La Cuaresma es un buen momento para pensar sobre cómo nos alimentamos: no tanto sobre pescado y ayunos, sino cómo participamos en la preparación de las comidas en familia.
Hubo un tiempo en que esa preparación era lenta y vista como el principal trabajo de la dueña de casa. Cuando estaba lista, la familia se reunía y compartía los alimentos ofrecidos. Nadie dejaba de presentarse – era lo que estaban esperando. Era el resultado del cuidado y la experiencia de la madre o de cualquiera que la hubiera preparado y cocinado.
Era una ocasión que no se podía perder, porque se estaba hambriento, y porque la vida familiar estaba ahí. Uno se sentiría fuera de la familia si no se presentara, no importa que la reunión fuera llena de discusiones y arrebatos. Se luchaba por su silla, y aunque otro se la ganara, se permanecía en la mesa. Era una comida preparada lentamente, hecha con amor, para una buena compañía.
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