Tuesday, August 05, 2008

Llamemos a las cosas por su nombre


Una de las metas del séptimo Objetivo del Milenio (garantizar la sostenibilidad del medio ambiente) reza así: “Reducir a la mitad el porcentaje de las personas que carecen de acceso al agua potable para el año 2015”. A pesar de los esfuerzos que se están haciendo, sigue habiendo millones de personas que carecen de acceso al agua potable necesaria para vivir. El cambio climático, por un lado, la escasez de infraestructuras, por otro y, sobre todo, la falta de voluntad política de la comunidad internacional y de muchos de los gobernantes de los países más pobres, hacen pensar que no se alcanzará no sólo el séptimo, sino ninguno de los ocho Objetivos del Milenio en el plazo previsto.



Según la Organización Mundial de la Salud, una persona necesita unos 50 litros de agua al día para satisfacer sus necesidades básicas. Mientras cada español consume una media de 250 litros diarios –cinco veces más de lo necesario–, en algunas zonas de África ni siquiera llegan a los dos litros y medio. Es más, esos 250 litros los obtenemos con el simple esfuerzo de abrir un grifo, mientras que muchas mujeres africanas deben caminar hasta cinco horas diarias para conseguir sus dos litros y medio. La cuestión no es la falta de agua, a pesar de ser un bien escaso, es el acceso a ella.



En el barrio de Kibera, uno de los mayores suburbios de África situado en el corazón de Nairobi, la capital de Kenia, la gente paga hasta cinco veces más por un litro de agua que un ciudadano medio de Estados Unidos. El número de niños que han muerto en los últimos 10 años a causa de enfermedades diarreicas ligadas siempre a la falta de saneamiento o de agua potable es más elevado que el número de personas que han muerto en conflictos armados desde la Segunda Guerra Mundial. Son apenas dos ejemplos que aparecen en un magnífico y completo informe elaborado por María José Hernando con datos de Naciones Unidas y publicado por el departamento de estudios y documentación de Manos Unidas en mayo de 2006. Han pasado dos años y la situación no ha mejorado; al menos para los habitantes de la mayoría de los países del África subsahariana.



África dispone de recursos acuíferos más que suficientes para colmar las necesidades de sus habitantes; el problema es que la mayoría no pueden acceder a ellos. Ríos como el Nilo, el Congo o el Níger, están entre los más largos y caudalosos del mundo. El sistema acuífero nubio, que ocupa parte del subsuelo de Egipto, Libia, Chad y Sudán, es una inmensa reserva que podría ser explotada para abastecer de agua potable a buena parte de la población de esos países.



Que miles de personas sigan muriendo por no tener cubiertas sus necesidades básicas de agua potable, es una incongruencia, por no decir una escandalosa injusticia que clama al cielo. No pretendemos obviar el problema de la sequía. Es cierto que cada día el agua es más escasa, que los ríos están cada vez más secos y que la desertificación avanza de manera inexorable. Pero faltaríamos a la verdad si viéramos en ello el único y gran problema. El verdadero problema y la auténtica injusticia es que, a día de hoy, la Tierra todavía tiene agua potable suficiente para todos, pero no todos tienen acceso a ella. No se trata sólo de escasez, sino, sobre todo, de una mala distribución. Llamemos a las cosas por su nombre.



Editorial revista Mindo Negro

julio agosto 2008

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