Una vez estuve viviendo en una casa vecina a un campo, donde los gansos Brent llegaban a pastar. Observándolos de cerca, se podían detectar las familias y otras relaciones. El macho es más grande que la hembra, y es un celoso guardián de ella y de sus retoños. Los mantiene agrupados; cualquier otro macho que se acerque es perseguido por el dueño de casa, el que carga contra el intruso con su cuello recto e inflado, furioso y con fuertes graznidos. Nunca se llega a golpes o sangre; el intruso se retira y el pastar se reinicia.
Si se observa una bandada en tierra, la primera impresión de cariñosas y pacíficas aves, cambia a algo muy parecido a una familia humana en la mesa. Se ven discusiones todo el tiempo, la mayoría sobre el territorio.
Los gansos, como las personas, no pueden compartir un espacio por mucho tiempo, sin que encuentren algo por qué discutir.
Se diferencian de nosotros – y nos dan una lección – en que poseen formas rituales e inofensivas para solucionar sus argumentos. Las discusiones no son tan severas como para interrumpir una comida, y nunca terminan derramando sangre o rompiendo relaciones entre ellos. Cuando enfrentan un ganso enojado, defendiendo su territorio con fuertes graznidos, le abren espacio. No llega la sangre al suelo, no hay expulsados o reparados, sencillamente ajustes entre las partes.
Podríamos aprender de ellos.
Espacio Sagrado
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