- El destacado prelado de Copiapó presidió la Conferencia Episcopal
- Dejó una profunda huella en su diócesis, pues alzó la voz por todos los chilenos en pleno gobierno militar
Ariztía nació y estudió en Santiago. Ingresó al Seminario Pontificio de los Santos Ángeles Custodios, de esa arquidiócesis, y estudió en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue ordenado sacerdote en septiembre de 1951 y asignado como asesor de la Juventud Obrera Católica (JOC), cargo que ocupó a nivel arquidiocesano y nacional, lo que marcó su vida para siempre. Nombrado párroco, siempre lo fue en parroquias con población obrera.
Verdadero amigo y padre
En mayo de 1967 fue elegido obispo y designado auxiliar del arzobispo de Santiago, cardenal Raúl Silva Henríquez, quien lo consagró en julio de ese año. Fue obispo en una época compleja, no sólo por la adaptación de los acuerdos del Concilio Vaticano II que se aplicaron a través del VIII Sínodo de Santiago entre 1967 y 1968, sino también por los cambios políticos ocurridos en el país desde 1970 en adelante.
Se le reconoció como un verdadero amigo y padre de su clero, respetando los diferentes carismas y manteniendo la unión en medio de corrientes muy contrarias. Fue capaz de mostrar metas más altas en medio de la contingencia del diario vivir.
Inmediatamente después del golpe militar, en octubre de 1973, fue elegido copresidente del Comité ProPaz, junto al pastor luterano Helmut Frenz. Este fue un organismo ecuménico creado para dar protección y acogida a los perseguidos por la dictadura militar.
Carta a Pinochet
Una semana después del golpe militar, el día del aniversario de la independencia de Chile, escribió una carta al general Pinochet en la que le decía: “Yo habito, Señor General, en una población obrera de la Comuna de Las Barrancas, en Herminda de la Victoria. En mi población, como en las poblaciones vecinas, no ha existido ninguna resistencia armada a las fuerzas militares. Sin embargo, en estos días, en el Río Mapocho que bordea estas Poblaciones han aparecido numerosos cadáveres, en número mayor de veinte, de los que han sido testigos centenares de pobladores, hombres, mujeres y niños. Presentan heridas a balas. No ha habido ningún combate en estos sectores, por lo cual no podemos liberarnos del pensamiento que hayan sido fusilados”.
Concluye la carta diciendo: “con dolor le hago ver estos hechos que no tienden precisamente a liberar a los trabajadores de sus resquemores, y que, comprendo perfectamente, no estén en conocimiento del Señor Presidente de la Junta de Gobierno. Es mi deber dárselos a conocer”.
En diciembre de 1976, asumió la diócesis de Copiapó a la que fue trasladado y en la que fue pastor hasta cumplir los 75 años. Entonces, se trasladó a la diócesis de Osorno donde pidió trabajar en una parroquia y lo hizo por poco más de 2 años, hasta 2003 cuando se le declaró un cáncer al hígado, incurable. Quiso volver a su diócesis donde murió el 25 de noviembre de 2003.
Voz de los que no tenían voz
A su funeral concurrió el presidente de la República, Ricardo Lagos, varios ministros de Estado y el Comandante en Jefe del Ejército de la época. Más de diez mil personas repletaron las calles de la capital de Atacama, para despedir al pastor de los pobres y al que alzó la voz por todos los chilenos en pleno gobierno militar, cuando muchos no tenían voz. Su último deseo, cumplido en el funeral, fue dar una vuelta por la Plaza de Copiapó y que quienes concurrieran a su funeral llevaran alimentos para los pobres.
“Él fue un pastor bueno, un pastor fiel”, expresó el actual obispo de Copiapó, Ricardo Morales, al hacer un perfil de Ariztía, en su homilía de la misa de aniversario. Agregó que a veces el ministerio sacerdotal se mira como una carrera, pero llamó a no olvidar que “lo principal del buen pastor es dar la vida por sus ovejas”. Destacó la valentía de don Fernando.
Agregó: “Hoy no vivimos tiempos fáciles, pero tenemos que dar respuesta valiente es este momento de la historia, no desde la ideología política, sino desde el evangelio, desde las opciones de Jesús, con la parresía y la libertad de defenderlas”, cerró Morales.
Vida Nueva
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