Mi querida colega, ojalá también fueses mi amiga y algún día pueda conocerte personalmente,
En la línea de PM Lamet, quiero escribirte y comentarte un montón de cosas que me han ido surgiendo al ver y escuchar tus vídeos y seguir tus –previsibles- vicisitudes ulteriores. Decirte que te he mandado varios mails a un correo que me facilitaron en tu convento, pero ignoro si los has leído. Básicamente, en el primero y fundamental te expresaba mi apoyo y solidaridad, y te contaba mi experiencia personal sobre el precio a pagar al defender lo que uno cree. Por ahora no puedo contarla aquí, tal vez llegue el día en que sí pueda. La prudencia me aconseja no hacerlo.
Tú no me conoces ni de nombre, pero yo a ti sí: hice la residencia en Barcelona, como antiguo estudiante jesuita conocía a Quico Riera SJ, de Cristianisme i Justícia, y él te mentaba a menudo. Luego te perdí la pista, y mira por dónde ahora te encuentro en la red. Y ciertamente me siento orgulloso de que una católica hable como tú lo haces, con tal libertad, franqueza y consistencia.
Porque eso es lo primero: no sólo te expresas con claridad meridiana y con una enorme capacidad de comunicación y facilidad divulgativa, es que además lo haces con convicción, lo cual es una bendición para todos y en cierto sentido una maldición para ti, porque el precio a pagar será muy alto, y posiblemente ya has comenzado a pagarlo. Ignoro cuánto será y cuánto querrás pagar, ciertamente el de PM fue alto y duro.
Tienes un grave problema: tu credibilidad es absoluta. Lo primero es lo que dices: hablas de una materia que dominas, esto es obvio, citas los artículos científicos con facilidad y coherencia, en un discurso estupendamente articulado. No sé si has ejercido la clínica, pero ciertamente me pareces brillante en tu exposición: esto no es un halago, creo que lo mejor es ser realista y reconocer los dones que Dios nos ha dado, para algo habrá sido.
Lo segundo es cómo lo dices: con convicción y autoridad en el sentido de auctoritas evangélico: la gente te creerá porque la emanas, y no creerán a otros, porque la clave en la comunicación humana actual, no es sólo qué se dice y cómo, sino quién lo dice y desde dónde lo dice: eres una humilde monja, vestida con sencillez, alejada de los estereotipos de científica brillante, no usas maquillaje, hablas con sinceridad y franqueza. Por eso tú tendrás más poder de convicción que un catedrático encorbatado y gordo, porque eres sencilla y delgada, al modo gandhiano, y la gente en el fondo está harta de que le digan qué debe hacer personas cuya propia imagen y praxis contradice lo que aconsejan, al modo de los fariseos (independientemente del mundo al que pertenezcan, no sólo los políticos en los que ya casi nadie cree y todavía menos las jerarquías de casi cualquier religión: un médico gordo no puede pedirle a un paciente obeso que adelgace, carece de credibilidad para ello, por muy claramente que lo explique). Además vives en un sencillo convento, sin glamour alguno, posiblemente sin comodidades excesivas. La gente puede ser laica o anticatólica por todo lo vivido, pero no es tonta y en el fondo sabe discriminar.
Y el último punto a analizar es dónde lo dices: en la red, es decir, tienes una difusión potencialmente planetaria.
Claro, si con esas premisas hablas contra las multinacionales farmacéuticas y sobre moral sexual (especialmente en el resbaloso tema del aborto), siendo monja y además mujer, has abierto una caja de Pandora, has encendido la mecha de una bomba de relojería de altísima carga explosiva, te has introducido –no sé si plenamente consciente- en terreno minado, donde se mata o se muere, donde decir la verdad de lo que uno cree puede pagarse con la vida, con la excomunión o con el silencio. Hace no tantos decenios posiblemente no estarías en la austera celda de un convento o en una biblioteca, sino en una mazmorra húmeda y oscura, cargada de cadenas y de la que sólo te sacarían para extenderte en el potro de tortura hasta que te retractases de cada una de las palabras dichas o escritas. Tal vez suene melodramático, pero temo que muy posiblemente sería así.
¿Qué más puedo decirte? Ciertamente, que estoy contigo y que no te retractes, antes bien que expreses lo que pienses con claridad de pensamiento y rectitud de intención, y que desoigas a quienes te aconsejen o manden callar: los unos de forma dictatorial, manu militari, ejerciendo una jerarquía y potestad que los laicos como yo no les reconocemos; los otros aconsejándote humildad y prudencia, sigilo, que te protejas, que tengas cuidado, que no busques figurar, etc. Imagino que ya te lo sabes bien, te habrán dicho estas cosas muchas veces. Por cierto, también se las dijeron a aquel buen hermano nuestro carpintero, tanto las jerarquías eclesiásticas de entonces como las políticas, al final entre las dos acordaron darle muerte y muerte de cruz: espero que en tu caso la cruz sea más metafórica, aunque tal vez no menos dolorosa.
Si tienes que elegir entre seguir perteneciendo a una orden y una disciplina a cambio del silencio, elige en conciencia. Tendrás mi apoyo elijas lo que elijas, porque no somos héroes, somos sólo seres humanos, y posiblemente no en nuestros mejores momentos. Pero no te sientas sola, porque la soledad es la peor compañera, tal vez lo más doloroso te resulte la incomprensión de tus colegas de convento, de facultad, de iglesia, como para mí lo es el silencio de mis compañeros médicos en mis reivindicaciones, que llevan a cuestionarse si es uno el que está equivocado. Pero si puedes y crees en lo que defiendes, no rebles, y si quieres seguir hablando libremente, la voz al viento y el Espíritu en ella, deja atrás las cargas que quieran imponerte y hazlo, como yo intento hacerlo, más o menos acertada o torpemente.
Teresa, todo esto quería decirte. Decidas lo que decidas, un internista de 49 años de un sencillo hospital comarcal piensa en ti con simpatía y cercanía. Y si tu regla te lo permite, vente algún día por Valdepeñas, nos tomamos un vino tinto del año y hablamos de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que nos gustaría ser (de cualquier modo, esta invitación reza para todos aquellos que quisieran venir). Cuídate mucho y que el Dios de Jesús nos guíe, nos cuide y nos bendiga a todos.
Ángel García Forcada
Confesiones de un médico
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