Por José María Maruri, SJ
1.- Creo que ha llegado el momento de llamar a las cosas por sus nombres. Y no como insulto personal, sino como dominación que el mismo Jesús da. Esos héroes o heroínas se lucen en “¡Hola!” o “Diez Minutos” y en tantas revistas del corazón que cuentan con sus galones y condecoraciones por el número de bodas y “desbodas” hay que llamarles adúlteras y adúlteros como hoy les llama el Señor. Sean actores, toreros o directores de banco… Cuando una mujer o un hombre cambian de pareja como quien de corbata o de pañuelo es un adúltero ante Dios y Jesús dice que los adulterios nacen de la podredumbre del corazón.
A esas personales inmorales yo les llamo trotacatres y a estos les viene como anillo al dedo la denominación que les da Jesús de adúlteros… y si tiene queja que vayan al Señor con ella.
Que un matrimonio salga mal es una posibilidad, sin duda. Puede salir mal desde el principio. Y es más frecuente en los que se casan de “penalty”. O los que se casan inconscientemente. Y esa presión de las circunstancias o de la inmadurez puede viciar el mismo origen del matrimonio hasta hacer que sea nulo de raíz. Y eso lo comprende muy bien la Iglesia y por eso se dan los casos de nulidad matrimonial que no hacen más que declarar que nunca hubo matrimonio. No es que la Iglesia anule el matrimonio es que declara que nunca lo fue.
2.- Hay otros matrimonios que se tuercen por falta de aguante por ambas partes o por una parte. Si alguno está en estas circunstancias oiga mi consejo: no os separéis, porque la separación no es simplemente librarse del otro y a vivir de nuevo. Desde luego que si hay hijos no es librareis del otro en toda la vida… Pero aunque no los haya, con la separación nunca es verdad aquello de “yo por aquí y tú por allí y en paz”. Los que separan, cada uno queda como con una pierna o un brazo cortado. No sin operación quirúrgica se hace una separación. Toda separación es traumática.
En la imaginación de todos vosotros, y en la mía, están apareciendo infinidad de casos de personas conocidas nuestras o de nuestra propia familia y que después de un divorcio o separación han buscado un arreglo a su vida. No son trotacatres. Saben que el camino elegido no está dentro de las normas de la Iglesia, pero… Y pasan los años y se crean unas obligaciones morales con la nueva pareja, que se ven atrapados por la vida. Tienen fe, quieren volver al seno de la Iglesia.
3.- El camino de la anulación, aunque uno personalmente esté convencido de que su primer matrimonio no lo fue, es prácticamente imposible, porque hay cosas humanas que son difíciles de probar. O porque la otra parte se opone. O porque hay siempre el fantasma de lo mucho que cuesta. Sabed que un Tribunal eclesiástico sólo cobra unos pocos euros, si es que se pueden pagar, pero la verdad es que hay que acudir a abogados especializados y eso cuesta muchísimo dinero. Además conozco a personas que no acuden a la anulación estando seguros de ella porque han tenido la desgracia de haber leído un expediente de una anulación de alguien de la familia y leen con horror las preguntas que allí se hacen… las cosas que hay que decir. Y luego por el mal enfoque de un abogado resulta que la anulación no se concede.
Y piensa uno si no nos estamos equivocando al poner en manos de un tribunal, al fin y al cabo humano un asunto que más que nada es de conciencia. Un tribunal humano en que hay la posibilidad de que con testigos falsos se consiga una sentencia favorable. ¿Y en que puede acabar la desidia humana? Casos conozco que han durado tantos años que una de las partes al fin se pudo casar por haber enviudado, no por nulidad. El mismo Santo Padre ha pedido hace poco que estos Tribunales eclesiásticos cumplan mejor con su misión y que se agilicen los procedimientos. A veces la codicia a hecho mella alguna vez.
4.- ¿Esos que luchan por arreglar la situación y por sentirse acogidos por la Iglesia son adúlteros? ¿Puede la Iglesia condenarlos en vida? ¿Lo haría Jesucristo? Cuántas veces hay que pensar que Dios es muy grande y que no ha atado nunca su misericordia a la decisión de un tribunal falible. Esto –todo—ha sido un pensar en voz alta. Y si estoy equivocado, considerando la infinita misericordia de Dios, que Dios me perdone.
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