Ron Rolheiser - Lunes 21 de Febrero del 2011
Un humorista bromeaba recientemente señalando que las tecnologías modernas de información han vuelto obsoletas un buen número de cosas; ejemplos más notables: las guías telefónicas y la cortesía humana. Lo mismo puede decirse del descanso humano.
Las tecnologías de información de hoy (el internet, email, programas como Facebook, celulares o móviles, IPhones, computadoras de bolsillo, y artilugios semejantes) han hecho de nosotros la gente más informada, eficiente y comunicativa nunca vista. Tenemos ahora la capacidad, cada día, durante todo el día, de acceder a los acontecimientos, noticias mundiales, bibliotecas completas de información, y relatos detallados de lo que nuestras familias y amigos están haciendo en cualquier momento. Es el lado positivo de la ecuación.
Menos maravilloso es cómo está afectando esto a nuestras vidas, cómo está cambiando nuestras expectativas y arrebatándonos la sencilla capacidad de hacer un alto, de apagar las máquinas y de descansar. A medida que nos sumergimos cada vez más en el mundo de teléfonos móviles, mensajes de texto, e-mail, Facebook y en general en internet, estamos comenzando a vivir con la expectativa de que debemos estar constantemente atentos a todo lo que está sucediendo en el mundo y dentro de nuestras familias y las de nuestros amigos. La expectativa, sea explícita o tácita, es que estemos siempre libres y disponibles - y también los demás. Antes nos solíamos enviar unos a otros mensajes y cartas, y esperábamos la respuesta al cabo de unos días, semanas o meses. Ahora la expectativa de una respuesta es de minutos u horas, y nos impacientamos cuando no vemos cumplida esa expectativa; y en nuestro interior nos sentimos culpables cuando nosotros mismos no satiisfacemos la de otros.
Y así cada día nos vamos esclavizando más y nos sentimos más compelidos al uso de los celulares o del internet. Para muchos de nosotros nos resulta ahora existencialmente imposible tomarnos un día de descanso, mucho menos varias semanas, y gozar de una genuina vacación. Más bien, sentimos la presión sobre nosotros mismos para buscar constantemente mensajes de texto instantáneo, emails, mensajes telefónicos, y cosas parecidas; y la expectación de nuestras familias, amigos y colegas es que estemos chequeando todo eso regularmente. El pecado de hoy día es estar, en cualquier momento, no disponible, inalcanzable, o no comunicativo.
Pero el ritmo del tiempo, tal como lo diseñó Dios, tiene que darnos regularmente, cada semana, algún tiempo lejos del torbellino, algún “Tiempo-sabático” en el que se pongan entre paréntesis la vida ordinaria, las tensiones y presiones ordinarias, el trabajo ordinario y las expectaciones ordinarias, y nos permitamos hacer un alto, parar, para desconectar las cosas y descansar. Hoy, en ninguna otra área es esto más apropiado y urgente que en el uso de teléfonos, libretas de direcciones y ordenadores.
Todos esos elementos, más que cualquier otra cosa, constituyen el tiempo regular, el trabajo servil y las ocupaciones y preocupaciones de las que tenemos que abstenernos hoy según el mandamiento de santificar el Día del Señor.
Conozco una mujer que trabaja para su iglesia, junto con su marido. Ya que los dos están involucrados en ministerio pastoral, tienen que trabajar el domingo por la mañana y a veces también hasta por la tarde. Así que comienzan a celebrar el Día-sabático, avanzada ya la tarde del domingo. He aquí cómo describe ella lo que hacen: Comenzamos nuestra celebración del Día-sabático a las 4:00 de la tarde del domingo y lo comenzamos simbólicamente desconectando nuestros ordenadores o computadoras, apagando nuestros teléfonos celulares o móviles, y apagando asimismo todos y cada uno de los aparatos de información que poseemos. Durante las veintinueve horas siguientes ni recibimos ni hacemos llamada alguna. Estamos de “ciber-ayuno”, fuera de todo contacto, fuera del torbellino, no disponibles. A las 9:00 de la noche del lunes acabamos nuestro Día-sabático, como lo comenzamos, simbólicamente, aunque a la inversa: Rompemos nuestro “ciber-ayuno”, volvemos a encender nuestros teléfonos y ordenadores, y comenzamos a responder mensajes recibidos. Volvemos a nuestro torbellino para una nueva semana. Algunas veces, el hecho de volvernos no-disponibles e inalcanzables de esta manera irrita a nuestras familias y amigos, pero si tenemos que celebrar el Día-sabático, teniendo en cuenta nuestras vidas-a-presión, este apartarnos de todo es lo más importante que debemos hacer. ¡No hay alternativa: o eso – o trabajar siete días a la semana!
Cuando yo era joven, tanto nuestras iglesias como nuestra cultura todavía tomaban con gran seriedad el concepto del Día-sabático (para los cristianos, especialmente la idea de no trabajar en domingo). Siempre surgía la pregunta popular: ¿Qué se te permite hacer en domingo y qué no se te permite? Generalmente esta pregunta aludía a diferentes tipos de trabajo físico: ¿Puedes cuidar tu jardín en domingo? ¿Puedes cosechar manzanas de tu manzanera en domingo? Hoy, me inquieta menos el cuidar el jardín y el recoger manzanas en domingo. El tema más importante hoy es: ¿Podemos salir de la rueda de castigo y de la rutina de los teléfonos y ordenadores en domingo y estar auténticamente disponibles para celebrar el Día del Señor?
El Día-sabático, como nos dice Wayne Muller, es tiempo para alejarse del torbellino, un tiempo en el que retiramos la mano del arado y dejamos que sólo Dios y la tierra se cuiden de las cosas, mientras nosotros bebemos, aunque sólo sea durante breves momentos, de la fuente del descanso, la tranquilidad y el deleite. Hoy en día aquel arado se parece mucho al móvil o celular, o al ordenador o computadora.
Siglos atrás, el poeta místico persa Rumi (s. XIII) escribió: “¡He vivido demasiado tiempo donde se me puede alcanzar!” ¿No hemos vivido todos así?
Traducido para Ciudad Redonda por : Carmelo Astíz, cmf
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