Al conocer la noticia de la beatificación de Conchita Cabrera, me alegré mucho y pensé que me uniría a la celebración escribiendo sobre algo sobre ella.
Luego me entraron las dudas y surgieron las preguntas: ¿Qué puedo escribir sobre esta persona que conozco tan poco? ¿Qué decir de una mujer que nació y vivió en un tiempo y una sociedad tan diferente, a nivel religioso, social, cultural, al que yo he vivido y en ello sigo?
De forma muy sencilla puedo compartir mi experiencia personal, lo que me llegó de Conchita a través de otros, acercándome a una espiritualidad de la que bebí durante bastantes años.
En 1984 nos cambiamos de casa, en otro barrio de Madrid. Fuimos recorriendo las parroquias más cercanas a nuestro nuevo domicilio, pero no sentíamos sintonía. Unos amigos nos hablaron de una parroquia que quedaba cerca aunque había que ir en coche. Un domingo nos acercamos con nuestros tres niños, bastante pequeños, a la misa de doce. Sin preguntar. Fallo. En esta parroquia (1) la misa empezaba a las… ¡doce menos cuarto! Curioso.
Hubo algo que ya nos introdujo en un “estar” al que quieres volver. La iglesia es preciosa y su estructura en forma de enorme tienda de campaña circular, te adentra en la liturgia con aires de acogida, de abrazo… “la tienda del encuentro”. Pero la homilía del sacerdote (2), que celebraba me impactó. Nos impactó. Tenía un reconocible acento mexicano.
No recuerdo las lecturas, no sé de qué trataba el evangelio pero salí diciendo por dentro: “A mí esto nunca me lo habían contado así”. Volvimos con nuestros tres niños al domingo siguiente, y al otro y otro más. Empezamos a avisar a nuestros amigos cercanos del nuestro descubrimiento, y se fueron uniendo un domingo, otro y otros más… La misa de doce menos cuarto se convirtió en algo a lo que nadie quería faltar.
No era solamente el carisma de un sacerdote a la hora de comunicar, era algo más. Cuando pude asistí a otras misas, a la tarde, en días de diario, fiestas, etc. y siempre notabas un no sé qué, no te ibas de vacío. La liturgia sencilla, alegre, orante, acogedora… y la palabra Amor, de Dios, de los hermanos, a los hermanos, etc. era el lenguaje común a todas las celebraciones.
¿Quiénes son?, le pregunté un día a alguien que vi moviéndose por la iglesia como si fuera de casa. Me contó que eran Misioneros del Espíritu Santo (nunca había oído hablar de esa orden), que fue fundada por una mujer mexicana, a principios del siglo XX, que era laica, casada y madre de nueve hijos. ¡En serio, qué interesante!… es lo que pude añadir junto a mi cara de sorpresa.
Las carreras del domingo a la mañana para llegar con nuestros tres hijos a la misa de “doce menos cuarto” las recordamos con mucho humor. Y nos fuimos adentrando en la vida de la parroquia. Vinieron los tiempos de catequesis, comuniones, grupos de pastoral juvenil para nuestros hijos; mi grupo de oración, Navidades, Semanas Santas, convivencias, ejercicios, etc.
Mientras en el fondo, en lo interior, iba reconociendo esa lluvia fina de una espiritualidad que va calando; al tiempo que descubría el sendero que Dios me ponía delante para que, si quería, fuera dando pasos hacia delante en mi vida espiritual y de fe.
En algún momento pedí me recomendaran algún libro sobre la fundadora la orden, que coloquialmente llamaban Conchita, y me lo compré (3).
Y ahora sigo hablando directamente a Conchita:
¿Sabes qué pasó, Conchita? Que le di vueltas al libro, pase hojas, volví a pasarlas, me detuve cuando dices:
“Crecí como la hierba de los campos, al natural, y qué poco entendí, ¡Dios mío” tus gracias y tus favores, la predilección tan singular con que siempre has cubierto mi pobre alma… Siempre he tenido la inclinación a escribir. (…) En esa hacienda todas las noches a la oración, al oscurecer, sentía que mi alma se remontaba de la tierra buscando con anhelo a Dios; era una hora favorita en la que embargaba a mi alma algo, siempre aquel algo que yo no entendía pero que me elevaba de la tierra haciéndome buscar el cielo!…” (4).
Pero no era mi momento, el lenguaje y la forma de expresar tu profunda espiritualidad me resultaban complejos. Creo que ha sido un acierto que respetaran tus palabras sin intentar “traducirlas”, es decir, europeizarlas o adecuarlas a los modos de estos tiempos.
“El total de los escritos presentados en Roma para el proceso de beatificación de Conchita Cabrera de Armida es casi de 65.000 páginas. Estos millares de páginas escritas con su propia mano, en medio de las tareas y cuidados de la vida de familia, sin descuidar la atención de sus nueve hijos, a los que amamantó, cuidó e instruyó, nos muestras una prodigiosa actividad como escritora”. (5)
Se necesitarían varias vidas para poder adentrarse en tu patrimonio escrito. Pero lo que sí sé es que dejaste el mensaje de Dios en tu persona para que quien se acerque a ti, ya sea por escrito o a través de quienes sean fieles al carisma que transmitiste, lo hagan llegar con docilidad y transparencia. Seguro será un gran tesoro para la vida de mucha gente.
Naciste el 8 de diciembre de 1862, en San Luis Potosí (México), en una familia con posibles, recibiste educación en casa, y a los 21 años (1884) te casaste con Francisco Hermida y vas teniendo hijos (siete chicos y dos chicas), al mismo tiempo que la misión para la que has sido llamada por Dios va dando a luz las primera ramas de las Obras de la Cruz:
- 1895 Apostolado de la Cruz. Para laicos, sacerdotes religiosos, religiosas y obispos.
- 1897 Las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús. Religiosas contemplativas.
En 1901 muere tu marido, tienes que hacerte cargo de la hacienda y seguir atendiendo a tu familia. Pero tu vida interior de mística “en medio del mundo, sin ser del mundo” según decías, sigue avanzando y crecen más ramas en las Obras de la Cruz.
- 1909 Alianza de Amor. Para laicos.
- 1912 Fraternidad de Cristo Sacerdote. Asociación de sacerdotes tanto seculares como religiosos.
- 1914 Misioneros del Espíritu Santo, sacerdotes religiosos.
Viendo esta relación de fechas, no puedo olvidar que en el 1910 se inició la Revolución Mexicana y que el proceso de fundación tuvo que ser vivido desde lo oculto, ya que había persecuciones.
¿Cómo una mujer pudo llegar a esto? Dios te pide y tú aceptas. Es el Fiat de María, que se repita a través de la historia de la humanidad que lleva dentro, aún sin reconocerlo tantas veces, el germen de la redención… de Jesús con nosotros.
¿Cómo una laica de tu tiempo se adelantó a un tiempo futuro? Dejaste bien claro que la santidad es cosa de todos. No sólo de sacerdotes y religiosos. Los laicos y laicas llamados desde el bautismo a la santidad. Todavía quedaba bastante tiempo para que el Concilio Vaticano II hablara con claridad sobre este tema en la Constitución Lumen Gentium. Sí, creo que fuiste profeta en tu tiempo para los tiempos venideros.
Desde niña tuviste mirada contemplativa. Vivías la vida con esa sana y también costosa tensión de que lo divino y lo humano van de la mano. Fuiste una gran mística y dejaste tu testimonio como herencia para quienes siguen el carisma de la Obras de la Cruz, para la Iglesia y para la humanidad.
El evangelio del día que escribo (Mt 11, 25-30), en la segunda semana de Pascua, no ha podido ser más oportuno y motivador: “Gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien”.
Esa eres tú, Concha, te dejaste hacer, aceptando sin reservas el apapacho (6) de Dios (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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- Parroquia de N.S. de Guadalupe (Madrid)
- Sergio Delmar Junco, misionero del Espíritu Santo
- “DIARIO ESPIRITUAL DE UNA MADRE DE FAMILIA-Concepción Cabrera de Armida” (m.m.Philipon, Editorial Desclée de Brouwer, 1987)
- Íbid., pág. 31
- “ECO DE MIS AMORES-Selección de textos de Concepción Cabrera de Armida”, CIDEC, México 2010, pág. 33
- “Apapacho” es como se dice en México “Abrazo”.
Mari Paz López Santos
Eclesalia
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