Antonio Delfau: "No se escuchó a las víctimas"
El jesuita Antonio Delfau, director de la revista Mensaje, fue uno de los principales críticos no sólo de Karadima, sino también de la actuación que tuvo la Iglesia Católica en el caso. Hoy, tras el fallo del Vaticano contra el ex párroco de El Bosque, cree que su entorno también debe responder: "El victimario siempre necesita de la complicidad o ingenuidad de otros para actuar".
En abril de 2010, cuando recién habían estallado en la prensa las acusaciones de abuso sexual en contra del sacerdote Fernando Karadima, el director de la revista Mensaje, el jesuita Antonio Delfau, sorprendió con una frase que rompió con el hermetismo que había tenido hasta el momento la Iglesia Católica. "Ha llegado la hora de las víctimas", fue lo que dijo.
En los días posteriores, Delfau prefirió guardar silencio, luego que desde la jerarquía de la Iglesia y de la Compañía de Jesús le pidieran "prudencia". Esto, pese a que siempre estuvo ligado al caso: fue uno de los primeros en oír el testimonio de una de las víctimas, cuando en 2003 y tras hacer la denuncia ante la Iglesia, el ex novicio jesuita, el filósofo José Andrés Murillo, le relató lo sucedido.
Delfau quedó impactado. Sobre todo porque a Karadima lo conoció cuando, a los 15 años, fue parte del movimiento Acción Católica, que lideró el sacerdote hasta hace unos meses. Años después, sin embargo, y tras conocerse las denuncias por abuso sexual, el jesuita se convirtió en uno de sus principales críticos. No sólo por los hechos que cometió y que acaban de ser ratificados por un fallo del Vaticano; también por el rol que, a su juicio, tuvo en Chile la Iglesia en la demora en investigar y el trato a las víctimas.
No era la primera vez que rompía con el círculo de Karadima: en 1976 lo hizo por discrepar de su excesivo conservadurismo frente a temas "morales".
-Usted conocía a Karadima, ¿qué pensó de las denuncias?
-Sentí mucho estupor, porque yo había participado en su parroquia a principios de los 70, a los 15 años. Yo estudiaba en el San Ignacio de El Bosque y, en ese tiempo, los jesuitas tenían medio abandonado el colegio, porque pensaban que la opción tenía que ser mucho más radical y dirigida hacia los más pobres. Entonces, hubo un suceso importante en mi vida: murió mi papá. Y como Dios siempre fue muy importante para mí, unos compañeros me invitaron a participar en Acción Católica, que dirigía Karadima.
-¿Qué le pareció el sacerdote?
-Desde siempre el discurso y las prédicas de Karadima me parecieron muy pobres. Pero seguí yendo a la iglesia El Bosque durante muchos años, porque en esa época el párroco era monseñor Daniel Iglesias. Él predicaba muy bien. Sin embargo, con Karadima tuve una relación afectuosa, de mucho respeto y cariño. Nunca fui del grupo más íntimo, porque era un poco crítico pues en esa parroquia había escasa acción social. Lo único que se hacía era llevar revistas a los enfermos de los hospitales.
-¿Cuándo se alejó del círculo de Karadima?
-En 1976, cuando echaron de la parroquia a un chiquillo porque su hermana pololeaba con un hombre separado. Era laico, leía las lecturas. Para él fue muy doloroso. Entonces, me encontré con el presidente de Acción Católica de la época, Sergio Morales, hermano de Juan Esteban Morales (actual párroco de El Bosque) y le dije: "Ustedes se me cayeron. Fulano no tiene ninguna culpa. Su hermana tiene 26 años y él tampoco tiene derecho de imponerle nada a ella". Después de un tiempo, fue una delegación de ellos a mi casa, para explicarme por qué lo habían sacado del grupo."Me parece que sus argumentos se apartan del Evangelio", les respondí. Finalmente, mi distanciamiento con El Bosque fue por su conservadurismo extremo y también por su cercanía con el gobierno militar.
-¿Y escuchó alguna vez sobre abusos sexuales?
-No. Pero cuando me enteré, averigüé con personas que conocí en esa época. Y me encontré con otras cosas, que no eran directamente abusos sexuales, pero sí de conciencia y dominio. Hasta que hablé con un sacerdote que después fue marginado por Karadima, pero que estuvo mucho años en la parroquia, y que me dijo que había escuchado de varios casos. Ahí casi me caigo del asiento. Mira qué ingenuo fui: y yo que pensaba que el caso de Murillo, que en cierto sentido es el de menor abuso, era el único.
Las Víctimas
-En abril de 2010, apenas estalló el caso, usted dijo públicamente: "Es la hora de las víctimas". Su frase cayó como una bomba en la Iglesia.
-Sí. Y me la reprocharon mucho.
-¿Quiénes?
-Me pidieron prudencia desde la jerarquía; también desde la misma Compañía de Jesús. Cuando te dicen que tus palabras pueden entorpecer la buena conclusión de las investigaciones, eso es muy delicado, porque para uno eso representa un problema de conciencia. Lo que yo quería era justamente que las investigaciones llegaran a buen término. Y al ser categórico, creía que estaba ayudando, al decir que no había que hacer defensas corporativas y que había que poner el acento en las víctimas.
-¿Sentía que las víctimas estaban abandonadas?
-Sentía que cada vez que las autoridades eclesiásticas hablaban, lo hacían más del sacerdote acusado y sus derechos, que de las propias víctimas. Entonces, para mí había un desnivel muy grande.
-Públicamente, se vio sólo a usted del lado de los denunciantes.
-Yo también recibí consuelo de parte de muchas personas que se sentían aliviadas con mis palabras. Para mí fue muy difícil, porque soy sacerdote y quiero ser obediente. Sin embargo, una autoridad eclesiástica, a quien prefiero no nombrar, me dijo que yo tenía un afán desordenado de figurar y de querer estar en los medios. Eso también es doloroso, porque te están diciendo que es por vanidad, egolatría. Eso me hizo callar.
-¿Y su silencio se lo reprocharon las víctimas?
-Algunos me reprocharon que me hubiera quedado callado. "Nos dejaste abandonados", me dijeron. Fue en la época en que el caso partió a Roma. Recuerdo que, de alguna forma, para defenderme ante ellos, les expliqué que "ya está todo en las manos en que debe estar". Me sentía tranquilo, porque no había ningún poder fáctico que pudiera estar impidiendo el buen fin del caso.
Lentitud
-¿Qué le pareció el fallo del Vaticano?
- La Santa Sede actuó con mucha rigurosidad. Aún queda la apelación, que es correcta porque el debido proceso siempre debe existir, aunque lamento que, por muchos años, no existiera para las víctimas. El fallo lo veo con esperanza, porque sienta precedentes: se trata de personas muy poderosas que, sin embargo, no pudieron imponer su poder sobre la verdad.
-¿En qué pie queda hoy la Iglesia Católica?
-Este fallo es muy contundente para todos los católicos que, en algún momento, se sintieron confundidos por la dilación, por la lentitud y por el programa Informe Especial, que causó un enorme impacto por la exposición de las víctimas. Tal vez el mayor acierto del Arzobispado de Santiago fue enviar el caso a la Congregación para la Doctrina de la Fe, aunque tengo entendido que también era una obligación hacerlo cuando están involucrados menores de edad.
-¿Cuál es el error más grave de parte de la Iglesia?
-A partir de 2005, las víctimas tuvieron derecho a presentar sus declaraciones por escrito, firmadas ante un notario eclesiástico. Lo que hubo fue dilatación y no escuchar a las víctimas. Fue un proceso extremadamente lento. Sabemos que el padre que estaba encargado del caso se disculpó al respecto diciendo que no era su culpa. Yo creo que hubo obstaculizaciones y filtraciones. Hay que decir también que al comienzo del caso, incluso se dijo que esto era una confabulación de los jesuitas.
-¿Por qué?
-Porque quizás aparecí pidiendo que se dieran garantías y que esto se demoraba mucho. También, porque escuché a una de las víctimas. Pero acá nunca hubo una confabulación.
-¿Qué opina del rol de la justicia chilena en el caso?
-Hasta ahora, ha sido una vergüenza.
Los obispos de Karadima
-¿Cómo ve la situación de los obispos del entorno de Karadima? ¿Cree que deben dar una explicación?
-No soy nadie para decir qué deben decir los obispos, pero ellos son pastores de las diócesis. En el caso de dos de ellos, uno es de Talca y el otro de Linares. Otro es el pastor de todas las Fuerzas Armadas y otro, el vice gran canciller de la UC y obispo auxiliar de Santiago. Por lo tanto, ellos tienen una responsabilidad muy grande respecto de decir una palabra muy clara sobre el pronunciamiento del Vaticano y dar explicaciones, porque van a quedar muchas interrogantes.
- ¿Qué interrogantes?
-No sabemos si hubo complicidades o ingenuidad o han sido víctimas y nunca lo han dicho. Esas cosas se las puede preguntar cualquier persona.
-¿Y exceso de fidelidad?
-Eso tendría que preguntárselo a ellos. Lo que digo es que ellos tienen responsabilidades pastorales, porque si yo soy fiel de una diócesis tengo que creer en mi pastor, en su ecuanimidad, en que va a actuar bien, correctamente de acuerdo al Evangelio y a lo que enseña nuestra santa madre Iglesia. Hay algo que decir ahí, porque el Vaticano ha sido muy claro y severo en su dictamen.
-¿De qué manera deben responder?
-No hay que hacer leña del árbol caído, en el sentido de que no nos debemos centrar exclusivamente en el victimario, porque éste siempre necesita de la complicidad o ingenuidad de otros para actuar. Hay que ver quiénes han tenido responsabilidades de distinto tipo, encubriendo consciente o inconscientemente; ingenua o no ingenuamente; en complicidad o no queriendo ver la verdad. Porque eso también pasó en el gobierno militar. ¿Cuántos no quisieron ver la verdad?
-Además de esos obispos, ¿de quién más le gustaría escuchar una explicación?
-Me gustaría que lo hicieran muchos que han callado y se han mantenido en una especie de imparcialidad. Creo que en esto no se puede ser imparcial. Es lo mismo que ocurrió durante el gobierno militar: uno no podía ser imparcial entre una bota que oprime y la persona que está oprimida bajo la bota. Acá los más desvalidos fueron las víctimas. A ellos los considero unos verdaderos héroes por mostrar intimidades que son sumamente humillantes.
Por: Ana María Sanhueza
Revista Que Pasa
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