Sunday, August 23, 2009

La homilía de Ciudad Redonda: ¿A dónde iremos?

El gran dibujante Quino en una de sus tiras con Mafalda como protagonista, la dibuja parándose en la calla ente unos obreros que cavan en la acera. Les pregunta que “si están buscando las raíces de lo nacional” y ellos le responden que “no, sólo arreglando la línea de teléfonos”. Mafalda se va entristecida pensando que “es una pena, lo urgente no nos deja ver lo importante”.


Algo así nos pasa en la vida. Tenemos muchas cosas que hacer, muchas preocupaciones urgentes y se nos pasa de largo lo más importante, lo que verdaderamente vale la pena. Menos mal que de vez en cuando la vida se nos planta delante y nos hace caer en la cuenta de lo que es verdaderamente importante.
Las ocasiones pueden ser muchas y no necesariamente situaciones de infelicidad o dolor. La cuestión es que se nos ofrece la posibilidad de pararnos y ver nuestra vida en perspectiva, hacia atrás y hacia delante. Y nos preguntamos con sinceridad qué es lo que queremos, qué es lo valioso, dónde está el centro en que nos apoyamos y cuál es la meta a la que nos queremos dirigir.



La decisión del pueblo

Una situación de esas es la que se plantea a los israelitas en la primera lectura. Han salido de Egipto, han experimentado el brazo fuerte de Dios que los ha sacado de la opresión y la esclavitud. Han caminado durante muchos años por el desierto, siempre en busca de la Tierra Prometida. La peregrinación está llegando a su fin. Es el momento de detenerse y plantearse qué es lo que quieren para la nueva vida que están a punto de comenzar en la nueva tierra. Es un momento en que todo es posible.


Josué hace memoria de lo que han vivido y afirma su fidelidad al Dios que les sacó de la esclavitud. El pueblo responde: “Serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”. Luego vendrá una historia hecha de fidelidad e infidelidad, una historia de gracia y pecado, pero la decisión está tomada. Los que siguen a Jesús se encuentran en una situación parecida. Las palabras de Jesús han sido muy claras. Ha ofrecido a sus seguidores una vida nueva. Comulgar con su cuerpo y con su sangre es entrar en comunión con Él y con su misión.
Los que le sigan se comprometen a vivir por y para el Reino. Asumen como suyo el plan de salvación de Dios. Se convertirán en testigos del amor de Dios para toda la humanidad, un amor sin exclusiones, sin excepciones, sin condiciones. El futuro se les presenta complicado. Jesús les invita a dejar las seguridades de su pueblo, de su familia, de lo de siempre. Y a enfrentar la oposición que terminará llevando a Jesús a la muerte, confiando nada más que en el amor misterioso del Padre.
Es el momento en que muchos se vuelven atrás. Se dan cuenta de que andar con Jesús es peligroso, de que entrar en el Reino tiene sus riesgos. No es sólo participar en una comida a la que invita Jesús como lo fue la multiplicación de los panes. Es convertir la vida toda en una Eucaristía, en una acción de gracias en fraternidad. Es comprometer la vida por la justicia de Dios.


“Tú tienes palabras de Vida”

Hay un antes y un después para Jesús y sus seguidores. Antes eran muchos los que le seguían. Quizá porque habían comido hasta hartarse pero nada más. En adelante, el grupo de los discípulos se hace más pequeño, se reduce. Son los pocos que con Simón Pedro sienten que Jesús tiene palabras de vida eterna, que vale la pena dejarlo todo, que no hay que dejarse envolver en problemas urgentes pero no demasiado importantes. Se dan cuenta de que en su respuesta a Jesús se están jugando la vida en su sentido más pleno. Es la Vida que Dios regala en su amor. Es la Vida que hay que llevar a toda la humanidad porque la voluntad de Dios no es otra sino que vivamos en fraternidad y justicia, como hijos e hijas suyos, como hermanos y hermanas.
Hoy nos toca a nosotros dar una respuesta. Podemos repetir muchas veces las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios”. Pero lo importante no es decirlas con los labios sino pronunciarlas desde lo más hondo de nuestro corazón y nuestra mente. No queremos ir a ningún otro lugar porque en ninguno de esos lugares encontraríamos la vida que encontramos siguiendo a Jesús. Y esa vida se realiza aquí y ahora en los caminos y calles de nuestro mundo cada vez que hacemos fraternidad, que respetamos a todos en su dignidad plena de hijos de Dios, como dice la segunda lectura, que extendemos la mano al hermano, que sentimos a los otros miembros de una única familia, la familia de Dios.

Fernando Torres Pérez, cmf
fernandotorresperez@earthlink.net

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