LECTURAS
LEVÍTICO 19, 1-2 y 17-18
Dijo el Señor a Moisés:
Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles:
Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy Santo.
No odiarás de corazón a tu hermano.
Reprenderás a tu pariente para que no cargues tú con su pecado.
No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes,
sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Yo soy el Señor.
“Dijo el Señor a Moisés”. Una parte muy importante del Pentateuco (La Ley) consiste en las leyes de Israel, de todo tipo: higiénicas, cultuales, civiles, penales... reunidas todas ellas bajo una misma calificación de gravedad: todas son importantes porque todas ellas son mandato de Dios, y por tanto son la parte de la Alianza que debe cumplir el pueblo para que Dios mantenga su protección.
El Levítico está dedicado en su práctica totalidad a las leyes, y partes de él pueden ser muy antiguas. El fragmento que hoy leemos forma parte del llamado “Código de Santidad” porque funda la obligatoriedad de cumplir las Leyes en “porque Yo soy Santo”, motivación que se aplica a cualquier precepto, desde el “amarás al prójimo” al “no uncirás juntos a un buey y un asno”.
De todas formas es llamativa la diferenciación que se hace entre “los próximos”, los parientes, los israelitas. No son leyes aplicables a los extranjeros… Probablemente su redacción última se hizo después del destierro.
1 CORINTIOS 3, 16-23
¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo; ese templo sois vosotros.
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga un necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: "El caza a los sabios en su astucia" y también "El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos".
Así pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro.
Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
Se desarrollan varias enseñanzas poco conexas.
La primera frase recoge la misma doctrina expuesta en el Levítico: la santidad del ser humano por su relación con Dios. Jesús irá (había ido) más lejos: el templo de piedras no es el lugar santo: el lugar santo son los hijos, el corazón del ser humano.
La segunda conecta con las enseñanzas que hemos leído en domingos anteriores: la sabiduría de Jesús no tiene nada que ver con la sabiduría del mundo, ni tiene nadie derecho a jactarse de ella, pues son un regalo del Espíritu.
El último párrafo muestra la mentalidad de Pablo: todo, incluso los apóstoles o los profetas, son dones de Dios para la comunidad, destinatario de la gracia.
Aunque no sea su sentido directo, apreciamos, aquí como en todo el NT, que es la comunidad la protagonista de todo, y todos los “cargos” (que no lo son) se entienden solamente para ella, como carisma de servicio.
José Enrique Galarreta, S.J.
LEVÍTICO 19, 1-2 y 17-18
Dijo el Señor a Moisés:
Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles:
Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy Santo.
No odiarás de corazón a tu hermano.
Reprenderás a tu pariente para que no cargues tú con su pecado.
No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes,
sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Yo soy el Señor.
“Dijo el Señor a Moisés”. Una parte muy importante del Pentateuco (La Ley) consiste en las leyes de Israel, de todo tipo: higiénicas, cultuales, civiles, penales... reunidas todas ellas bajo una misma calificación de gravedad: todas son importantes porque todas ellas son mandato de Dios, y por tanto son la parte de la Alianza que debe cumplir el pueblo para que Dios mantenga su protección.
El Levítico está dedicado en su práctica totalidad a las leyes, y partes de él pueden ser muy antiguas. El fragmento que hoy leemos forma parte del llamado “Código de Santidad” porque funda la obligatoriedad de cumplir las Leyes en “porque Yo soy Santo”, motivación que se aplica a cualquier precepto, desde el “amarás al prójimo” al “no uncirás juntos a un buey y un asno”.
De todas formas es llamativa la diferenciación que se hace entre “los próximos”, los parientes, los israelitas. No son leyes aplicables a los extranjeros… Probablemente su redacción última se hizo después del destierro.
1 CORINTIOS 3, 16-23
¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo; ese templo sois vosotros.
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga un necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: "El caza a los sabios en su astucia" y también "El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos".
Así pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro.
Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
Se desarrollan varias enseñanzas poco conexas.
La primera frase recoge la misma doctrina expuesta en el Levítico: la santidad del ser humano por su relación con Dios. Jesús irá (había ido) más lejos: el templo de piedras no es el lugar santo: el lugar santo son los hijos, el corazón del ser humano.
La segunda conecta con las enseñanzas que hemos leído en domingos anteriores: la sabiduría de Jesús no tiene nada que ver con la sabiduría del mundo, ni tiene nadie derecho a jactarse de ella, pues son un regalo del Espíritu.
El último párrafo muestra la mentalidad de Pablo: todo, incluso los apóstoles o los profetas, son dones de Dios para la comunidad, destinatario de la gracia.
Aunque no sea su sentido directo, apreciamos, aquí como en todo el NT, que es la comunidad la protagonista de todo, y todos los “cargos” (que no lo son) se entienden solamente para ella, como carisma de servicio.
José Enrique Galarreta, S.J.
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