Monday, April 16, 2012

¿Un papado de transición?

Muchos de los que votaron por él en abril de 2005 pensaban en un pontificado de “paso”, pero no fue así. Balance de los primeros siete años de Joseph Ratzinger como sucesor de Pedro

MARCO TOSATTI
ROMA

Tengo una curiosidad un poco malvada. Me pregunto cuántos de los que votaron por el cardenal Joseph Ratzinger en abril de 2005 pensaban que, siete años después, el Pontífice bávaro seguiría en su sitio, en medio de nosotros; con sus pasitos veloces, un poco inseguros por los problemas de la rodilla derecha, pero todavía presente y con un evidente deseo de hacer cosas. Desgraciadamente es una pregunta difícil de hacer, y a la que seguramente es muy difícil responder con sinceridad. Pero lo que según las intenciones de algunos purpurados debía ser un papado de transición, está dando muestras de ser algo muy diferente. Un reino fundador, la obra de alguien que trata de trabajar en silencio, con perseverancia y profundidad.



¿Cómo? Muy pocos saben que gran parte del tiempo y del empeño de Benedicto XVI la lleva a cabo en silencio, sin llamar la atención (y no podría) de los medios de comunicación, pero que es fundamental para la vida de la Iglesia: justamente para evitar que dentro de algunos años los medios tengan motivos, poco alentadores, para ocuparse de ella. 



Benedicto XVI está convencido de que la fuerza (y las debilidades) de la Iglesia se encuentra en las diócesis, en las Iglesias locales. Durante el Pontificado de Juan Pablo II, a menudo, las decisiones de los obispos se delegaban a los presidentes de las Conferencias episcopales, a los nuncios y a otros elementos de la Iglesia central y de las Iglesias locales. El entonces Papa, si lo que se cuenta es cierto (y no tenemos motivos para dudar de ello), durante los últimos años de su vida se limitaba a firmar documentos. Juan Pablo II con frecuencia delegaba, confiaba en sus colaboradores, aunque no siempre con los resultados deseados, como demuestra la historia.


Benedicto XVI tiene un estilo diferente. Estudia todas las “potencias” (así se llaman los expedientes preparados para los tres candidatos de todas las diócesis), estudia las carreras académicas y la experiencia de los posibles futuros obispos y, al final, toma una decisión. Y no es raro que pida que le presenten otros candidatos, porque ninguno de los que integran le “terna” le satisface. Es un trabajo tedioso, poco atractivo, pero la Iglesia de las próximas décadas estará agradecida de ello.



Es el estilo de Benedicto. Que era el estilo del cardenal Joseph Ratzinger. Un estilo solitario; además de alguna visita ocasional a algunos cardenales de lengua alemana, no se recuerda en la memoria de la Curia un “Ratzinger social”, que invitaba y que recibía invitaciones de colegas y amigos.



La misma soledad se percibe ahora que es Papa. Y la debilitación progresiva de la figura de su secretario de estado, el cardenal Tarcisio Bertone, remarca esta característica. Pío XII, en el otoño de su Pontificado, tenía a Tardini y Ottaviani, dos “mastines” enormes que velaban por él; Pablo VI tenía a Benelli para vigilar la Secretaría de Estado y la Curia. Pero ahora sería muy difícil indicar con certeza quiénes son los “hombres del Papa” al otro lado del Portón de Bronce, exceptuando a Bertone, quien, sin embargo, parece incapaz de reaccionar eficazmente a los ataques de los “cuervos”. Todavía no hemos visto que las “investigaciones” den respuestas claras con respecto a Vatileaks, las fugas de documentos que involucraron altas esferas vaticanas, ni de la misteriosa comisión de cardenales, de la que no se conocen ni los integrantes ni las obras, tanto que algunos dudan de su existencia.



En estos siete años, Benedicto XVI ha avanzado, llevando a cabo su obra; tratando de honrar la herencia que le dejó el profético Papa polaco, a menudo pesada y ambigua; tratando de defenderse a sí mismo y a la Iglesia de una cantidad de ataques que no se veían desde los tiempos de la Guerra Fría, con instrumentos que, a menudo, son inadecuados e insuficientes. Y, sobre todo, para volver al inicio de esta reflexión, con una capacidad (incluso física) de resistencia que no puede dejar se sorprender. Con lo cual, se puede pensar que, tal vez, no está tan solo y que, tal vez, se encuentra en muy buena Compañía. Ad multos annos.


Vatican Insider

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