Thursday, January 22, 2009

Princesas de otoño


Me gusta descubrir en las mujeres hermosas, si son inteligentes, el trazo de melancolía que el tiempo les fija en alguna esquina del rostro. El espejo les devuelve una mirada de sereno donaire, pero la caducidad y el carácter efímero del mundo y sus vanidades dictan su lección. Podría invocarse a Ovidio, a Horacio, a tantos poetas clásicos y modernos que animan a la mujer apuesta a que aproveche sus mejores días en la certidumbre de la entraña fugaz de todo, y más de la belleza, pero eso es tiempo perdido, sea hombre o mujer, guapa o feo quien escucha el aviso. Nadie escarmienta en cabeza ajena, ni hay un solo joven en el mundo que no esté persuadido de que en él se ha detenido el discurrir del tiempo, que la juventud no es una estación de paso sino un bien en propiedad que le ha otorgado el destino. Volviendo a la mujer, me sobresalta el esplendor de la carne, la primavera cierta e infalible que ni siquiera precisa mirarse en el espejo para convalidar su gracia de beldad, pero siento debilidad por el instante en que la arruga no disimula su presencia.
La mujer bella, princesa de la edad madura, conoce ya todo cuanto ha perdido, pero también todo cuanto le pertenece: ha limado su carácter de afectación y regala un beso o se premia con una noche de amor no porque espere nada, sino porque sabe que la vida es una moneda de cambio, que aquello que no se gasta se pierde. Todas estas cosas nos pasan, más o menos, a todos pero en nadie alcanza tanta veracidad y emoción como en una mujer bonita. Colecciono miradas y guiños del estío tardío, de principios de otoño porque amo la belleza cansada, la gracia tímida, la complicidad de la inteligencia.

Juan Antonio Tirado
Del blog "El país de Alicia"
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