Saturday, January 26, 2008

Tras los pasos de Arrupe

Escaso margen de maniogra del General Nicolás
Cuenta Isabel Urrutia en El Correo que su nombre no estaba en las quinielas que manejaban los medios, ni en la cabeza de muchos jesuitas, ni en las cábalas que se hacían en los pasillos del Vaticano.
Adolfo Nicolás echa por tierra los tres requisitos que se barajaban como claves: ni tiene menos de 65 años, ni es latinoamericano, ni tampoco indio. Sonaba sí, entre los favoritos, pero hace unas tres décadas... Entonces, ¿por qué se le habrá elegido? ¿Es realmente la persona idónea? ¿No tiene una edad demasiado avanzada? ¿Cuáles son sus puntos fuertes? ¿Y las debilidades? ¿Es lo que necesita la Iglesia?
EL CORREO ha consultado a cinco personas cualificadas y la respuesta global, con matices, arroja un balance muy positivo. Todos ellos esperan mucho de Adolfo Nicolás: sobre sus hombros recae una gran responsabilidad y la exigencia de no defraudar a «una Iglesia que vive asediada en estos tiempos que corren, y no sólo en España», advierte desde Roma el sacerdote Pedro Rodríguez, ex decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.
Fin del silencio
«Al padre Nicolás ya se le veía hace 25 años como posible sucesor de Arrupe. Es abierto pero equilibrado; profético pero obediente; audaz pero con discernimiento. ¿No es un imprudente como somos algunos!», apunta desde Japón y con sorna Juan Masiá, jesuita y buen amigo del superior general de la Compañía. Los dos comparten un gran sentido del humor y, sobre todo, una dilatada experiencia en Asia que les ha dotado de una paciencia infinita y, sobre todo, modestia. En un entorno donde los católicos apenas rozan el 1% de la población, enfrentados a culturas milenarias muy anteriores al cristianismo, es obligado aprender una lección de humildad a marchas forzadas. En ese contexto, los jesuitas se vuelcan con entusiasmo: el propio Juan Masiá sigue en el Imperio del Sol, como profesor de Ética en la Universidad Sophia de Tokio y Consejero de la Asociación de Bioética de Japón, entre otros cargos. Trabajo no le falta, dos años después de haber sido destituido como director de la Cátedra de Bioética de la Universidad de Comillas, a propuesta de una parte de la jerarquía eclesiástica española. A juicio de este sector, su defensa del preservativo y los anticonceptivos no era de recibo. «En fin, yo creo que ahora, más que nunca, es crucial descentrarse de Europa y liberar a la Iglesia de muchos lastres. Ojalá esta elección tenga repercusión, sobre todo para ampliar la estrechez de miras de unos cuantos ».
Pedro Miguel Lamet, jesuita y biógrafo de Arrupe, está convencido de que la baza nipona jugará a favor de Adolfo Nicolás: «La cortesía de inclinación de cabeza, la dulcificación del carácter son virtudes japonesas que le vendrán muy bien; abrirá brecha sin armar revuelo». En su primera homilía, ya fue contundente ante los fieles que abarrotaban la iglesia del Gesú, de Roma: «Los marginados, los excluidos -todos los disminuidos, porque la sociedad sólo apuesta por los grandes- son para nosotros las naciones que necesitan la ayuda de Dios». En esa declaración de principios brilla la impronta de Arrupe, «y no porque Kolvenbach, el prefecto al que acaba de suceder Nicolás, fuera todo lo contrario, sino porque ahora estas cosas se dicen sin tapujos», explica Pedro Miguel Lamet.
Por lo visto, «esa larga hibernación que ha sufrido la Compañía», como consecuencia de las tensas relaciones entre Juan Pablo II y Arrupe, tiene los días contados: «Nuestra lucha por la justicia social volverá a hacerse notar, se acabó el silencio».
Campo de juego
Las aguas quizás vuelvan a su cauce, aunque el daño esté hecho. Nadie olvida que Wojtyla nombró en 1981 a un jesuita de corte conservador para gobernar temporalmente la Compañía mientras Arrupe convalecía de una trombosis cerebral. Así quedaba clara la autoridad de Roma y su desconfianza hacia una orden religiosa que alentaba la Teología de la Liberación, surgida al calor del Concilio Vaticano II y representada por jesuitas como Ignacio Ellacuría, Jon Cortina, Javier Ibizate y Jon Sobrino.
Aquello fue un terremoto del que todavía se resiente la Compañía, y que no cesa de tener réplicas puntuales; la última fue la reciente reconvención vaticana a Sobrino por hacer 'demasiado énfasis en la humanidad de Jesús'.
«El campo de juego, mal que pese, hay que definirlo», razona Eloy Bueno, profesor en la Facultad de Teología de Burgos y doctor en Misionología. Su entusiasmo por la elección del nuevo líder no impide que, al mismo tiempo, justifique las llamadas de atención que parten de la Santa Sede, y abogue «por desdramatizar estos desencuentros porque -no olvidemos- nuestra libertad de expresión es mucho mayor que la que tienen los partidos políticos».
Y, de todas maneras, el perfil de Nicolás le parece ideal, nada problemático. «Lo veo muy capacitado para hacer frente a los tres grandes retos que se le plantean a la Iglesia: la sintonía con el humanismo del pensamiento moderno, los pobres y el diálogo interreligioso». Con los dos últimos desafíos - la miseria y la diversidad religiosa- ha lidiado permanentemente en Asia; y en cuanto al pensamiento moderno, «ya demostró que tenía sensibilidad para abordarlo en 1972». Fue entonces cuando se publicó su tesis doctoral ('Teología del Progreso'), con un agradecimiento expreso a 'Juan Sobrino' por su ayuda.
Como explica José María Lera, profesor de Eclesiología en la Universidad de Deusto: «Es una obra donde se presentan las tendencias de los teólogos del Concilio Vaticano II, aquellos que reafirmaban su fe en la Humanidad y en el progreso a lo largo de la Historia». Ese optimismo incentivaba el compromiso social y la lucha por la justicia, «y no dudaban de que eso contribuía al Reino de Dios». Nicolás sigue esa misma línea; no ha perdido el norte que marca su destino de jesuita. Ahora bien, ¿ya podrá ir muy lejos?
Pedro Rodríguez, ex decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, anuncia que «tanto Adolfo Nicolás como la Congregación General serán recibidos por el Santo Padre, y entonces seguro que les hará una glosa». O, lo que es lo mismo, una hoja de ruta para que no se desvíen del camino que marca el Vaticano. Una más, que se sumará a las que ya han recibido los jesuitas en las últimas semanas: la Carta de Benedicto XVI y la homilía del cardenal Rodé (prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica). Ratzinger aconsejaba reafirmar «la adhesión total a la doctrina católica» en cuestiones espinosas como las relaciones entre religiones, la teología de la liberación y la moral sexual.
Y por si hubiera dudas, Rodé recordaba que «la verdad es una». No hay vuelta de hoja, y Adolfo Nicolás lo sabe. Siempre rehuyó los oropeles y las distinciones para ser más libre, y ahora, con 71 años, se ha convertido en el superior general de su orden.
«Empieza su Vía Crucis, esto va a ser un calvario», reconoce su amigo Juan Masiá. No faltan quienes piensan que el nombramiento de alguien de su edad responde al deseo expreso de que no sufra demasiados años «Lo que dure este papado, más o menos.
Así, en el caso de que haya roces, no estará 'marcado'cuando tome el poder otro pontífice», reflexiona José María Lera, eclesiólogo de Deusto. Sea como sea, todos coinciden en que las aguas han vuelto a su cauce, y quienes lo conocen aseguran que el prefecto «no es un hombre tempestuoso». La serenidad oriental preside su vida. Adolfo Nicolás sigue a pies juntillas la máxima budista: 'Lo duro perece y lo blando permanece'.
Fuente: El Periodista Digital

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