El evangelio de este domingo nos invita a imaginar y observar con atención algunos gestos, rasgos y palabras presentes en Isabel, los parientesy vecinos, la comunidad, Zacarías y Juan Bautista. Quisiera vincular el comentario del evangelio con la festividad de nuestros pueblos indígenas que celebran su Wetripantu, cuya relación va directamente relacionada con un nuevo ciclo.
Me permití escoger algunas letras de canciones que podrían servir de interludio para algunos versículos del evangelio.
“La era está pariendo un corazón… y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir… debo dejar la casa y el sillón… la madre vive hasta que muere el sol y hay que quemar el cielo si es preciso por vivir” (“La era está pariendo un corazón” de Silvio Rodríguez).
A nuestra querida Isabel le ha llegado la hora de parir. Imaginemos cómo se siente, sus dolores y lo que significa el trabajo de parto; quiénes la acompañan en esos momentos; la alegría inmensa que tiene al ver su paciencia y esperanza hechas carne ante la presencia de su hijo. Vemos a una comunidad que es testigo de la acción de Dios, participando de los gozos y haciendo suyo el dolor de esta familia de la sierra de Judea.
Hay que buscar un nombre para el hijo de Isabel y Zacarías. Los parientes y vecinos siguen la tradición judía, quieren controlar la situación, se aprovechan de las circunstancias.
“Respirar para sacar la voz. Despegar tan lejos como un águila veloz. Respirar un futuro esplendor cobra. Más sentido si lo creamos los dos. Liberarse de todo el pudor tomar de las riendas no rendirse al opresor, caminar erguida sin temor respirar y sacar la voz” (“Sacar la voz” de Anita Tijoux).
Isabel saca la voz, irrumpe en la historia de la salvación, provoca un cambio profundo en el seno de la historia, se impulsa hacia una transformación en la forma de pensar y sentir a Dios. Creo que los dolores de parto, tan suyos, tan íntimos, tan inefables, le dan la fuerza y el poder, desde el mismo vientre que abrigó y acogió a su hijo, para hacer uso de su derecho como mujer y madre, nombrando, en un acto fundacional de profetismo, a este niño Juan. Me atrevería a pensar en la astucia de Isabel que aprovecha el silencio de Zacarías para ser ahora ella la interlocutora de Dios por creer más prontamente que su esposo. Su fe la saca de esa cultura del silencio.
“No los oiga corazón, que sus voces no te aturda, serás cómplices y esclavos corazón, si es que los escuchas” (“Corazón libre” en voz Mercedes Sosa).
Vemos a una Isabel determinante, segura de sí misma, indiferente a lo que piensen sus vecinos y sus parientes. Exige que le respeten; no teme ser criticada; se sale de los modelos establecidos; desafía el modo en que las cosas se venían dando. ¡No podía ser que la madre diera el nombre, además en una familia de sacerdotes! Ante esta actitud, los vecinos y parientes reclaman, no comprenden, están aferrados a las tradiciones, no están dispuestos a ceder a este cambio, y le hacen señas a Zacarías, el padre, para que él decida finalmente el nombre. Con esta resistencia, de parte de los vecinos y parientes, se quiere volver al pasado, se invisibiliza la decisión de Isabel.
“Silencio grandes señores” (“Silencio” de León Gieco).
“Que es lo que me está pasando que en la quietud perfecta todo empieza a temblar, se remueven mis caminos, se hace trizas el retrato… Mi familia y mis amigos se me ponen frente a frente y solo me hacen pensar, nacerán las flores de un lugar Azul e inmenso.” (“El Navegante” de Eduardo Gatti)
Acá ¡queda la grande!, la respuesta de Zacarías desconcierta a sus parientes, pues hay una exquisita complicidad entre el padre y la madre en la comprensión del misterio que los supera. El silencio de Zacarías simboliza que siendo sacerdote del templo, ha perdido su fe y su esperanza en la maternidad de Isabel y por esto ha quedado mudo, sin poder hablar de la vida y lo más aterrador, sin poder predicar con su voz los designios de Dios. La voz, como acto de habla, es la herramienta del profeta. Podríamos decir, que Zacarías no se siente digno de Dios por haber dudado, dando lugar, por así decir, y la voz de quien ha creído. La falta de fe, la duda, el no creer que “para Dios no hay nada imposible” amordaza al ser humano, sumergiéndolo en el silencio. Es a Isabel a quien le toca hablar y decretar. Porque ella ha creído en las promesas de su Dios, convirtiéndose ella misma en profeta y profecía.
Zacarías al escribir el nombre de su hijo, reafirma la voluntad de Isabel. Se produce una verdadera igualdad entre el hombre y la mujer en la toma de decisiones. Juntos se hacen fieles a la voluntad de Dios.
La comunidad queda asombrada, acoge con entusiasmo la novedad, superando las tradiciones antiguas, se convierte y cree en lo nuevo que está aconteciendo. Este rasgo comunitario es el que hoy somos invitadas e invitados a vivir.
En la situación actual que vivimos como Iglesia chilena, Isabel, Zacarías, la comunidad y Juan, nos animan, nos exhortan y nos movilizan para ser mujeres y hombres de una Nueva Alianza.
Este tiempo es un kairós, un tiempo favorable, un nuevo ciclo, como lo es el Wetripantu, donde son posibles las trasformaciones propias de la naturaleza, pasando de una estación a otra. El cosmos se llena de energía y la biodiversidad es también posible. Podemos entregarnos, nuevamente, al anuncio, al amor, a la profecía:
“¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón. Tanta sangre que se llevó el río. Yo vengo a ofrecer mi corazón. No será tan fácil, ya sé qué pasa. No será tan simple como pensaba, Como abrir el pecho y sacar el alma. Una cuchillada de amor” (“Yo vengo a ofrecer mi corazón” de Fito Páez).
Nevenka Álvarez,
Hermana Franciscana Misionera de Jesús, Coquimbo
No comments:
Post a Comment