Muchas veces hemos leído los famosos versos de Martin Niemöller, pastor luterano alemán:
«Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas
guardé silencio porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas
guardé silencio porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas
no protesté porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a por los judíos
no pronuncié palabra porque yo no era judío.
Cuando finalmente vinieron a por mí
no había nadie más que pudiera protestar.»
guardé silencio porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas
guardé silencio porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas
no protesté porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a por los judíos
no pronuncié palabra porque yo no era judío.
Cuando finalmente vinieron a por mí
no había nadie más que pudiera protestar.»
Podríamos hacer una paráfrasis de estos paradigmáticos versos utilizando los graves problemas que aquejan hoy a la gran Familia Humana al comienzo de 2017: los efectos del cambio climático; el enquistamiento de las crisis económicas y de valores; el afianzamiento del capitalismo más salvaje con la llegada al poder de Trump aupado por la mentira y la xenofobia; el resurgimiento de los nacionalismos demagógicos europeos; el invierno árabe, la guerra de Siria, el sufrimiento de los refugiados y el auge del terrorismo islamista; la amenaza expansionista de Rusia y de China; las permanentes provocaciones del régimen norcoreano; la sangrante situación de Venezuela, Méjico y varios países centroamericanos; las interminables y silenciadas guerras de África,… A ello podríamos añadir los retos de nuestra Iglesia, donde el Papa Francisco se debate día a día por sacar adelante un proyecto de reforma a la luz del Evangelio que nos permita ser realmente sal y luz.
¿Nos quedaremos de brazos cruzados? No. Este es el año de la acción. Plantemos cara. No podemos dejarnos atenazar por el miedo, la indiferencia o la creencia, como denuncia el poema anterior, de que ya hará alguien algo. ¡Ese alguien somos cada uno de nosotros! Construyamos barricadas que detengan el mal. No las barricadas de la violencia, sino las del amor. No las del odio, sino las del perdón. No las de la descalificación, sino las del diálogo y el entendimiento. No las de la inacción, sino la de la militancia, el voluntariado y la generosidad…
Bienvenidas las barricadas evangélicas: la esperanza como sacos terreros, las bienaventuranzas como bandera, el amor como motor de cambio, la oración como fuente de energía y la comunidad como medicina para sanarnos las heridas.
Aquí va mi hombro, a unirse al vuestro para hacer nacer un mundo mejor.
JUAN YZUEL
ECLESALIA
ECLESALIA
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