Tras el reciente fallecimiento del teólogo Hans Küng a los 93 años en Tubinga (Alemania), he vuelto a leer su libro ¿Tiene salvación la Iglesia?, publicado en castellano en 2013 por la editorial Trotta. Me ha resultado enormemente clarificador tanto en sus análisis críticos como en la propuesta de alternativas. Creo que tiene plena actualidad hoy. En él el teólogo suizo ejerce dos funciones. Una es la de crítico del rumbo restauracionista de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que duraron más de un tercio de siglo (1979-2013) ¡una eternidad para quienes hemos tenido que sufrirlos en nuestra propia carne! Función esta poco agradable, confiesa, pero “en la actual situación –anterior a la elección de Francisco- no puedo permanecer callado”.
Otra es la de reformador eclesial teniendo como referencia el Concilio Vaticano II y como horizonte los procesos de transformación que desemboquen en un cambio de paradigma eclesial. Ambas funciones viene ejerciéndolas desde hace más de sesenta años con la publicación del libro El concilio y la unión de los cristianos (1960) y su participación en el Concilio Vaticano II como perito teológico designado por Juan XXIII junto con Rahner, Schillebeeckx, Ratzinger, Congar…
Libro de Küng
El libro está escrito a modo de un riguroso y detallado informe sobre la situación clínica de la Iglesia católica con sus síntomas, patogénesis y etiología (causas de la enfermedad), diagnóstico, operaciones, terapia, medicamentos, plan de salvamiento y periodo de convalecencia. Ejerce la labor de “terapeuta” con toda crudeza y de forma tajante pero no con intención iconoclasta, sino guiado por “el amor a la Iglesia”.
El diagnóstico era entonces que se encontraba “gravemente enferma” por mor del sistema de dominación católico-romano consolidado durante el siglo XX, que entre otras características presentaba las siguientes: monopolio del poder y de la verdad, recursos espiritual-antiespiritual a la violencia, papado monárquico-absolutista y aversión a la sexualidad.
“Difícilmente –aseveraba- habrá entre las grandes instituciones de nuestros países democráticos ninguna otra que proceda de forma tan inhumana con quienes piensan distinto y con los críticos entre sus propias filas, ninguna que discrimine tanto a las mujeres” (subrayado mío). Juicio ciertamente severo, pero que describe de manera certera la situación de la Iglesia católica durante los últimos treinta y cinco años.
La enfermedad no es de hoy; tiene una larga historia, y Küng hace un ejercicio de memoria del sistema romano, desde Pedro, “¿el primer papa?”, hasta nuestros días como condición necesaria para su curación. Lo que descubre es la existencia de dos modelos de Iglesia: el centralista, monárquico y autoritario, cuya romanización alcanza su cima con Inocencio III (1198-1216) y el comunitario de las iglesias locales, federadas fuera del ámbito de Roma.
Presta especial atención a la actitud defensiva del catolicismo oficial ante la modernidad y a las infecciones víricas que transmitió a la población: aversión a la ciencia, al progreso, a los derechos humanos, a la democracia, y consideración de la tradición como único criterio de verdad conforme a la ecuación verdad=tradición=papa, que llevó a Pío IX a afirmar “la traditione sono io”. Solo muy tardíamente, y a medias, la Iglesia asumió la reforma y la modernidad. Destaca aquí el importante papel reanimador de Juan XXIII.
¿Es terminal la enfermedad de la Iglesia?
¿Es terminal la enfermedad que padece la Iglesia católica o tiene todavía salvación? Küng no pierde la esperanza de que sobrevivirá, pero no a cualquier precio, sino a condición de que se someta a una terapia ecuménica profunda, cuyo criterio no puede ser el derecho canónico, sino el Jesús histórico tal como es testimoniado en los evangelios. Debe asumir una responsabilidad social. No puede encerrarse en el exclusivismo confesional, sino que ha de estar ecuménicamente abierta y revocar las excomuniones.
No puede seguir configurándose patriarcalmente, sino que las mujeres deben tener acceso a todos los ministerios eclesiales. Es fundamental la reforma de la Curia con criterios evangélicos y resulta urgente la transparencia en las finanzas. El clero y el pueblo deben participar en la elección de los obispos, como se hizo en los primeros siglos del cristianismo. Es necesario abolir la Inquisición, todavía vigente de facto, y toda forma de represión. No se puede seguir imponiendo el celibato a los obispos y los sacerdotes, sino dejarlo opcional. Debe facilitarse, en fin, la comunión eucarística interconfesional. ¡Excelente programa de reforma a realizar bajo el liderazgo del papa Francisco! Creo, sin embargo, que los pasos del papa actual, hasta ahora, no han ido en esa dirección, salvo algunas muestras tímidas de reforma.
Hans Küng. ¿Optimista o pesimista ante la Iglesia católica del futuro?
Tras haber experimentado el cambio de paradigma de la iglesia de Pío XII a Juan XXIII y la caída del Imperio soviético, Küng tiene la confianza de que “debe producirse un cambio, incluso una revolución radical… De hecho es cuestión de tiempo” (La Iglesia católica, Mondadori, o. c., 258).
Küng se plantea todavía otra pregunta: ¿Es la catolicidad de la Iglesia católica solo un principio de fe o también una realidad vivida en la práctica? Hay fenómenos que le llevan a afirmar que se trata de una realidad: la teología de la liberación, los movimientos pacifistas cristianos, los movimientos ashram en la India, los grupos de base en el Sur global, la presencia y la participación de los movimientos cristianos en los Foros Sociales Mundiales, y de los cristianos y cristianas en los movimientos sociales.
¿Ha vuelto el Gran Inquisidor?
Hans Küng recuerda una escena de la historia de la Iglesia contemporánea que le ha preocupado e incomodado indignado como pocas. Sucedió el 8 de abril de 2005 en la Plaza de San Pedro durante las exequias de Juan Pablo II. El decano del colegio cardenalicio Joseph Ratzinger, vestido de púrpura solemne, desciende la escalinata en dirección al ataúd del Papa difunto, junto al que se alza el crucifijo de estilo realista que representa al Cristo sufriente y crucificado.
“Me resulta imposible imaginar mayor contraste”, comenta el teólogo de Tubinga. A un lado se encuentra el Inquisidor de la Fe, responsable del sufrimiento de tantos colegas y de tantos niños, niñas, adolescentes y jóvenes objeto de abusos sexuales que él encubrió cuando era prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe. En ese momento personificaba el poder del nuevo imperio romano, como queda patente con la presencia de doscientos invitados de Estado, entre los que se encontraba, en la primera fila, la familia de George Bush. Al otro el Ecce homo de Nazaret, predicador de la paz”.
Ante esta escena, al teólogo suizo le viene a la memoria el relato de Dostoievski sobre el Gran Inquisidor, que ha hecho prisionero a Cristo, le llama a su presencia y le pregunta: “¿Por qué has venido a molestarnos? Vete y no vuelvas más. No regreses nunca, nunca más”. Parece que Cristo le ha hecho caso y, durante el gobierno de los nuevos inquisidores, ha abandonado la Iglesia. ¿Dónde habrá ido?
Decálogo para el futuro del cristianismo
Tras la lectura del libro, propongo el siguiente decálogo de las transformaciones que considero necesarias en el seno de la Iglesia católica como condición necesaria para que el cristianismo pueda recuperar la credibilidad perdida.
1. Enraizarse en su origen cristiano conforme al evangelio de Jesús de Nazaret, proseguir sus prácticas de liberación en el mundo injusto y desigual en el que perviven, e incluso crecen, las desigualdades de etnia, cultura, religión, clase social, género, identidad sexual, etc.
2. Renunciar al patriarcado en el que está instalada la Iglesia católica, utilizar un lenguaje inclusivo e incorporar a las mujeres a todos los ministerios y funciones eclesiales.
3. Renunciar a la exclusividad confesional y a la autor-referencialidad, practicar el ecumenismo con acciones verdaderamente ecuménicas como la abolición tanto de todas las excomuniones recíprocas como de las condenas a teólogas y teólogos católicos, la plena hermandad eucarística y el reconocimiento de los ministerios de las iglesias cristianas hermanas.
4. Renunciar al eurocentrismo y al imperialismo romano, aprender de otras religiones y reconocer una autonomía adecuada a las iglesias nacionales, regionales y locales.
5. Apoyar un orden social mundial justo, crítico del neoliberalismo y de la necro-política, que elimine la brecha cada vez mayor entre personas y países ricos y pobres.
6. Defender un orden mundial respetuoso del pluriverso cultural, religioso, étnico y afectivo sexual, sin aporofobia, xenofobia ni racismo epistemológico, social o económico, ni lgtbi-fobia.
7. Abogar por un orden mundial fraterno-sororal con igualdad de derechos y responsabilidades de hombres, mujeres y otras identidades afectivo sexuales, más allá de la heteronormatividad y de la binariedad sexual.
8. Trabajar por un orden mundial que construya la paz basada en la justicia y contribuya a la resolución de los conflictos a través de la negociación y del diálogo.
9. Comprometerse en la construcción de un orden mundial que reconozca y respete la dignidad, la integridad y los derechos de la Tierra y la hermandad de los seres humanos con todos los seres del Planeta.
10. Potenciar el diálogo y la paz entre las religiones y las naciones como contribución a la paz mundial y alternativa al choque de civilizaciones y a las guerras de religiones, que todavía existen.
Juan José Tamayo teólogo
Religión Digital
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