"La Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana"
Benedicto XVI consagra la Sagrada Familia con un alegato a favor de la belleza
(Jesús Bastante, desde la Sagrada Familia).- Benedicto XVI tenía marcada en rojo la homilía de esta mañana en la Sagrada Familia. La más importante, la que tendría una mayor carga ideológica y teológica. El "Papa peregrino" de Santiago se iba a convertir en el Pontífice que cantara a la belleza, con el incomparable marco de la dedicación del templo ideado por el genio de Gaudí. Una belleza que el Pontífice ligó íntimamente con la defensa de la vida, de la familia y del matrimonio, frente a las actuales legislaciones -que no citó en momento alguno-.
"La Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar", afirmó el Pontífice.
Aunque el grueso de la liturgia fue en catalán, la homilía papal se pronunció casi en su integridad -salvo el saludo y la despedida- en castellano. El Papa se ahorraba así cualquier espúrea polémica partidista o política. Más aún delante de los Reyes, que quisieron participar desde el primer momento en la ceremonia. Entre los asistentes, el ministro Jáuregui, el presidente Bono y el president Montilla.
Benedicto XVI arrancó su alocución subrayando que "este día es un punto significativo en una larga historia de ilusión, de trabajo y de generosidad, que dura más de un siglo": la construcción de la Sagrada Familia. El Pontífice quiso recordar "a todos y cada uno de los que han hecho posible el gozo que a todos nos embarga hoy".
Especialmente, "al que fue alma y artífice de este proyecto: a Antoni Gaudí, arquitecto genial y cristiano consecuente, con la antorcha de su fe ardiendo hasta el término de su vida, vivida en dignidad y austeridad absoluta". Toda una declaración de intenciones a favor de la beatificación del genio catalán.
Además, el acto de dedicación suponía, para el Papa, "el punto cumbre y la desembocadura de una historia de esta tierra catalana que, sobre todo desde finales del siglo XIX, dio una pléyade de santos y de fundadores, de mártires y de poetas cristianos. Historia de santidad, de creación artística y poética, nacidas de la fe". Una Iglesia viva aun en medio de la dificultad, que como Gaudí se pone en manos de la Providencia.
"¿Qué hacemos al dedicar este templo? En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte", señaló el Pontífice, que contempló en la ceremonia "un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma".
Gaudí consiguió, prosigue el Papa, "unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia". Una unidad que se observa en cada una de las girolas, de las columnas, de los recovecos de este templo imposible y sin embargo, desde hoy, realidad también para el culto. "Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo".
E hizo algo que, en opinión del Pontífice, es una de las tareas más importantes hoy: "Superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza". Y es que, volvió a repetir el Papa, "la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza".
La consagración de un templo de piedra, símbolo de Jesús, que "es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad". De ahí recibe la Iglesia su vida, su doctrina y misión. "La Iglesia no tiene consistencia por sí misma -apuntó el Papa-; está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia; Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe. Apoyados en esa fe, busquemos juntos mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor y el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre".
Una tarea que lleva a "mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia". En este sentido, "pienso que la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado".
"Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre -subrayó Ratzinger-. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios". "¿No sabéis que sois templo de Dios?", repetía el arquitecto. Al consagrar el altar, "estamos presentando ante el mundo a Dios que es amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios".
Amigos y familia del Señor, como la Sagrada Familia de Nazaret a la que está dedicada este templo. "Los patrocinadores de este templo querían mostrar al mundo el amor, el trabajo y el servicio vividos ante Dios, tal como los vivió la Sagrada Familia de Nazaret" señaló el Papa, quien añadió que "las condiciones de la vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales. No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural".
Pues "sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad". De ahí que "la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar".
La homilía fue seguida con profunda emoción por el cardenal Sistach y los obispos catalanes, que han visto en esta visita un respaldo a un modo de ser, vivir y sentir en la Iglesia. Ahora, sólo resta saber si el templo, hoy abierto, logrará convertirse en un lugar de culto permanente. Y si las almas que pueblan la Ciudad Condal alcanzan a perseguir el mismo sueño que tuvo Gaudí, y que hoy contempló cumplido con la visita del Papa.
RD
"La Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar", afirmó el Pontífice.
Aunque el grueso de la liturgia fue en catalán, la homilía papal se pronunció casi en su integridad -salvo el saludo y la despedida- en castellano. El Papa se ahorraba así cualquier espúrea polémica partidista o política. Más aún delante de los Reyes, que quisieron participar desde el primer momento en la ceremonia. Entre los asistentes, el ministro Jáuregui, el presidente Bono y el president Montilla.
Benedicto XVI arrancó su alocución subrayando que "este día es un punto significativo en una larga historia de ilusión, de trabajo y de generosidad, que dura más de un siglo": la construcción de la Sagrada Familia. El Pontífice quiso recordar "a todos y cada uno de los que han hecho posible el gozo que a todos nos embarga hoy".
Especialmente, "al que fue alma y artífice de este proyecto: a Antoni Gaudí, arquitecto genial y cristiano consecuente, con la antorcha de su fe ardiendo hasta el término de su vida, vivida en dignidad y austeridad absoluta". Toda una declaración de intenciones a favor de la beatificación del genio catalán.
Además, el acto de dedicación suponía, para el Papa, "el punto cumbre y la desembocadura de una historia de esta tierra catalana que, sobre todo desde finales del siglo XIX, dio una pléyade de santos y de fundadores, de mártires y de poetas cristianos. Historia de santidad, de creación artística y poética, nacidas de la fe". Una Iglesia viva aun en medio de la dificultad, que como Gaudí se pone en manos de la Providencia.
"¿Qué hacemos al dedicar este templo? En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte", señaló el Pontífice, que contempló en la ceremonia "un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma".
Gaudí consiguió, prosigue el Papa, "unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia". Una unidad que se observa en cada una de las girolas, de las columnas, de los recovecos de este templo imposible y sin embargo, desde hoy, realidad también para el culto. "Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo".
E hizo algo que, en opinión del Pontífice, es una de las tareas más importantes hoy: "Superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza". Y es que, volvió a repetir el Papa, "la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza".
La consagración de un templo de piedra, símbolo de Jesús, que "es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad". De ahí recibe la Iglesia su vida, su doctrina y misión. "La Iglesia no tiene consistencia por sí misma -apuntó el Papa-; está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia; Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe. Apoyados en esa fe, busquemos juntos mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor y el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre".
Una tarea que lleva a "mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia". En este sentido, "pienso que la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado".
"Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre -subrayó Ratzinger-. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios". "¿No sabéis que sois templo de Dios?", repetía el arquitecto. Al consagrar el altar, "estamos presentando ante el mundo a Dios que es amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios".
Amigos y familia del Señor, como la Sagrada Familia de Nazaret a la que está dedicada este templo. "Los patrocinadores de este templo querían mostrar al mundo el amor, el trabajo y el servicio vividos ante Dios, tal como los vivió la Sagrada Familia de Nazaret" señaló el Papa, quien añadió que "las condiciones de la vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales. No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural".
Pues "sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad". De ahí que "la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar".
La homilía fue seguida con profunda emoción por el cardenal Sistach y los obispos catalanes, que han visto en esta visita un respaldo a un modo de ser, vivir y sentir en la Iglesia. Ahora, sólo resta saber si el templo, hoy abierto, logrará convertirse en un lugar de culto permanente. Y si las almas que pueblan la Ciudad Condal alcanzan a perseguir el mismo sueño que tuvo Gaudí, y que hoy contempló cumplido con la visita del Papa.
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