Todos tenemos heridas existenciales, las de nuestra propia biografía y las del mundo, con las que cargamos. Contemplamos esos seres humanos tirados en la calle y sabemos que eran nuestros vecinos. El hombre que yace todavía con la bicicleta entre las piernas, al que sorprendió una bala mientras pedaleaba, parece querer seguir avanzando pese a haber llegado violentamente al final de su viaje.
La herida de la humanidad es una quebrada que atraviesa nuestra historia desde su origen. La cultura del positivismo nos tienta a ocultar o negar las llagas de lo humano. Sin embargo, permanecer conectados con la vulnerabilidad es una de las vías más reveladoras para saber cómo ser auténticamente humanos.
Amor inesperado
A veces, cuando estamos heridos recibimos mucho más amor de los demás. Incluso amor inesperado. Mensajes de apoyo te acompañan de cerca, cuidan de ti, médicos, visitas, llamadas, personas que te regalan su plegaria. Entonces ves tu herida y descubres que sigue ahí, pero está llena de cariño, de luz.
Sabes entonces que esa enfermedad o mal sanará no solo por la terapia médica, sino si tu mismo corazón se convierte, se hace más profundo y benevolente. Y entonces te das cuenta de que, en medio, te ilumina la herida encendida. La cruz de Cristo es la herida encendida. Y el viaje de aquel hombre en bicicleta no ha terminado todavía.
Fernando Vidal
La nube abierta
Vida Nueva
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