Tuesday, April 10, 2012

Ciclo de meditación bíblico: EL MIEDO

Las emociones básicas del ser humano son seis: Miedo, tristeza, alegría, ira, sorpresa y aversión. Todas ellas están presentes en la Escritura. La intención de este Ciclo de Meditación Bíblico es favorecer la lectura de la Palabra de Dios a partir de la situación vital de las personas, en la cual las emociones fundamentales juegan un papel decisivo.

Concéntrate. Lee calmadamente estas líneas:

El miedo es tan antiguo como nuestra memoria. ¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que sentiste esta emoción? Estabas solo/a. Estabas acompañado/a… Era de noche. Te faltó tu padre. Te aferraste al vestido de tu madre. Te sentiste amenazado/a. Un ruido… Algo desconocido te inquietó. Sentiste una inseguridad desconocida. ¿Recuerdas tus primeros miedos?

Transpórtate al presente. Han pasado muchos años. Los miedos de antes no son los mismos de la niñez. La oscuridad no te asusta igual. No dependes ya de tu madre. Pero se han levantado nuevos temores. El futuro te parece amenazante: cambios en el trabajo, enfermedades nuevas, amores que podrían fracasar… Hay cosas que te dan miedo. Algo has aprendido sobre qué hacer cuándo te asalta el temor, ¿verdad?

Aun así, el miedo es en ti una emoción adámica inextirpable. Adán y Eva temieron a Dios en el paraíso. Mientras vivas tendrás la capacidad de temer. Cuando mueras nada te podrá asustar. El temor es una emoción indispensable que nos alerta de los peligros. Si el hombre primitivo no hubiera temido a los leones, nuestra especie no habría llegado tan lejos. Pero ese mismo hombre tuvo que vencer con lanzas y flechas para comer y criar a sus hijos. Hay riesgos que es necesario correr.

Pero hay también temores completamente injustificados que nos paralizan e impiden, por ejemplo, luchar por el amor de nuestra vida o gozar simplemente con la creación. En la tradición budista de Siddhartha Gautama Buda, se enseña: “Conducidos por el miedo, los hombres acuden a muchos refugios, a montañas, bosques, grutas, árboles y templos. Tales, empero, no son refugios seguros. Acudiendo a estos refugios, uno no se libera del dolor” (Código Dhammapada, 188-189).

Un mito de Teotihuacán cuenta que los dioses se reunieron, antes que hubiera días, con el propósito de alumbrar el mundo. Tecuzitecatl, un dios rico, dijo “yo tomo el cargo de alumbrar el mundo”. Puesto que nadie más se ofrecía, los demás dioses determinaron que lo hiciera Nanahuatzin, un dios pobre. Ambos presentaron las ofrendas pedidas, pero cuando fue necesario que estos dioses se ofrecieran a sí mismo al fuego, el dios rico tuvo miedo y se echó atrás. El dios pobre, en cambio, entró en las llamas. Entonces el rico, al ver el coraje de Nanahuatzin, le siguió. Y a ellos imitó un tigre. Los dioses esperaron. Se volvieron hacia el Oriente y vieron salir el sol y la luna.

Tómate un tiempo para responder estas preguntas: ¿Cuáles son hoy tus miedos? ¿Qué es lo que estos últimos meses te asusta, intimida o aterra? ¿Qué miedos te hacen arrancar? ¿Hay algo que actualmente te genera pánico?

Lee este episodio del Evangelio: Mc 4, 35-41

Orientación: El episodio de la tempestad calmada alude a las agitaciones que amenazan nuestra vida. El mar simboliza la muerte. Los discípulos creen que van a morir. Jesús triunfa sobre los vientos y el mar. Vuelve la serenidad. Pero no siempre se podrá contar con Jesús. Un día el no estará. Es así que el Maestro transmite a los discípulos su capacidad de conjurar los peores peligros. Les contagia su fe y les enseña a creer, pues su fe les alcanza para muy poco. El miedo puede vencerlos. La fe, en cambio, puede lo imposible. Jesús, que cree en Dios, puede lo que nadie puede. Hacer que los vientos y el mar le obedezcan. Esto mismo debieran poder hacer los discípulos, y hoy nosotros, con fe.

La Palabra de Dios no falla. Hazle caso. Frente a los miedos que te acechan, ten fe. Los que confían en Dios son invencibles. Cree y triunfarás, el día y de una manera que no sospechas.

Lee este episodio del Evangelio: Mc 10, 32-34

Orientación: Los discípulos que seguían a Jesús en su subida a Jerusalén estaban asustados. Tenían razón para estarlo. Jesús les había anunciado que lo iban a matar. ¿Quién en su sano juicio podría poner su confianza en un líder que predice su propio fracaso?

A dos mil años de distancia puedes preguntarte: ¿quién es tu Maestro? ¿Quiénes te muestran un camino? Seguir a un Maestro te exigirá reconocer tu vocación y ser fiel a ella. Tú podrás compartir la misión del Maestro, pero él nunca conocerá a fondo tu vocación. La misión puede ser común, la vocación jamás, es siempre única y original. Los malos maestros hacen que sus discípulos acaten su voz. Los falsos maestros absorben su libertad y los obligan a hacer lo que ellos quieren como si ellos tuvieran la verdad absoluta. Los buenos maestros, en cambio, ayudan a sus discípulos a reconocer la Voz entre las voces. Los buenos maestros transmiten a sus discípulos la gramática para reconocer la voluntad de Dios. Les enseñan, sobre todo, a ser valientes, a lanzarse a las llamas. A vencer el miedo a ser originales. Los buenos maestros educan a los iniciados a buscar y a perseverar, a rechazar las tentaciones y a inventar ese camino completamente original que es la vocación y del cual depende a la larga la felicidad de cada cual. A la larga, porque en lo inmediato ser fiel a la vocación da miedo, es riesgoso. Muchos arrancan de su vocación porque ven que seguirla les acarreará un sin fin de renuncias, problemas, incomprensiones o agresiones. Es más fácil hacer lo mismo que el “rebaño”. Pero, quien no se vence a sí mismo para llegar a ser uno/a mismo/a, puede pasar a la historia sin haber iluminado jamás a nadie.

Hazle acaso caso a la Palabra. El camino no será fácil. Lo importante es creer que los que lo intentan triunfarán. ¿O prefieres ser un turista de tu propia vida? ¿Un personaje secundario de tu drama de existir?

Lee este episodio del Evangelio: Jn 14, 26-29

Orientación: Al Padre de Jesús nadie lo ha visto nunca. Jesús resucitó y se ha vuelto invisible. ¿Quedaron entonces solos los discípulos? No, porque el Espíritu les hizo presente a Jesús y Jesús al Padre. Dios no los abandonó jamás. El Espíritu de Cristo resucitado les insufló la paz de la fe. Desde entonces, los que creen en Dios triunfan sobre los temores y terrores de la vida.

¿Crees tú que Dios te ama? Créelo y vivirás en su amor. Ama y otros creerán gracias a ti. Vencerás tú y los tuyos. Confía. Abandónate. Ningún miedo tiene derecho a impedirte vivir en paz. La paz es un regalo del cielo para quienes confían en las palabras de Jesús: “Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo”. Ten fe, cree en el amor, deja que la paz se instale en tu corazón y disipe tus miedos.

En cambio, si el temor te devora no conocerás nunca la dicha de ponerse en las manos del Padre. Jesús lo hizo. Por ir a la muerte pudo decir “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12). Si el Hijo lo hizo, también los hijos y las hijas de Dios pueden alumbra este mundo. Tú eres hijo/hija de la Luz. No te rindas a las tinieblas.

Lee este episodio del Evangelio: Mt 25, 14-30

Orientación: Los miedos te pueden liquidar la vida. La vida es para cultivarla y gozarla. Hacer un hoyo en la tierra para no perder el talento que Dios te dio, equivale a perderlo para siempre. Hace dos mil años el talento era una moneda. Con el pasar de los años ha llegado a significar un don. No sacarle partido al don que se tiene por miedo a perderlo, por miedo al ridículo o por temor a equivocarte, equivale a enterrar el talento. El don es como la vida: se la vive o se sobrevive. La vida es un riesgo. Quien no arriesga no vive. Se pone a la orilla de la existencia y contempla cómo los demás son protagonistas de cielo y de la tierra.

No hagas del miedo un “dios”. No le pidas a este “dios” que te haga el favor de resolver los problemas. No le pidas que te levante el castigo. Dios no castiga. A Dios no se le teme. El cree en ti. Cree tú en ti mismo/a. Dios te ha entregado la creación para que la goces. Lo único que Dios quiere es tu felicidad. Confía en él. Sácale partido a tu talento. Ponlo en juego. Si pierdes, Dios, que te quiere, te rescatará del modo menos pensado.

Tú tienes un talento escondido. Hay algo que solo tú puedes hacer en este mundo. Deja de ser un personaje secundario y hazte protagonista de tus días. Los demás no te conocen. Están a la espera de ti. Ni tú conoces tu misterio. Esfuérzate en descubrirlo. Esta oportunidad la tienes hoy. Hoy es tu día.

Jorge Costadoat SJ
Cristo en Construcción

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