La muerte en la cultura fang
La muerte constituye en la cultura fang el paso a una nueva existencia -la de los antepasados- mediante una regeneración total o vomo (resurrección).
Los fang, que habitan en Camerún y Guinea Ecuatorial, consideran que una persona fértil participa del poder creador de Dios, y si el que muere es un joven o una persona estéril, su muerte es considerada como una gran desgracia.
La ceremonia de protección komé de los malos espíritus se celebra nada más nacer la criatura. En ella se anuncia la relevancia que va a tener en el grupo (tribu) y lo que va a poseer: ganados, familia, valores, etc. Se le entrega a la madre un amuleto, comunicándole las predicciones para su hijo, así como el signo que le anunciará la propia muerte. Posteriormente, ella se lo comunicará. Suele consistir en ver un animal herido o una escena concreta de la vida del bosque, y cuando el interesado enferma y ve esos signos está seguro de que va a morir.
La vivienda de los fang es una pequeña casa construida de madera y con el suelo de tierra, con una o dos habitaciones y una salita-recibidor, donde duerme el marido. En construcción aparte se encuentra la cocina, lugar central de la vida familiar, donde vive la mujer con sus hijos: donde se nace, se vive en familia, se transmiten las tradiciones, etc.
Si el marido es polígamo, irá a morir a la cocina de la primera mujer. Cuando un enfermo acude al curandero/a, se pone totalmente en sus manos, y obedecerá todo lo que le mande. Si se trata de un curandero-adivino, suele citar a toda la familia para iniciar la búsqueda del culpable de la enfermedad y de la muerte.
La muerte siempre se debe a una causa de tipo espiritual. Tras ver los signos, el anciano enfermo inicia el proceso de despedida. Bendice a la familia, perdona y aconseja. Recuerda y nombra en voz alta a todos los que le han ofendido durante su vida, para perdonarlos. Expresa su última voluntad respecto del reparto de los bienes, para que ninguno de los hijos se quede sin medios con qué pagar la dote para casarse. Llama a sus hermanos para despedirse, y para que no culpen a nadie de su muerte.
En cuanto ésta se produce, se envía un emisario con alguna señal o alguna prenda, que suele ser la camisa del muerto. La noticia se comunica con el sonido rítmico del tambor a los que viven dispersos por la selva, y nada más escuchar la llamada, acuden al poblado. Si el fallecido es un hombre anciano, o niño, o mujer, el modo de tocar el es diferente.
La duración de un funeral suele ser de cuatro días o una semana, con ritos o ceremonias que se realizan con gran solemnidad y respeto. Debe asistir toda la familia, y la preparación es responsabilidad del hijo mayor y de los hermanos del difunto.
Los fang creen que los antepasados viven pero de otra forma, ayudando a dar vida y fuerza a su descendencia. Los muertos además, les hablan en sueños para guiarles. La muerte de una persona supone unirse a sus antepasados que le acompañarán a Nzama ye Mebegé (Dios creador).
Pilar H. de Caracho, Mundo Negro, noviembre 1999
Ampliando miras: HERMANA MUERTE
Tras ver los signos, el anciano enfermo inicia el proceso de despedida. Bendice a la familia, perdona y aconseja. Recuerda y nombra en voz alta a todos los que le han ofendido durante su vida, para perdonarlos…
La muerte es tan natural como la misma vida. Acompaña a la humanidad y la acompañará siempre, como hermana inseparable. Es tarea de todo ser humano saberse por ella acompañado y dejarse acompañar. Cada cultura tiene sus propias maneras de vivir esta compañía e indudablemente es enriquecedor conocerlas. Este intercambio de humanidad nos hará “aprender a vivir para aprender a morir”. Ayudar a vivir para ayudar a morir.
Gesto para hoy:
Busca un momento tranquilo. Cierra los ojos y haz un ejercicio de interiorización.
Imagina que te estás muriendo. Recuerda y nombra a los que tienes cerca. Bendice, aconseja y perdona a los tuyos. Aprovecha para pedir perdón.
Oración:
Oración:
Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución.
¡Ay si en pecado grave sorprende al pecador!
Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios.
Amén.
(Francisco de Asís)
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