El otro día en el periódico me sorprendió la noticia publicitaria de un espacio nuevo en mi ciudad que se propone reproducir las condiciones mentales y psicológicas que nos conducen a producir dopamina, para así proporcionar una experiencia de felicidad genuina, desde la química. Es un simple entretenimiento, una experiencia de sentidos como las que tanto se han ido poniendo de moda. Gastronómicas, de actividades de riesgo, culturales… ¿por qué no de felicidad? A fin de cuentas, es lo que buscamos en el ocio. Ser un poco más felices, dejar de lado lo gris de lo cotidiano y despejar nuestra cabeza de las preocupaciones del día a día… y bien sabemos que en los últimos años estas preocupaciones no han sido para nada menores.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en cómo nos va ganando la batalla lo artificial, lo prefabricado, lo sintético. Perdemos de vista las circunstancias para quedarnos solo con la esencia. Como si pudiéramos embotellar lo bueno de la vida y consumirlo cuando lo necesitemos.
Es cierto que necesitamos espacios de expansión, de divertirnos y ser un poco más felices… ¿pero tenemos que vivirlos en la lógica del consumo? Pienso que la auténtica felicidad está más vinculada a la gratuidad que al bienestar. Porque el bienestar es una consecuencia, no un fin. Pero estamos recibiendo el mensaje contrario. Se trata de estar bien con uno mismo, con una misma. Y todo se ordena a ese fin. Si conocemos las claves de la química cerebral y las podemos manejar para sentir felicidad, ¿por qué no? ¿qué hay de malo?
Echo en falta la reflexión sobre qué nos da la felicidad, la auténtica. La que perdura. No la que pasa tras el tiempo que he contratado o la que se me escapa una vez que mi cerebro vuelve a la normalidad por sí solo. Porque esa felicidad, la de verdad, no es una experiencia personal, solitaria, que puedo mover a voluntad. Tiene que ver con la vida compartida y reída en compañía. Con el buen humor de los amigos y los chistes malos de los familiares. Con el recuerdo agradecido de los buenos momentos y la consolación recibida en los peores. Y sí, es una cuestión de química, al final. Pero no solo.
No podemos encapsular y vender felicidad, porque no podemos encapsular y vender la vida. Aunque a veces nos vendan la idea contraria.
Álvaro Zapata sj
pastoralsj
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