
de largas discusiones en la esquina, las noches de verano, 
en vez de instalarse sosegadamente a escuchar las noticias oficiales 
en la Televisión a color, como persona insospechable. 
Pecó, ciertamente, por hacer operativos de amor, soñar 
y no saber qué hacer con las manos y los pies a los 17 años. 
Pecó por ser chileno a su manera, sin banderas sofocantes 
ni terceras estrofas de himnos nacionales. 
Tenía ya malos informes del C.N.I. por haber orinado 
al pie de una estatua de algún héroe militar. 
Pecó por llevar zapatillas blancas, verano e invierno; 
las mismas zapatillas blancas sospechosamente usadas para todo servicio 
por no tener dinero para comprar zapatos; 
y por tener cara de pueblo 
y haber nacido cesante, 
y por llamar jardín a unos geranios rojos delante de su mejora 
"Hogar de Cristo" (conexiones peligrosas con la Iglesia), 
y por huir de los guanacos como todo cristiano 
y por leer las consignas del pueblo en los logotipos de los muros 
de la ciudad, desde una micro Recoleta-Lira o 
Matadero-Palma-Cementerio General. 
Conoció la cárcel a los 17 años, por sospechoso; 
sospechoso de vivir, 
y por una sonrisa que alguna autoridad podría tal vez encontrar 
irreverente o subversiva. 
Pecó por llamarse Juan Averio y tener rostro de maleante consagrado 
según la fotografía del Registro Civil. 
Pecó por cantar en los buses, raspando tarros al compás de unas 
cumbias de ritmo leninista, cubano o nicaragüense... 
"señores pasajeros yo no vengo a molestar... 
vengo a pedir lo que sea de su generosidad..." 
Y se lo llevaron con las manos esposadas, como los cazadores arrastran 
al puma cebado o al leopardo sanguinario. 
Lo cargaron en el furgón. Le dieron coces y golpes de puño. 
Le desnudaron su limpia carne de niño. 
Y Juan Averío lloró su primer llanto de adulto 
que le brotaba indefenso de la sangre honesta de su pueblo 
y de una sal de toda América morena que le subía ardiente 
por su impotente ira.

Esteban Gumucio ss.cc.

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