Concéntrate. Lee calmadamente estas líneas:
Hay sorpresas buenas y sorpresas malas. Las sorpresas nos pillan desprevenidos. No estaban en nuestros planes. Ni siquiera imaginamos que podíamos prepararnos para recibirlas. Algunos hechos rompen nuestros esquemas. Teníamos un modo de pensar y ocurrió algo que nos obligó a entender las cosas de otra manera. Las sorpresas nos desconciertan, nos descolocan o nos deslumbran. Nos llenan de admiración o nos horrorizan. Los poetas y los místicos poseen una capacidad de sorprenderse extraordinaria. Para Rabindranath Tagore “la vida es la constante sorpresa de saber que existo”.
Haz memoria. ¿Recuerdas qué te maravilló en tu niñez? ¿Algo que te llamó mucho la atención? Revive por un momento las veces que fuiste sorprendido/a.
La capacidad de sorprenderse puede aumentar o disminuir con los años. Uno puede incluso no querer ser sorprendido por nada más en la vida. O bien, desear recuperar esta capacidad. Podemos desear una segunda ingenuidad. ¿Qué ha sido lo último que te ha sorprendido? ¿Hay algo que te haya impactado como para cambiar tu modo de pensar o de actuar?
Lee este episodio del Evangelio: Mt 9, 27-33
Orientación: Jesús cura a los ciegos y expulsa a los demonios. La gente queda maravillada: “Jamás se ha visto cosa igual en Israel”. Jesús sorprende a todos con sus portentos, pero unos reaccionan de una forma y otros, de otra. Unos se abren al reino que él inaugura. Otros, ven en esta proclama una amenaza que es necesario sofocar.
Nos es fácil reconocer que el Señor puede hacer algo con nosotros. Le agradecemos “cosas”, “asuntos”, pero son pocas las ocasiones en las cuales nos consta que a nosotros mismos, en nuestro cuerpo, en el curso de nuestra vida o modo de ser, ha ocurrido algo que sólo podemos atribuir al Señor. Cuando esto ocurre, hablamos de una experiencia personal de Dios. Nos encomendamos al Señor en la enfermedad, y nos sanó. No teníamos cómo arreglar el matrimonio, y la relación se desenredó de una manera sorprendente. Pero podemos también cerrarnos, defendernos en contra de Dios. Esto sucede cuando tenemos una idea tan acabada de nuestra vida que preferimos no correr riesgos con sorpresas que nos exijan cambios personales importantes.
Pídele al Señor que te devuelva la vista. Crees ver, pero podrías ver mucho más. Crees oír, pero podrías oír mucho más. ¿No pudiera el Señor soltarte la lengua para que anuncies a los demás que te liberó de tus demonios? Ruégale que te devuelva la capacidad de maravillarte contigo mismo y asombrarte con lo que él hace a tu alrededor. ¿No te gustaría recuperar la ingenuidad de tu infancia? Clama al Señor para que te la devuelva.
Lee este episodio del Evangelio: Lc 1, 26-38
Orientación: Muchas cosas hermosas se han dicho de María. Muchas más tendrán que decirse todavía. Pero en ella no se agota el increíble poder de Dios. En todos nosotros Dios puede lo imposible. María sabía perfectamente qué era posible en ella misma y qué no. Sabía de qué era capaz su cuerpo. Conocía los límites de su relación con José. No era ninguna ingenua. El ángel Gabriel la sorprendió con el anuncio del embarazo. Jamás habría imaginado que Dios le pediría ser madre de un niño sin tener relaciones con un varón. Para colmo de su perplejidad, la situación la ponía en peligro. Si se hubiera sabido de su gravidez la pudieron haber apedreado. Con todo, creyó. Creyó, y Dios pudo en ella lo imposible. Pudo, pero no contra su voluntad.
También en ti Dios puede hacerte entrar y salir por las circunstancias más extrañas y peligrosas. ¿Recuerdas alguna? No es casualidad que tu vida, como las aguas, siempre ha ido encontrando cauces nuevos. Dios está contigo. Sorpréndete de ti mismo/a. Tú eres más que tus imposibilidades. Ten fe. Tú no eres imposible para Dios. Pero Dios no te forzará a nada. Requiere tu colaboración para hacer el milagro.
Lee este episodio del Evangelio: Mt 14, 26-33
Orientación: Los discípulos fueron sorprendidos una y otra vez por Jesús. Al verlo caminar sobre el mar, se estremecieron. Se aterraron, clamaron: “un fantasma”. Pero Jesús les quitó el miedo: “soy yo”. En él podían confiar por completo. Esto es lo más sorprendente de lo sorprendente. Que los discípulos hayan creído en él como sólo en Dios se puede creer. “Yo soy”, es el nombre israelita de Dios. Jesús, identificado por completo con Dios, hace lo que nadie sería capaz de hacer. Caminar y hacer que otros caminen sobre las aguas.
Pedro quiso hacer la prueba. Avanzó hacia Jesús caminando él también sobre el mar. Pero la violencia del viento, que representa las tempestades de la vida, le hicieron dudar. Le entró el miedo. Comenzó a hundirse. Jesús lo sacó de las aguas, “lo salvó”. Desde entonces, los discípulos entendieron que el Hijo de Dios salva a los que creen en él. A los que se hunden, pero gritan “Señor, sálvame”.
La vida, tu propia vida, está o no está abierta a sorpresas. Tú, como otros/as, viven atentos/as o blindados/as contra lo maravilloso. La vida tiene dramas que nos bloquean o nos obligan a asumirlos con coraje.
Ábrete a la vida tal cual se presente. No quieras controlarlo todo. Ponte en las manos de Dios y concédete la posibilidad de ser sorprendido/a por la existencia. Antes de convertirte en zombie, vive apasionadamente la vida. Conmuévete con lo que ocurre. Arriésgate, si el Señor te pide que camines sobre las aguas.
Lee este episodio del Evangelio: Jn 12, 35-36
Orientación Como dice una poetisa chilena, anónima: “La luz se hizo, porque Dios es luz”. La verdadera luz es Cristo que se hizo carne. “Yo soy la luz del mundo”, dice Jesús. Pero hay otras luces. Lucifer es el ángel de luz que puede sorprender en el momento menos pensado. Lu-cifer o Luz-bel, o como quiera llamarse al mal, puede ser tan luminoso que encandila, enceguece y, cuando no se sospecha, puede cubrir con las tinieblas del engaño. En cambio, dice la poetisa: “La luz de Dios es la mirada de los ciegos que igual ven, aun en su propia oscuridad”. Antes de entrar en la noche de la muerte, Cristo advierte a sus discípulos que caminen en su luz porque llegará el momento en que no lo tendrán más. Les advierte que, cuando esto suceda, el mal puede hacer presa fácil de ellos.
Y así ocurrió con muchos, talvez la mayoría de sus discípulos. Al morir Jesús crucificado, las tinieblas cubrieron la tierra. Los discípulos que todavía no habían aprendido a distinguir “las luces” de la Luz, cayeron en el desconcierto y arrancaron despavoridos.
Esto vale para ti hoy. Busca la Luz. Está en tu interior. Ámala. Accede al verdadero conocimiento. Esta es la clave: la Luz te hace ver que las personas son hijos e hijas de Dios, y que tú eres hermano o hermana de cada ser humano. Con esta Luz puedes observar en ti las nubecillas del mal que se van apoderando de tu corazón. En cualquier momento, estas nubecillas pueden convertirse en nubarrones y tempestades. Ama la Luz y camina con confianza. Las tinieblas están por llegar, llegaron o volverán. Siempre vuelven. Camina en la Luz que te ilumina en tu interior. Así podrás reconocer las trampas de Lucifer y soportar el combate.
Jorge Costadoat
Cristo en Construcción
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