(Texto y fotos: Pablo Romo Cedano) El P. Manuel Corral me abre la puerta de la sede del Episcopado en la Ciudad de México con una cordial sonrisa y me invita a pasar. Arriba me espera monseñor Carlos Aguiar Retes, presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM). El día es caluroso y a mediodía cae pesado el sol. La sala de la entrevista es sobria, sin adornos ni expresiones ostentosas. Monseñor Aguiar cruza la puerta, su semblante expresa serenidad.
Ante todo, muchas felicidades por el 35º aniversario de su sacerdocio. ¿Cuál es la situación actual de la Iglesia?
Ante todo, muchas felicidades por el 35º aniversario de su sacerdocio. ¿Cuál es la situación actual de la Iglesia?
Muchas gracias. Estos 35 años han sido una bendición. El ministerio me ha generado muchas alegrías y compensaciones, tanto en lo afectivo como en la colaboración con la Iglesia. Estoy muy agradecido a Dios por este tiempo. También la gente compensa con mucho afecto a sus sacerdotes. Y mientras las responsabilidades son mayores, este afecto por sus pastores es creciente.
Sólo me queda reconocer la mano de Dios en este trayecto. No cabe duda de que me han tocado oficios interesantes a la par de ser obispo de Texcoco. Como ser secretario general del CELAM, después su vicepresidente; y también secretario de la CEM y ahora su presidente. Estas responsabilidades me han permitido ver diversas ventanas de la misión de la Iglesia, tener una visión más amplia, y percibo su fuerza en este convulsionado mundo que nos toca vivir.
Pero, al mismo tiempo, percibo lo que hemos llamado en el CELAM y en la Asamblea de obispos en México un cambio de época: el modelo cultural vigente está cambiando, el modelo que vivíamos está confrontado, es cuestionado y se resquebraja. Ese mundo que vive el cambio de época, que no lo había vivido Occidente desde el siglo XVI, está convulsionando también a la misión de la Iglesia. Por ello, la Iglesia necesita reubicarse.
¿Qué significa que la Iglesia se reubique?
Que debemos dar respuesta a situaciones existenciales nuevas. Y que si sólo hacemos las cosas que estábamos haciendo, no podremos dar respuestas adecuadas. Es decir, la Iglesia estaba habituada a una acción pastoral que respondía a una cultura: la feligresía acudía a la parroquia, la Iglesia la servía desde ahí. Pero esto está cambiando. Lo dice el Documento de Aparecida.
La Iglesia tiene que recuperar su sentido misionero. No debe sólo ofrecer servicios; tiene que salir de sí misma, servir al Reino de Dios. Y hoy el Reino significa manifestar la misericordia de Dios. Esta conmovedora tarea exige extender la mano amiga y solidaria en todos los ámbitos de la sociedad, no sólo en los más lacerantes, donde las expresiones de pobreza son estremecedoras, sino también en los que se definen las tendencias de la sociedad, en el mundo intelectual y académico. Influir en la vida social para ser levadura del Evangelio y que esta acción perdure más allá del siglo XXI.
¿Cómo traducir esa ‘misericordia’ en el mundo de hoy?
Volviendo al discurso del cambio de época, cuando un modelo ya no sirve para delinear la identidad ni para brindar una referencia clara, la persona se enfrenta a gran confusión y a nuevos retos en estructuras nuevas. Los jóvenes están viviendo y sufriendo esto. No tienen claro por dónde ir, y la clave del código de conducta anterior parece que no abre las puertas que antes funcionaban. Hoy ya no hay un código referencial y las nuevas generaciones se enfrentan a una doble dificultad: por un lado, se requiere de un crecimiento personal, conocerse a sí mismo; por otro, encontrar un código con referencia moral, donde se distinga lo bueno de lo malo. Ahí está el aporte que la Iglesia puede hacer hoy a la sociedad y al futuro de la humanidad. Ofrecer espacios de reflexión y discusión para las definiciones del nuevo mundo.
¿Y cuáles son las claves de la levadura del Evangelio?
El hombre, por todos sus condicionamientos, comete errores. Realiza acciones que definen el rumbo, y no siempre en un correcto sentido. Existe la impresión de que ya no tiene la oportunidad para rehacer su camino. La Iglesia entra aquí para ofrecer la capacidad de redención: la capacidad de reconciliarse consigo mismo, a pesar de que la historia, su historia, haya sido fragmentada, dolorosa y no siempre camine con acierto, tiene la posibilidad de rehacer su actitud.
Las estadísticas nos están señalando casos extremos, como el suicidio que crece. El suicidio es un grito, un clamor que indica que la gente se siente fracasada. Sus cifras nos indican que alguien debe echar la mano. Decir que es posible cambiar de rumbo, reconocerse dentro de la mirada de Dios.
El suicidio es la expresión extrema, pero hay situaciones intermedias que también claman por reconocer nuevas oportunidades en la vida. En la sociedad actual, los jóvenes tienen un marcado acento por la fragilidad personal, es parte del cambio de época.
¿Y la sociedad, las estructuras, no condicionan el comportamiento de la persona?
El hombre y sus circunstancias tienen un papel, pero respondemos a las que nos toca vivir. Y aunque inciden en el caminar, el hombre es más que las circunstancias. ¿Cómo comunicar la fe al individuo y generar esperanza? Ahí entramos en un problema antropológico. ¿Cómo entender a la persona? La Iglesia debe responder a esto, no puede quedarse en expresiones de ritos sin sentidos ni contenidos. Con el puro rito pastoral de celebración cultual no avanzamos, por más que el rito alimente al ser humano. Hoy requiere dar respuestas profundas.
La Iglesia toma conciencia de esto en América Latina, la manera de ser iglesias nuevas está demandando estrategias pastorales y hacerse presente en la sociedad y, de ahí, generar y contribuir a la construcción del ‘ser-humano’.
Ayuno y renuncia
Su tesis de doctorado fue La crítica de los profetas al ayuno. Hoy, ¿cuál es el ayuno que Dios quiere?
El ayuno es la capacidad de saber renunciar a algo legítimo a lo que tengo derecho. Y hacerlo por generosidad, para compartir con otro. Es el término que nos puede ayudar a entender el ayuno. Normalmente, el ayuno correspondía a una compensación; pero el profeta Joel, más cercano a Jesús, establece que el ayuno es ante el sufrimiento por algo que no tengo la responsabilidad de que suceda, pero que me afecta como individuo o sociedad, una oportunidad de encuentro con Dios. Y es en el encuentro donde se le da sentido al sufrimiento. Hoy, el ayuno habla ante el despilfarro que hace la sociedad: ante la abundancia de bienes, que se utilizan para cosas banales en vez de usarlos para acabar con el hambre. La riqueza de los Estados Unidos podría aplicarse, en vez de para la carrera armamentística, para acabar con el sufrimiento del hambre en el mundo. Y no sólo se trata de la cuestión de armamentos; el ayuno se aplica ahí para cualquier concentración de capital. Es una llamada a la sobriedad, a la austeridad como estilo de vida. Son un escándalo las formas de vida y el uso de las riquezas de los círculos más elitistas del mundo.
Así entendido, el ayuno empuja a una mística que exige un estilo de vida en el compartir con el otro, y una administración de la riqueza no en función de uno mismo. Pero también tiene otra dimensión: la ecológica. El Creador nos ha dejado esta casa y no la hemos sabido usar para bien de los pobres, para el bien de todos. Hay daños que son irreversibles en la creación y ahora nos damos cuenta.
Otra dimensión es la educación y el compartir los bienes del conocimiento tecnológico. Es preciso renunciar a un uso egoísta del conocimiento para compartir. Lo estamos viendo en África, por ejemplo, donde millones de personas mueren de sida, aunque tenemos medicamentos, pero no compartimos. Compartir los avances tecnológicos es parte de esta dimensión del ayuno. ¿Cómo hacer más productiva la tierra en lugares donde no hay agua, si no se comparte la tecnología?
¿Cómo ayudar a los países menos desarrollados?
¿No faltaría también compartir la memoria, el conocimiento de la historia común?
Es importante también recoger nuestras historias. Nos ayuda a sentirnos y ser más comunidad y nos otorga identidad. El conocimiento de nuestra historia es maestro de la vida. Nos lleva a formarnos en una comunidad que comparte conocimiento y vida. Por ejemplo, algo tan sencillo pero tan importante como compartir el conocimiento de las hierbas y plantas medicinales. En la ciudad y en muchas partes la gente comparte historia y vida y va tejiendo hilos invisibles de solidaridad y confianza.
Problema central
¿Todo cambio de época, como usted define nuestro momento, está marcado por el sufrimiento y la violencia?
Entramos en un problema fundamental, central en nuestro país. El problema de la violencia que se genera en nuestra sociedad es propiciado por la pobreza y la falta de educación y de oportunidades para un gran sector de la población. Es más fácil para un campesino dejar de sembrar maíz y sembrar droga para sobrevivir. Hay una gran desproporción entre el futuro de la persona que produce droga y el de la que no la produce, del que la vende en la tiendita o el que no. Esta desproporción se traduce en seguridad para el futuro, en mejora en los bienes que adquiere, en las posibilidades de adquirir y garantizar estabilidad. Es dramática la diferencia, y por eso llama tanto y a tantos. Esta situación topa con la falta de empleo, de oportunidades, de educación… Es necesaria, por tanto, la redistribución de la riqueza, de la educación y de la tecnología. Para poder propiciar caminos de superación.
Aquí, la Iglesia debe hacer un esfuerzo por la toma de conciencia de la persona y de la sociedad: por cuidar la familia, la educación; y acompasado con esfuerzos seculares de autoridades y de quienes detentan el poder económico y político. La Iglesia debe poner lo suyo, pero espera que las otras partes pongan también de sí. Por eso digo, así como en el siglo XVI, se requieren nuevos lugares de reflexión, nuevos espacios para crear y tener visión de futuro. Como aquellos núcleos de pensamiento que fueron las universidades en el siglo XVI, con sus planteamientos humanistas que crearon nuevas esperanzas y nuevos sueños para muchos de los pobladores aquí, en esta parte del mundo. Encontramos ahí a fray Pedro de Gante, que llegó a Texcoco cargado de nuevos sueños y esperanzas para la población indígena.
Requerimos hoy de estos núcleos de reflexión y creación de una nueva visión, que respondan a los planteamientos del momento que nos toca vivir. Una teología que dé respuesta a los hombres de hoy.
¿Cuáles serían los elementos de esta teología ?
En primer lugar, sentido de la trascendencia. En segundo lugar, conciencia clara de que cada generación hace su aporte y no tendremos la garantía de la plenitud del paraíso ya, aquí y ahora. Y tercero, si bien las estructuras son importantes, no generan esperanza. La esperanza la genera la persona, el encuentro con el otro. También es claro generar más articulación para conocernos mejor, para dialogar con todos. Por ejemplo, esta entrevista me permite ponerme en contacto con otros a quienes aún no conozco. Necesitamos sumar esfuerzos, aunar trabajos.
¿Quisiera agregar algo más?
Junto a lo ya dicho, de que la Iglesia debe ser dialogante, cercana, que dé respuestas existenciales a las personas, es importante hacer convergencia con otras instancias sociales y que no sienta la Iglesia que tiene la solución de los problemas, sino que aporta; es fundamental que crezca fundamentada en la roca de la Palabra de Dios. De lo contrario, se convierte en una ideología más. Si nuestro alimento es escuchar la Palabra y desde ella vemos lo que sucede en la historia, tenemos algo que decirle a la gente.
UN HOMBRE DE DIÁLOGO
Carlos Aguiar Retes nació en 1950 en Tepic, Nayarit, al oeste de México. Muy joven ingresó en el seminario y a los 19 años terminó sus estudios de Humanidades y Filosofía. Inmediatamente parte hacia los Estados Unidos para estudiar Teología en el Seminario de Montezuma. Tras su ordenación sacerdotal fue enviado a Roma, donde se licenció en Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico. Allí, en 1991, se doctoró en Teología Bíblica por la Gregoriana. Ha sido rector del seminario de Tepic y profesor de Sagrada Escritura. El 28 de mayo de 1997 fue nombrado obispo de Texcoco, diócesis ubicada al norte de la Ciudad de México, con 2.306.328 habitantes, de los que 236.780 no son católicos; cuenta con 90 parroquias en un territorio de 2.200 km2, atendidas por 170 sacerdotes diocesanos y nueve religiosos. A los tres años asume la Secretaría General del CELAM. En 2003 es nombrado vicepresidente del CELAM y, un año después, la Asamblea de la CEM lo nombra secretario general de este organismo.
En noviembre pasado fue elegido su presidente para el trienio 2007-2009.
Fue nombrado por el Papa miembro del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. En mayo de 2007, participa en la V Conferencia de Aparecida, y la XXXI Asamblea del CELAM le nombra presidente del Departamentode Comunicación Eclesial y Diálogo para el período 2007-2010.
Vida Nueva
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