- La última oleada de protestas contra el presidente Moïse acaba con 26 muertos y 77 heridos
- Vida Nueva contacta con dos religiosos que denuncian que el caos solo ha favorecido al “hambre”
Desde el pasado 7 de febrero, Haití atraviesa una de las peores crisis (y ya es decir…) de los últimos años, con miles de opositores en las calles protestando contra el Gobierno de Jovenel Moïse, dejando un triste saldo de 26 muertos y 77 heridos.
Como explica a Vida Nueva el Oblato de María Inmaculada Jean Hérick Jasmin, haitiano que ejerce de asesor teológico en la CLAR, es muy simbólica la fecha en la que se iniciaron los incidentes en protesta por la pobreza generalizada y la inacción gubernamental: “En la memoria histórica de Haití, el 7 de febrero de 1986 nos recuerda la caída de la dictadura de Jean-Claude Duvalier, comúnmente llamado ‘Baby Doc’. En efecto, esta fecha dio inicio a un ‘tiempo de libertad soñada’ para los haitianos que quisieron trabajar por la democracia y el desarrollo del país. Sin embargo, dicho sueño de libertad fue demasiado bonito para hacerse realidad, pues todos sabemos lo que vino después: años de turbulencias sociopolíticas…, hasta el día de hoy”.
Un país bloqueado
En este contexto, observa el religioso, es en el que, “33 años después, el sueño de libertad ha resurgido con el nombre de ‘pays lock’, es decir, un ‘país bloqueado’”. La magnitud de los disturbios ha sido tal que ha llevado al “bloqueo total de todas las actividades en todo el territorio haitiano, registrándose también, además de las humanas, pérdidas considerables de bienes materiales e infraestructuras del país”.
En plena convulsión, “la Iglesia haitiana no se ha quedado callada, sino que reaccionó firmemente y exhortó a los actores políticos a superar sus diferencias para entablar un verdadero diálogo para el bien de todos”. Fue en un comunicado oficial, el 12 de febrero, cuando los prelados “clamaron que ‘la hora es grave’, pero también ‘una oportunidad’ para los protagonistas políticos para fomentar la conciencia ciudadana”, aunque sea pagando con “grandes sacrificios”.
Mirar al bien común
A juicio de Jasmin, “la Iglesia haitiana, ante esta situación política grave, exhorta a la búsqueda de una solución sensata que valore los intereses superiores de la nación y el bien común”, pues lo cierto es que este contexto violento hace que “la miseria aumente en Haití” y “el bien común se vea amenazado”. “Esta situación –enfatiza– es intolerable y no se puede seguir así”.
La postura de los obispos, asegura el oblato, es respaldada por la vida religiosa local, lo que, antes que nada, “representa la fuerza de una Iglesia unida, sembrando esperanza y reconciliación en medio de una crisis que genera incertidumbre en el corazón de todos”.
“Más allá de los días de disturbios –concluye el teólogo– y de la solicitud al presidente Moïse para que renuncie, se vislumbra una reivindicación en contra del alto costo de la vida y de la corrupción, entendida como el despilfarro de los fondos del programa haitiano-venezolano Petro Caribe por los altos funcionarios del Estado”. Y es que “es un hecho patente para todos los haitianos y observadores extranjeros que las manifestaciones violentes en las calles empeoran la situación socioeconómica de Haití y a menudo violentan los derechos humanos. Por eso, la postura de la Iglesia haitiana y su actuación deben liderar a los diversos sectores de la sociedad civil hacia un diálogo fraterno en aras a la reconstrucción del país y de un nuevo sueño de orgullo y de libertad”.
Dos semanas “secuestrados”
Vida Nueva también ha contactado con la misionera española Matilde Moreno Muñoz, religiosa del Sagrado Corazón que lleva varios años en Haití. Su visión es la de quien ha padecido un auténtico socavón: “Un amigo jesuita haitiano me decía hace un par de días: ‘Hemos pasado 14 días secuestrados por las bandas armadas’. Y eso es exactamente lo que ha pasado… El país se ha paralizado y todo él, especialmente Puerto Príncipe, la capital, ha sido el escenario de las luchas de poder de las distintas bandas armadas que atemorizan los barrios, imponen su ley e impiden la vida sosegada de sus habitantes”.
Aunque la religiosa aclara que no quiere “entrar a fondo en la raíz del problema, porque es de todos conocida”, sí denuncia que “tenemos un Gobierno que promueve políticas que favorecen a la minoría privilegiada y que no cumple con su deber de velar por el pueblo y crear los mecanismos necesarios para que, quienes viven hundidos en la miseria, puedan poco a poco ir construyendo un presente y un futuro más digno”.
Una oposición que “no es de fiar”
Por lo mismo, añade, “tampoco es de recibo la forma en que la oposición ha organizado la protesta popular para pedir la dimisión del presidente, propiciando el caos y la muerte”, estando ante “una oposición que no nos da ninguna confianza. No hay un líder y algunos de los cabecillas de los distintos grupos, realmente, son de temer”.
“Tampoco ayuda –se lamenta Moreno– que la democracia aquí sea muy frágil”, pues “no hay estructuras democráticas ni en las familias ni en los centros educativos ni en los de trabajo. Entonces ¿cómo se le puede pedir a la gente que tenga actitudes democráticas si no se le ha dado la oportunidad de aprenderlas? Por eso, cuando no se está de acuerdo con la forma de gobernar, se sale a la calle a protestar de forma violenta”.
El Gobierno, dividido
“Durante los primeros días de la protesta–añade–, el silencio del Gobierno fue totalmente incomprensible. Muchas veces pienso que Haití es un país huérfano, abandonado a su suerte por aquellos que deberían velar por su seguridad y desarrollo”. Así, “cuando llevábamos ya más de una semana de infierno, habló Moïse, sin decir nada, solo para mostrar su falta de sensibilidad y de respeto hacia el pueblo, dar más motivos para la violencia y darnos a conocer su voluntad de seguir al frente del Ejecutivo… Y seguirá porque Estados Unidos lo apoya”.
Por otro lado, es más que palpable la división en el propio Ejecutivo: “Tras la declaración del presidente, se emitió un comunicado del primer ministro, Henri Céant, llamando al diálogo y proponiendo una serie de medidas, que, si las hubiesen aplicado al principio de la legislatura, no hubiésemos llegado a esta situación… Es evidente que no lo consensuó con el Presidente, hablando los medios de comunicación hablan de la gran tensión que existe ante ambos.”
“Han pasado hambre”
Con todo, lo que más lamenta Moreno es que las consecuencias, como siempre, las está pagando “el pueblo pobre que tiene que soportar día a día el desatino de sus dirigentes”. “Yo vivo –prosigue– con mi comunidad en un pueblito pobre y rural, cerca de la frontera con la República Dominicana. Dirigimos un colegio de Fe y Alegría y un Centro de Salud Integral de nuestra congregación. Aquí, gracias a Dios no han llegado los violentos, pero sí las consecuencias de este desgobierno. Tuvimos que cerrar el colegio porque nos llegó el aviso de que, si no lo hacíamos, podríamos tener serios problemas. Con el cierre del colegio, se acabó la posibilidad de que nuestro alumnado y profesorado pudiesen comer, al menos una vez al día… Y han pasado hambre, pues aquí se vive al día y no hay comercios ni electricidad que permita conservar los alimentos”.
“Las familias –detalla– suelen tener un terrenito que labran y unas pocas ovejas y cabras. Como estamos a la orilla de un lago, también hay algunos pescadores. Todo el mundo necesita ir cada día al mercado de un pueblo, que no está tan cerca, para vender sus productos y comprar sus provisiones. Durante estos 14 días con las carreteras bloqueadas por barricadas y neumáticos ardiendo y con las bandas armadas aprovechando la coyuntura para asaltar y robar, ha sido imposible salir del pueblo. Los alimentos se fueron terminando y la gente ha pasado hambre, miedo, inseguridad, incertidumbre y desesperanza”.
La Iglesia, “tímida”
Según ella, “no se han oído muchas voces con autoridad que intentasen parar esta barbarie. Un tímido comunicado de la Conferencia Episcopal y otro más comprometido firmado por el arzobispo de Puerto Príncipe y representantes de las Iglesias protestantes, han sido los más significativos”.
“¿Cómo salir de aquí?”, se pregunta. “Indudablemente –defiende–, a través de un diálogo nacional y de un compromiso de sacrificar intereses personales por el bien común. Hay que diseñar un futuro posible donde la economía pare su deterioro galopante y pueda ir remontando. Y esto hay que hacerlo entre todos. Hay que encontrar personas honestas y valientes que representen a todos los sectores políticos y económicos que tracen un futuro de esperanza y hay que desterrar la violencia y la muerte como método de cambiar lo que no nos gusta”.
“Este pueblo empobrecido y valiente –concluye la misionera española–, generoso y resiliente, acogedor y creyente, se lo merece.
Vida Nueva
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