Tuesday, April 03, 2012

No es tiempo de dormir. Con Jesús en Getsemaní

Una reflexión ante ‘La Oración en el Huerto’, de El Greco, en Andújar


FRANCISCO ROSALES FERNÁNDEZ, vicario de Evangelización de la Diócesis de Jaén | “Velad y orad”. Próximos a la Semana Santa, hacemos nuestras las palabras que Jesús dirige a sus discípulos en Getsemaní y nos disponemos a acompañarle en el camino de la Cruz. La Oración en el Huerto pintada por El Greco, y que se conserva en la parroquia de Santa María de Andújar (Jaén), nos ayudará en esta ocasión a revivir con el Señor aquellas horas agónicas previas a su Pasión, al tiempo que nos invita a permanecer despiertos ante los diversos trances, dudas y silencios que nos acechan a diario.

La angustia y la soledad

La propuesta de Jesús a sus discípulos más cercanos, para que velasen y orasen en un momento tan delicado como era su agonía en Getsemaní, debió de impactar a las primitivas comunidades cristianas, porque así queda reflejado en los cuatro evangelios. La narración pone en contrapunto, en el interior de Jesús, dos aspectos aparentemente irreconciliables desde la lógica humana, pero aceptados por la fe cristiana: que Jesús es verdadero Dios y, a la vez, verdadero hombre.

Esto siempre ha llevado implícito una serie de interrogantes: ¿cómo encarnarse en la historia de los hombres sin pasar por las situaciones límite por las que todo humano atraviesa? ¿Cómo vivió la experiencia de un Dios aparentemente distante y enigmático, como la tienen todos los hombres?

La fe entre los pinceles

En el Concilio de Calcedonia (451), la Iglesia proclamó que en Jesucristo hay una sola persona con dos naturalezas. A los monofisitas les costaba trabajo admitir que la divinidad de Jesucristo pudiese ser plasmada en unas imágenes materiales, pero el II Concilio Ecuménico de Nicea proclamó en el año 787 la posibilidad y la conveniencia del uso de las imágenes.

Allí se entendió que imaginar a Cristo es una consecuencia de su encarnación, y que el honor rendido a las imágenes las traspasa a ellas mismas. Posteriormente, el Concilio de Trento contrarrestó el rechazo calvinista y el pietismo exagerado de algunos católicos. La gran tradición cristiana, tanto católica como ortodoxa, ha considerado siempre que la fe se puede expresar a través de imágenes.

Domenikos Theotokopoulos, de sobrenombre El Greco, nació en Creta, su educación fue oriental, sus primeros pasos artísticos consistieron en pintar iconos. Fue un personaje extravagante, pero profundamente religioso.

Su fe católica queda patente en algunas frases de su testamento de 31 de marzo de 1614: “Estando echado en una cama enfermo de enfermedad que dios nuestro señor me fue serbido de me dar y en mi buen seso juicio y entendimiento natural teniendo creyendo e confesando como tengo creo y confieso todo aquello que cree y confiesa la santa madre iglesia de Roma y en el misterio de la Santísima Trinidad en cuya fe y crehencia protesto bibir y morir como buen fiel y católico cristiano”.

Su pintura no se puede comprender ignorando la profundidad de su fe, y nunca abandonó el simbolismo oriental como mejor lenguaje para expresar la vivencia espiritual.

El cuadro de Andújar

El óleo que se conserva en la parroquia de Santa María de Andújar es un lienzo de 169 x 112 centímetros, firmado con caracteres griegos minúsculos en el ángulo inferior derecho con estos términos: “Domenikos Theotokopoulos epoiei”. Los expertos sitúan su composición en el período de madurez del artista, concretamente entre los años 1605 y 1610, ya que en él se encuentran presentes todos los recursos adquiridos por el pintor.

La escena se inspira en los evangelios canónicos, haciendo una síntesis de ellos y tomando detalles de los cuatro, costumbre habitual a lo largo del arte. También hay que incluir como antecedentes literarios las Meditaciones de Passione Christi, atribuidas a san Buenaventura y que tanto influyeron en la piedad popular en la baja Edad Media.

La obra fue encargada por Antonio Sirviente de Cárdenas, miembro del Tribunal de la Inquisición de Andújar. Junto con otros cuadros de distintos autores, se encajó en un retablo diseñado por Sebastián de Solís para la parroquia de Santa María de la ciudad giennense.

Durante mucho tiempo pasó desapercibido su valor, hasta que en 1914 reparó en ella el canónigo de la catedral de Baeza don José Juliá Feliú, que se hallaba en la ciudad predicando una novena. Debió ser un hombre ilustrado este señor, atento a las últimas investigaciones, ya que, solo unos pocos años antes, Manuel Bartolomé Cossío había sido pionero en la consideración científica de la obra de El Greco, incomprendida e ignorada hasta ese momento.

Durante la Guerra Civil de 1936, se pudo conservar gracias a que se encontraba en Madrid para ser restaurada. Si no hubiese confluido esta circunstancia, con seguridad habría tenido el mismo destino que el resto de las pinturas que componían el retablo, que fueron pasto de las llamas.

VN

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