Sunday, March 04, 2007

Cuaresma: SOMALIA




La vida en el desierto


Cuando yo era niña, vivía como la mayoría de los somalíes. Éramos pastores nómadas del desierto. Vivíamos como lo habían hecho nuestros antepasados durante miles de años. Viajábamos continuamente, nunca nos quedábamos más de tres o cuatro semanas en el mismo sitio. Este incesante desplazamiento era por y para el cuidado de nuestros animales. Buscábamos comida y agua para mantenerlos vivos. Nuestro destino se entrelazaba con el de nuestros rebaños. Criábamos vacas, ovejas y cabras, pero sin duda nuestros camellos eran los animales más importantes. Somalia se enorgullece de tener más camellos que cualquier otro país del mundo. En Somalia hay más camellos que personas. En nuestra sociedad no se puede vivir sin ellos. Ningún otro animal domesticado encaja tan bien con la vida del desierto.


Por la mañana nos levantábamos con el sol y ordeñábamos a los animales. Nuestro alimento cotidiano consistía en leche de camella, que es más nutritiva que la de otros animales, para el desayuno y la cena. No teníamos verduras ni pan. Cuando no había suficiente para todos, primero alimentábamos a los niños y luego a los ancianos. Mi madre nunca tomaba un bocado hasta que todos hubiesen comido.


Después de desayunar llevábamos a los animales a pastar al desierto. A los seis años yo era responsable de unas 60 ó 70 ovejas y cabras. Cogía mi palo largo y me iba sola con mi rebaño. En Somalia el terreno de pastoreo no pertenece a nadie, por eso era importante ir temprano, antes que otros, y ser astuta, para encontrar el mejor lugar.


Mi instinto de supervivencia se centraba en buscar señales de lluvia o algún depredador. Había que prestar atención a las hienas, leones y perros salvajes. Todos viajaban en manadas, pero yo estaba sola.


Nuestra familia era extensa, típico en Somalia donde las mujeres tienen un promedio de siete hijos. Una de las razones es que cuántas más personas compartan el trabajo tanto más fácil resulta la existencia. Hasta las funciones más básicas como tener agua, exigían un esfuerzo agotador. Cuando la zona en la que estábamos se secaba, mi padre salía a buscar agua. Permanecía fuera varios días, hasta que la encontraba y regresaba. Tratábamos de esperarle en el mismo lugar, aunque en ocasiones teníamos que irnos sin él, pero siempre nos encontraba incluso sin caminos, señales, ni mapas. Cuando mi padre se marchaba a una aldea a por comida, uno de los niños tenía que hacer su trabajo. A veces estas tareas recaían sobre mí. Caminaba varios días, cuantos fueran necesarios hasta encontrar agua. No tenía sentido regresar sin ella porque entonces no quedaba ninguna esperanza. Nadie aceptaba un "no puedo" por excusa. Mi madre decía que debía encontrar agua y eso debía hacer. Punto. Cuando vine al mundo occidental me asombró que la gente se quejara diciendo "no puedo trabajar porque me duele la cabeza".


La vida del nómada es dura, pero también está cargada de belleza. Es una vida tan ligada a la naturaleza que las dos son indivisibles. Nuestro mayor placer era gozar de la libertad de formar parte de la naturaleza y experimentar lo que en ella veíamos, oíamos y olíamos.

Flor del desierto, Waris Dirie y Cathleen Millar (varias editoriales).




Ampliando miras: CUESTIÓN DE SUPERVIVENCIA


La vida en el desierto es dura, tanto que la existencia misma está constantemente amenazada. Por eso todos, también los niños, están comprometidos en la supervivencia de la familia. “No puedo trabajar porque me duele la cabeza” puede suponer poner en serio peligro la vida de todos.


En el desierto la vida y la muerte se dan la mano. Por eso quizá sus habitantes le saquen tanto partido a la vida.

Gesto para hoy:


Imagina que en todo lo que hagas hoy te estás jugando tu propia supervivencia y la de tu familia. Elige por la mañana el gesto que quieres hacer hoy y no te acuestes sin haberlo hecho, pase lo que pase: te va la vida en ello.

Oración:


Danos, Señor, unos pies ligeros,
un corazón de nómada y un instinto de zahorí

para buscar y hallar, sin excusas y sin demora,


–la nuestra y la de nuestros hermanos y hermanas–

y el agua que salta hasta la vida eterna.

Amén.
Para saber más de Somalía, ver aquí
Fuente: Ágora Marianista

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