Monday, January 04, 2010

El grito de un Cristo dividido




(Pedro Langa Aguilar, OSA- Teólogo y ecumenista) Del 14 al 23 de junio de 1910, tuvo lugar en Edimburgo la Conferencia Mundial de Misiones. La denuncia del catequista que allí se arrancó en contra de una misionología occidental acostumbrada a presentar en sus tierras un Cristo dividido, fue la chispa que puso en marcha el motor del ecumenismo, cuyo centenario celebramos este año. Esencialmente, fue un encuentro consultivo, pero allí se pusieron las bases de un nuevo tipo de amistad entre cristianos reunidos de naciones, etnias y credos diferentes.


Ninguna conferencia anterior había concitado a tantas Iglesias jóvenes. Sus aspiraciones se centraron en coordinar la actividad misionera de distintos organismos por entonces en boga, cuyas sucesivas citas no hicieron sino probar cumplidamente lo que todo buen ecumenista a estas alturas reconoce: que en Edimburgo 1910 está la carta fundacional del movimiento ecuménico de nuestros días.


El Concilio Vaticano II vería en ello, muchos años después, una gracia extraordinaria del Señor para la Iglesia del siglo XX. Y Juan Pablo II, abriendo el Sínodo para África de 1994, la estrecha relación entre unidad y misión. Se quiera o no, Edimburgo 1910 había terminado comprendiendo cuán necesaria es la unidad a la hora de las misiones. De modo que sucesivas cumbres de estos movimientos fueron dando forma a un proyecto de unificación tendente a potenciar la eficacia de sus programas. Desdichadamente, las guerras mundiales impidieron llevarlo a efecto hasta 1948, año en que la idea salió a flote en Amsterdam con la fundación del Consejo Mundial de Iglesias.


Hoy podemos asegurar que el moderno movimiento ecuménico es una gracia singular del Espíritu Santo que a todos interpela y a todos incumbe, aunque no siempre se entienda así, ni el apoyo que a menudo recibe sea unánime.


A nadie se le despinta que del grito por un Cristo dividido en tierras de misión al cúmulo de celebraciones pancristianas durante 2010 media gran trecho. De ahí que las maravillas por Dios obradas en tan atractivo quehacer intereclesial, muchas e incesantes sin duda, obliguen a sentir como dichas también para los obreros de esta Viña del Señor las palabras de Jesús que el Octavario ha elegido este año como lema: Vosotros sois testigos de todas estas cosas (Lc 24,48).


Vida Nueva

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