Saturday, October 18, 2008

AL OTRO LADO DE MI FRONTERA por Ángela C. Ionescu de Buenafuente


Señor, enséñanos a orar (Lc 11, 1).
Orar... Las redes vacías, las manos cansadas, el cuerpo quebrantado. “Para nada”, dice una voz débil, pero pertinaz. Ni siquiera con la seguridad de estar orando. Y sin embargo, ésa es la ofrenda, aunque no me dé cuenta. Ofrenda de tiempo y brega, a oscuras, de noche, toda la noche. Ofrenda de continuar por Él, para Él, aunque no sepa siquiera si se entera de lo que le ofrezco. Y de desoír la maligna vocecilla insidiosa que murmura que todo es inútil.
Qué bueno para saber de la propia pequeñez, de la inmensa limitación de cuanto puedo. Qué bueno palpar la impotencia a pesar de la voluntad y del esfuerzo. Qué bueno entender la propia nada, saberla cierta y tangible. Aunque no me venza el sueño, ni la fatiga, ni el frío, ni el hambre -en todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado-, aunque pueda bregar hasta el amanecer por encima de todos los cansancios -nadie nos apartará del amor de Cristo-, qué bueno conocer las propias fronteras, tan estrechas... Muy poco más allá del propio límite está Dios, al otro lado de la frontera.

Donde termina mi fuerza, comienza la tuya. Donde acaba mi capacidad, empieza la que Tú tienes. Al otro lado de mi estrecho horizonte está tu gloria. ¡Qué bueno tocar la impotencia! ¡Es tan palpable! Más allá de su umbral, muy poco más allá está tu poder divino. Tan sólo tengo que llegar al límite de mi incapacidad para encontrarte a ti, tan sólo tocar mi pobreza, no rehuirla, para que se manifieste tu esplendor. Entonces amo la incapacidad, amo la brega inútil de noche y hasta quizá con el mar levantado. Olas como muros señalan mi límite. Al otro lado estás Tú. Vientos como diques levantan barreras de agua encrespada, o quizá de torbellinos de arena. Al otro lado estás Tú.

Amo descubrir mi pobreza, lo bajo de mi dintel, lo cercano de mi límite. Tú estás tan sólo al otro lado de mi engañoso poder y de mi falsa riqueza. Cuando entendí mi pequeñez, debilidad e impotencia, hice de verdad mi primera oración.
Ecclesia

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