Sunday, October 12, 2008

La homilía de Betania: Y ¿TU? ¿COMO LE RESPONDES?

Por Javier Leoz


Metidos tan de lleno en nuestros problemas, puede que el Señor pase a nuestro lado, y no percibamos su presencia. Puede que, incluso, pensando que estamos cumpliendo su voluntad –volcados en proyectos y mil historias- nos llame el Señor y encuentre aquello de “ocupado, no molestar”. El Evangelio de hoy cobra fuerza cuando, Dios, sale al camino de nuestra existencia y nos encuentra indiferentes, perdidos, sin ánimo, distraídos y sin afán que montar un castillo de ilusiones, pero sin contar con El.


1.- Si echamos una mirada a nuestras celebraciones puede que lleguemos afirmar aquello de “más que una fiesta parece un funeral”. ¿A qué se debe? ¿No será porque nuestras actitudes no son las de la alegría, el gozo sino que, por el contrario, queremos someter a Dios a nuestro capricho y antojo?


Hay un viejo proverbio que dice “el infierno está lleno de desagradecidos”. Y, la vida que llevamos, puede que en multitud de ocasiones nos haga ser aparentemente así: desagradecidos.

-Con los amigos. Cada día tenemos más excusas para huir de compromisos que exigen dedicación, diálogo, encuentro, etc. Siempre aducimos lo mismo “nos falta tiempo”.

-Con la familia. La televisión, el ocio, el deporte, hacen que sean coartada perfecta para no educar –en primera línea o comprometidamente- a los hijos o, simplemente, para evadirnos de una comunicación sincera

-Con Dios. También, el Señor, está pagando los platos rotos de nuestras ocupaciones. No hace mucho que el Papa Benedicto XVI alertaba del peligro que suponía el “intento de silenciar a Dios en la sociedad”. Y es que, a veces, en el conjunto de nuestra vida, nos cuesta responder y aceptar a Dios con generosidad, desde la oración, etc., etc.


El activismo, la acción desenfrenada, nos puede llevar a un desentendimiento de Dios. A confinar al Señor en segundo plano y a no caer en la cuenta de que, el Señor, es precisamente dueño de nuestro tiempo y de todo lo que acontece en ese espacio. No podemos idolatrar nuestros proyectos, nuestras ilusiones en detrimento de nuestra fe. No podemos endiosar lo que creamos sin ser conscientes que, aquello que realizamos, es porque Dios así lo quiere y ahí nos envía.

Este domingo es un momento muy conveniente para preguntarnos: aquello que hacemos ¿en nombre de quién y por qué lo hacemos? ¿Somos felices diciendo a todo que sí, menos a Dios que le decimos muchas veces que no?



2.- Hoy, como en los tiempos en los que Jesús diserta con esta parábola, también hay un pueblo al que el Señor invita, llama y quiere sentar a su mesa. Ese pueblo somos nosotros. Y, parte de ese pueblo –como también entonces- está, estamos tan ocupados, que Dios encuentra la misma resistencia. ¿Es así? ¿Cómo respondemos a Dios? ¿Con qué actitud venimos a la Eucaristía? ¿Con traje de fiesta o con el buzo de nuestra pereza, egoísmo, envidias, etc.?


En nuestra agenda diaria o semanal ¿por qué no apuntamos la Eucaristía diaria, el rosario, la visita al Santísimo, una buena confesión o una visita al enfermo como algo importante para nuestra vida cristiana y como llamada de Dios?



3.- Ya veis, queridos amigos; el Señor sigue invitando a su fiesta. Lo sigue haciendo con fuerza y con la misma delicadeza con que lo hizo al antiguo pueblo de Israel. Lo hace sabiendo que, los entretenimientos del mundo, puede que se antepongan a la gran fiesta a la cual El nos invita.


¿Por qué será que preferimos aquellos festejos que aligeran nuestros bolsillos y nos dejan vacíos por dentro?


¿Será acaso que, la fiesta del Señor –por ser gratuita – no la valoramos como aquellos otros manjares que se pagan a precio de oro o a costa de la carne?


¿Por qué preferimos ir por la vida, vestidos casi de carnaval, y a la Eucaristía no vamos con el traje de la hermandad y de la alegría, del optimismo y de la ilusión, de la esperanza y de la confianza?


¿Por qué, y esto si que es serio, nos cuesta tanto mostrar el traje de la fiesta –la fe, el amor a Dios, la oración pública, la comunión con la Iglesia, la misa diaria o dominical, nuestra identidad cristiana, etc., etc.?


Respondamos al Señor. Lo hagamos con el traje que nos puso en el día de nuestro bautismo: el traje de los hijos de Dios cosido con los colores de los hilos de la fe, la esperanza y la caridad.



4.- ¿DONDE COMPRO TU TRAJE DE FIESTA?

Si me asomo al escaparate del consumismo,
me convertiré en objeto
Si me adelanto al mundo de la moda
alguien se encargará de poner un precio
¿DONDE COMPRO TU TRAJE DE FIESTA?


Si miro al mundo,
corro el riesgo de hacerme con algo efímero
Si miro al cielo,
siento que es un vestido que me viene grande
Si me miro a mí mismo,
creo sentirme desnudo de lo que Tú quieres, Señor
Si te miro a Ti, Señor,
creo haber encontrado la mejor tela
y la mejor prenda para sentirme reconfortado.


¿DONDE COMPRO TU TRAJE DE FIESTA?
Dime, Señor, dónde y cómo
Dime, Señor, a qué precio
Dime, Señor, si todavía estoy a tiempo
de que, tus sastres,
me lo hagan a la medida de mis posibilidades.


¿DONDE COMPRO TU TRAJE DE FIESTA?
Un traje con el tono de la esperanza
Un vestido adornado por la caridad sin límites
Una vestidura que sea tan larga,
como tu mano prodigiosa, Señor
Un ropaje que irradie la alegría
que, por arriba y por abajo,
desgrana el Evangelio.
Una prenda, mi Señor,
que me recuerde constantemente
lo mucho que me quieres.


¿DONDE COMPRO TU TRAJE DE FIESTA?
¡Dímelo, Señor!
Porque, si me invitas a tu banquete
no puedo acudir como el mundo me incita
Porque, si me llamas, no puedo responder
con los cosidos de un sastre de tercera
¡Dímelo, Señor!
¿Dónde y cómo comprar un traje para tu fiesta?
¡Ya lo sé, mi Señor!
Tu voz, tu Palabra, tus sacramentos, la oración,
la caridad y la justicia, el amor y el perdón,
la paz y la reconciliación…. ¡cuántas cosas, Señor!
son las pistas que Tú me das
para encontrar un vestido nuevo
un traje perfecto para la fiesta de tu amor.
Amén.

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