Dice Byung-Chul Han en No-cosas (Taurus, 2021) que las cosas están despareciendo. Esas cosas que, según Hannah Arendt, estabilizan la vida, estarían siendo sustituidas por su reverso en datos. Es una experiencia que hacemos millones de personas en el mundo. Por eso la advertencia se repite a menudo, hasta el punto de dar la impresión de que va perdiendo pegada, volviéndose roma.
La disminución y desaparición de las cosas nos deja una consecuencia evidente: cada vez nos podemos medir menos con ellas. En ese sentido, uno de los primeros beneficios que sentimos cuando hacemos el examen del día es el de recuperar nuestro cuerpo. La silla nos sostiene, el colchón de la cama nos acoge, la estancia se hace concreta y consistente. A veces da la impresión de que la jornada nos ha ido alejando de nosotros mismos: este es el momento de volver a sentir nuestro cuerpo, de recuperar nuestra estatura. Pensar y rezar tienen que ver, también, con el tacto.
Necesitamos de las cosas para saber cuánto medimos. No es lo mismo comenzar a escribir estas líneas aferrando un boli y frente al humilde espacio de una libreta o un folio, que hacerlo delante del ordenador. Frente al espacio infinito de las hojas de un procesador de texto, y con los dedos libres junto al teclado, puedo sentirme desubicado, confuso. Paradójicamente, el lugar en el que todo parece posible se convierte en un lugar donde me encuentro perdido.
Siempre decimos que la Cuaresma es un tiempo de preparación, y es así. Al final, todo en la vida cristiana se ha de medir con la muerte y la resurrección del Señor. Pero la Cuaresma también tiene que ver con recuperar la propia estatura y el uso de nuestros sentidos. Si las cosas a nuestro alrededor desaparecen, si yo mismo llego demasiado engrandecido o empequeñecido, ¿cómo podré ver bien lo que sucede en la Semana Santa? ¿Cómo no confundirse y acabar pensando que soy yo quien doy la vida por el Señor, o creer que no valgo lo suficiente para que Él la dé por mí? En Cuaresma, la oración, el ayuno y la limosna nos ayudan a desinflarnos, pero también a ganar cuerpo, cuando nos hemos reducido demasiado. Porque, cuando no somos casi nada, oración, ayuno y limosna nos ayudan a recordar que siempre podemos volver a entrar en relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
¿Quién no ha sentido que hacía más verdad sobre sí mismo y sobre la vida contemplando el mar o una montaña? Necesitamos de las cosas para conocer nuestra estatura. Sobre todo, de esas cosas tremendas, como el mar o la montaña, que permiten medirnos y soñar a la vez; o infinitas, como tu rostro, que lo hace todo posible en el amor. Pero a veces hay que empezar por esta silla, por la mesa y el lápiz, para seguir en Cuaresma.
pastoralsj
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