Antes se hablaba mucho del ayuno y la abstinencia. Que no se coma carne los viernes, dicen unos. Que “qué sentido tiene si te pones ciego a langosta”, dicen otros… Y parece que hay que perderse en esa discusión un poco absurda a estas alturas.
Tal vez la cuestión es recordar que, en este mundo que nos invita a una satisfacción constante de todo: “lo que te apetezca”, “ya”, “para ti”, “disfruta”, “goza”, “diviértete”, “ten todo, aspira a todo, consigue todo”, cabe un punto de austeridad y a veces viene bien hacernos conscientes de los límites.
Es importante asumir que esa aspiración a todo sólo nos conduce a espirales de insatisfacción. Se trata de detenerse y, a través de pequeñas renuncias, o de algo que para uno sea significativo, encontrar el valor de la austeridad, o del sacrificio, o del compromiso con lo que a veces tiene de carga… más que nada para ser conscientes de que, también desde ahí se construye el reino, o, más exactamente, que el criterio último en la vida no es “me gusta, me satisface, me llena”
¿Puedo hacerme consciente de algún esfuerzo necesario?
¿Tal vez puede ser este un tiempo para percibir lo que de lucha, de cuesta arriba, de compromiso a veces exigente tiene el intentar vivir el evangelio?
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