Sunday, August 31, 2008

La homilía de Betania: LAS EXIGENCIAS DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS

Por José María Martín OSA


1.- La seducción del Señor. Jeremías se encuentra en el límite de sus fuerzas. Todo el mundo se ríe de él, le espía y busca su perdición. En estas circunstancias acusa a Dios de haberle engañado. Se reprocha haber dado fe a las promesas de Dios. Tiene la tentación de dejarlo todo y pronunciar las palabras que la gente quiere oír. Pero en una confidencia angustiosa termina confesando que no puede. La palabra de Dios es un fuego incontenible encerrado en sus huesos. Es portavoz de la palabra de Dios, no de la suya. El texto expresa un grito en el que se puede recoger el eco de la angustia y confusión de un ser humano, amante de la vida, suya y de los demás, sin embargo, profundamente cansado. A Jeremías le tocó vivir el dramático período en que se consumó la destrucción del reino de Judá. El grito de Jeremías es la expresión más clara de una vida auténtica, de la búsqueda de la verdad. Él no es un héroe, es simplemente una persona que vive este terrible drama y que experimenta una gran confusión. El término que usa Jeremías para explicar su relación con Dios es muy elocuente: seducir, cautivar, atraer, encantar… Estar en contacto profundo con la vida misma es sintonizar con lo que Dios sintoniza, con su sueño, su deseo, su pasión, como los anawin –los pobres en la tradición judía-. Ellos son presencia misteriosa de Dios, fuego que quema e interpela. Como entonces, hoy sigue habiendo quienes resisten, quienes no se postran ante el dios –la estatua de oro- construida por el imperio. Ni siquiera las políticas más inhumanas pueden calcinar su sueño de un mundo alternativo, su esperanza en la solidaridad de la humanidad, su confianza en la resistencia de los oprimidos. A estos incansables creyentes en la vida y en las posibilidades de la humanidad los anima, con conciencia o no, el soplo del Espíritu, como a Jeremías…



2.- Un nuevo sentido del mesianismo. Jesús tira por tierra las ilusiones de los discípulos y del pueblo, dando un sentido nuevo a la liberación de Dios. El hombre que encarna el modelo de persona querido por Dios va a ser un fracasado, pues todos se pondrán en contra de él: «Tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día» (v. 22), es lo que anuncia Jesús a sus discípulos, para que cambien de manera de pensar y se habitúen también ellos al fracaso ante la sociedad, aceptando incluso la muerte por fidelidad a Dios. Pero el fracaso no es definitivo. Es el camino hacia la resurrección, hacia la verdadera liberación y vida.



3.- Cargar con nuestra cruz y seguirle. Tras desvelar qué es lo que le espera, cuál es su camino y su misión, Jesús se dirige a los Doce y al pueblo y les revela cómo han de vivir si quieren ser de los suyos, si quieren sentir la liberación de Dios y alcanzar la plenitud. Mateo recoge una serie de sentencias claras, duras y tajantes: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga; porque si uno quiere salvar su vida la perderá; en cambio el que pierda su vida por mí, la salvará...» (vv. 23-25). No es un slogan que esté de moda el decir “Carga con tu cruz….”. Pero en el seguimiento de Jesús es preciso asumir y asimilar que las cosas no van a ir bien. Es preciso aceptar que la tarea crea controversia, que sea mal vista y no tenga éxito. El fracaso, libremente aceptado, es el único camino que puede ayudar al cristiano a cambiar de actitud frente a los absolutizados valores del éxito y la eficacia que dominan en nuestro mundo. Huir del compromiso por el Reino, o amoldarse a la sociedad por temor a la cruz o conflictos de cada día, o por querer conservar lo que se tiene, es perder la vida.



4.- La adhesión a la persona y a la misión de Jesús es lo que distingue al cristiano. El primer dato profundamente llamativo y sorpresivo es que Jesús pone la vida, la salvación y la realización de los que quieran seguirle, en íntima relación con la adhesión a su persona. Jamás rabino alguno había hablado de esta forma; nadie exigía a sus discípulos tal renuncia y adhesión; los rabinos pedían obediencia a su palabra, que era interpretación de la de Dios. Jesús, en cambio, pide adhesión y entrega total a su persona. Y es que ser cristiano no es cuestión de teorías o normas, sino de seguimiento a una persona, Jesús de Nazaret, y la asimilación de su causa. Pero entendiendo su persona en relación con una misión específica y que conlleva rechazo y sufrimiento; quien no entienda esto, no se ha acercado para nada al núcleo de lo que Jesús propone a sus seguidores: “el que pierda su vida por mí, la salvará...”. Los contemporáneos de Jesús tuvieron muchas dificultades para entenderle y comprender su vida y su muerte en relación con sus vidas. Poco a poco también, y no sin trabajo, fueron encontrando el sentido hondo y salvador de todo cuanto sucedió alrededor de Jesús. Por lo tanto, si el “ser cristiano” está en estrecha relación con su Persona y con su Misión, las conclusiones a sacar no son nada difíciles. Es más fácil creer y aceptar a un Mesías milagrero, que nos facilite todo con su poder soberano. Muchos creyentes, hoy, podemos estar en esta situación y entonces..., lógicamente, el Evangelio es una “utopía”, un mal sueño; nada más. Muchas veces el seguimiento de Jesús es... “según me convenga” (“a la carta”): esto me parece bien, o esto otro no me convence. Si funcionamos así seremos poco creíbles y demostraremos que Jesucristo no ha pasado por nuestras vidas.

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