Friday, October 17, 2008

Lecciones de la Doctrina Social contra la crisis


La Iglesia no tiene recetas económicas para combatir la peor crisis económica y financiera desde el crack de 1929. Lo que sí tiene es un rico magisterio -muchos políticos se sorprenderían de sus propuestas- en donde se ofrecen orientaciones con las que, de haberse tenido en cuenta, difícilmente se habrían dado las causas que han llevado a una situación que trae de cabeza a los líderes mundiales.

Los gobiernos agotan los calificativos para referirse a esta crisis: insólita, histórica, impredecible… Incluso algunos han abjurado de sus principios motores -el no intervencionismo estatal en el mercado- para hacer frente a la primera gran encrucijada global del tercer milenio. ¿Cabría esperar que, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, aprendiesen algunas lecciones de esta crisis? ¿Servirá este tsunami para que las relaciones comerciales que habrán de reconstruirse se asienten también sobre sólidas bases éticas? ¿Aprenderán los países ricos a implicarse con la misma celeridad en la resolución de otras crisis, como, por ejemplo, la todavía no resuelta derivada del encarecimiento mundial de los alimentos? ¿Aceptarán, en definitiva, “domesticar” a un sistema capitalista en estado salvaje?

Es posible que estas preguntas puedan parecer ingenuas o que la reflexión derivada de ellas nos parezca obvia, pero, como acaba de señalar el portavoz del Vaticano, el jesuita Federico Lombardi, “estas reflexiones, en realidad, son esenciales desde una perspectiva de amplias miras que tenga en cuenta los mismos intereses generales de la humanidad, orientada hacia un desarrollo pacífico y equilibrado, a favor de todos”.

Desde la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), su presidente, Francisco Güeto Moreno, desgrana a Vida Nueva una serie de lecciones “si miramos la actual crisis económica desde la comprensión del ser humano y de su vida social que nos ofrece la Doctrina Social”. Por ejemplo: “Necesitamos recuperar la vinculación entre economía y ética. La economía es actividad humana, y por eso, no es, como algunos pretenden, algo que esté más allá de la moral. Es moral o inmoral (humaniza o deshumaniza) según los fines que persigue y los medios que utiliza. Por tanto, no vale todo para la obtención de mayores beneficios monetarios”.
En segundo lugar, señala que “necesitamos acabar con la desregulación total de la economía que se disfraza con expresiones como liberalización, flexibilización… Para ser humana, la economía necesita regulación (de las finanzas, de la producción, del mercado laboral…) que la oriente hacia fines sociales de justicia. Y es una obligación de los poderes públicos el garantizar esta regulación”.
Y, por último, Güeto apunta que “necesitamos, sobre todo, construir una economía real: modificar sustancialmente su actual orientación hacia la obtención del mayor beneficio posible por otra que busque responder realmente a las necesidades humanas, las de todas las personas y del cuidado de la naturaleza. Necesitamos pasar de producir para el beneficio a producir para la vida”.
También la catedrática de Ética y Filosofía de la Universidad de Valencia, Adela Cortina, aboga por extraer lecciones de una crisis cuya resolución se aventura aún lejana y de cuyo impacto real en la personas apenas estamos empezando a ser conscientes. “Se puede aprender -afirma Cortina- que la prudencia es necesaria en las finanzas, porque la buena economía no persigue el beneficio máximo, sea cual fuere el riesgo, sino el beneficio suficiente en el medio y largo plazo. También responsabilidad, porque quien tiene tanta influencia en las vidas humanas ha de evitar el daño que puede hacerles. Otra cosa es mala economía. Y, por último, que hay distintas formas de gestionar el mercado. Una, la de la especulación febril, sin redes y sin normas; otra, la del engarce en una sociedad cohesionada, donde funcionan las instituciones con los debidos controles. Las fiebres descontroladas destruyen la confianza, sin la que el sistema no funciona”.
Y el actual mercado, sabido es, no tiene demasiado en cuenta a la persona, de la que se nutre para su crecimiento, pero que, a la vez, es su principal víctima. Así lo ve Juan Carlos Carvajal, consiliario diocesano del Centro de Madrid de las Hermandades del Trabajo, quien tiene muy presentes a las 608.005 personas (el 30,14% más) que han engrosado las listas del paro en España en el último año. “Los desempleados son las primeras y reales víctimas de esta crisis. Estos trabajadores en paro no sólo se quedan sin su medio de subsistencia, sino que, de algún modo, parecen perder su lugar en el mundo. Sus familias ven amenazado su futuro, la posibilidad de conservar las viviendas, ya hipotecadas, se esfuma; su autoestima queda herida y las relaciones personales sufren la misma desestabilización que su situación económica. Los espantosos datos con los que nos desayunamos todas las mañanas no son cifras, son personas”.
Vida Nueva

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