Este es un espacio para alimentar y vitalizar la dimensión espiritual y humana de las personas comprometidas con la construcción de una sociedad más humana, justa y solidaria. Todos somos peregrinos. "sal de tu tierra, de tu casa y vete a la tierra que yo te mostraré; haré de tí una gran nación y te bendeciré." (Gén. 12, 1 ss)
Tuesday, April 03, 2012
Algo para pensar y orar en esta semana
Una ajetreada semana había terminado, y desperté en la soleada mañana del sábado. Nuestro petirrojo residente cantaba a todo corazón, frente a mi ventana. Salí a recorrer el jardín y observé una flor púrpura de azafrán, a punto de abrir sus pétalos. La rodeaban varias otras flores de primavera; pero ésta llamó mi atención, por lo que busqué una banqueta y me senté a observar… y observar… y observar. Muy despacio, pero muy lentamente, las puntas de los apretados pétalos comenzaron a separarse. Luego, al cabo de unas horas - el tiempo dejó de ser importante – la flor se abrió, desplegando en su centro el amarillo glorioso de su estambre. El radiante amarillo brillaba bajo el sol, rodeado por el reluciente color púrpura de sus pétalos. Quedé ensimismado. En la tarde, al acercarse la puesta del sol, me instalé nuevamente a observar la ceremonia del cierre: casi imperceptiblemente, los pétalos se fueron acercando entre sí, hasta que el dorado centro quedó envuelto en su capullo púrpura, una vez más.
Al salir del jardín tuve un fuerte impulso a caminar en punta de pies. Entré a la casa y le dije a mi madre: “¿Sabes cómo lo he pasado hoy? He visto cómo la flor del azafrán se abría y cerraba!” Ella me miró, alzó sus ojos al cielo, sonrió con indulgencia y no dijo nada. Ese día experimenté una profunda alegría: física, mental y espiritual. Me había sido concedido el privilegio de ser testigo de algo maravilloso, además del regalo de permanecer consciente de lo sucedido. El amor de Dios por su Creación había sido demostrado – justo para mí – a lo largo de esas horas; mi gratitud se mantiene viva hasta el día de hoy. Aunque sucedió hace muchos años, aún recuerdo esas horas; al recordarlas, vuelve a mí la paz que experimenté esa vez. Por lo que digo: “¡Gracias a Ti, Señor!” Mientras en esta semana participo en las oraciones de la Pasión, ruego que pueda darme cuenta que todo esto fue hecho para mí, con un gran amor. Sólo me resta volver a decir “¡Gracias a Ti, Jesús!”
Espacio Sagrado
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