Friday, April 20, 2012

La sartén por el mango

Se manejan términos como legalidad internacional, impunidad, abuso, saqueo, pérdida de confianza. Se barajan represalias, sanciones, formas de presión que puedan frenar el expolio. Se analizan las posibles consecuencias. Se exaltan los orgullos patrios, a uno y otro lado del charco. “Ya nadie está seguro”. Se habla, con recelo, del poder político ejerciendo una autoridad excesiva. Se quiere apelar a tribunales e instancias superiores. “¿Qué podemos hacer en un mundo en el que no estamos protegidos de decisiones arbitrarias?” “¿Quién protegerá a los inversores internacionales?”, claman desconsolados los portavoces de los mercados. Uno diría que ellos mismos ya se encargan de protegerse bastante bien. Y a menudo lo hacen atando de pies y manos a los gobiernos nacionales para que no puedan tomar decisiones que vulneran sus acuerdos comerciales. Lo que tampoco quiere servir para justificar el populismo y prepotencia con que está actuando el equipo de Cristina Kirchner. La expropiación forzosa de YPF por parte del gobierno argentino se convierte en un episodio que, más allá de la petrolera y la casa Rosada, nos invita a reflexionar sobre el poder y sus límites. Una y otra vez vemos situaciones en las que la economía y la política se enfrentan, lidiando con un desajuste: El poder es local, y el dinero es global. Malo es que la política dinamite el mercado –pues, mientras no inventemos algo mejor, es uno de los mecanismos sobre el que pivotan nuestras sociedades- Malo es también que los mercados gobiernen la política. (Pues en general, para evitar abusos, el poder económico necesitaría contrapesos, no vasallos). El problema es que el poder político y el económico deberían moverse en las mismas esferas. Para controlarse recíprocamente. Para marcarse límites. Para caminar hacia un horizonte donde crecimiento, beneficios, humanidad, honestidad, justicia, libertad, igualdad y legalidad pudiesen ser parte de un mismo discurso, y no notas a pie de página que se citan a conveniencia. Si me habéis seguido hasta aquí –y sé que he querido decir mucho en muy pocos párrafos- la conclusión es clara: En las condiciones actuales el poder, cuanto más universal, mejor. Eso sí, visto lo visto, ahora viene lo más ingenuo de todo el artículo: Para que esto funcione sería necesario que los que mandan quieran ser, de verdad, servidores del bien común. ¡Voluntarios, un paso al frente! Ender pastoralsj

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