Tuesday, April 17, 2012

Algo para pensar y orar en esta semana

“Y al tercer día resucitó de entre los muertos”. Esta es la declaración pura y simple del Credo. Pero, ¿por qué nos da la esperanza que, igual que a Jesús, tú, yo y todos nosotras/os, luego de nuestra muerte, nos llevarán a la vida eterna? Debemos admitir que, al hablar sobre la Resurrección de Jesús, estamos totalmente fuera de nuestro entendimiento, pues ella fue una iniciativa divina. El mejor lugar para comenzar puede ser desde el punto de vista de Dios. La pregunta de Dios fue: “¿Cómo podemos hacer llegar a los discípulos que el Amor Divino conquista todo, incluso la muerte, y que Jesús traerá a las personas desde la muerte hacia la vida y la alegría eterna?” Los discípulos habían visto que Jesús había resucitado a varias personas: el hijo de la viuda, la hija de Jairo y Lázaro. Estos hechos les habían dado algo de esperanza sobre la muerte. Pero ahora el mismo Jesús estaba muerto, y la Muerte parecía que lo había derrotado.

Para llegar a creer que, en su muerte, Jesús había vencido a nuestra muerte, los discípulos iban a necesitar ser convencidos en forma contundente. Por esto, las Personas Divinas deciden que Jesús Resucitado – el mismo, aunque diferente – se presente ante sus desesperados y conmocionados discípulos. Se reuniría con ellos en un día cualquiera y levantaría el velo suavemente. Poco a poco, lo reconocerían. Se darían cuenta que Él ha vuelto a ellos para llevarles, y también a nosotros, a la dimensión de la realidad divina donde Él reside. La resurrección de Dios fue planificada por Dios, no por discípulos que estaban tratando de recuperar su credibilidad luego de la ignominiosa muerte de su líder.

Fue una iniciativa Divina, un rayo desde el cielo. Pillados de sorpresa, los discípulos demoraron en convencerse que algo dramático había sucedido, y que eso lo cambiaba todo. Su fe en la Resurrección de Jesús estaba basada en los tiempos que compartieron con Él. Nos cuentan que lo encontraron, no una vez sino varias veces, en el Huerto, en la sala de la Última Cena, a la orilla del lago, en la posada de Emaús. Sobre la naturaleza de los encuentros entre el Señor Resucitado y los discípulos, no tenemos más conocimiento. Pero no debemos espiritualizar el fuerte realismo de esos encuentros, los que ocurrieron en la frontera entre el mundo de Dios y nuestro mundo. El mundo, por supuesto, no es solo nuestro; también es de Dios.

Espacio Sagrado

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