¿Tiene Roma dos varas de medir para hacer santos?
En la sala de espera están figuras como Óscar Romero, Ignacio Ellacuría y Hélder Cámara
(Manuel Unciti en Diario Vasco).- Vuelve a instalarse una vez más la división en la comunidad creyente. En la ocasión, a cuento de la beatificación del Papa Juan Pablo II el próximo 1 de mayo. Hay, entre los católicos, quienes exultan de alegría. Y los hay -menos numerosos- quienes no ven con buenos ojos que el Papa Karol Wojtyla sea elevado con tanta precipitación a la gloria de los altares.
El gran Pontífice polaco murió, como se sabe, a comienzos de abril del 2005; el día 2 para mayor precisión. Nadie pone en solfa la santidad de este Papa «venido a Roma desde los fríos del Este»; pero sí son muchos los que desearían que los encargados de la causa de beatificación del Papa 'trotamundos' se anduvieran con pies de plomo.
Los que aplauden ya al que, en nada, será proclamado beato ante por lo menos un millón y medio de fieles -estos son los números que se barajan hoy-, sienten que su pública petición de 'santo súbito' o 'santo ya' ha sido satisfecha en el corto plazo de seis años. En el oceánico funeral, en la plaza de san Pedro, en el Vaticano, aparecieron, en efecto, aquí y allá tres pancartas con esa demanda, más bien grito.
Las tres eran del mismo tamaño, estaban pintadas por una misma mano y se veía pronto que habían salido desde una misma factoría. Difícilmente cabría decir, por eso, que las pancartas expresaran la voz espontánea de la calle ni que fueran signo de una unanimidad eclesial y social; sí el sentir y el deseo de los dirigentes de alguno de los modernos movimientos eclesiales que, como es notorio, gozaron de la predilección de Juan Pablo II. ¡Nada que ver con las canonizaciones por aclamación del pueblo cristiano, tan usuales en siglos pasados!
Pero será, sí, una beatificación en tiempo record. A buen seguro. Fue Benedicto XVI quien autorizó que la causa de beatificación del Pontífice 'magno' comenzara antes de cumplirse los cinco años que, según las leyes canónicas vigentes, han de mediar entre la muerte del candidato a beato y el inicio del proceso. Bastaron dos meses y el pico de algunos días para que éste comenzara a rodar en Roma y en otras diócesis del mundo.
Se trataba de recopilar el mayor número posible de datos y de testimonios sobre la vida, las virtudes, la fama de santidad y los presuntos milagros atribuidos a la intercesión del Papa Juan Pablo II. Entre junio del 2005 y abril del 2007 se llevó a cabo esta encuesta; por mayo de este último año la Congregación para las causas de los santos dio por buenos estos que se llaman 'procesos canónicos'.
Siguieron a estos primeros trámites una reunión de consultores teólogos y otra de cardenales y obispos. Por fin, Benedicto XVI, a comienzos de diciembre del año siguiente, autorizó la promulgación de decreto «sobre la heroicidad de las virtudes» del Papa difunto. Habían transcurrido algo más de tres años. Lo dicho, beatificación en tiempo record.
Aparte del calendario, hay otro dato muy revelador de que en esta ocasión queda a un lado el dicho popular italiano de «Roma es lenta porque es eterna». El sarcófago -en realidad tres ataúdes de menos a más- que contiene el féretro de Juan Pablo II va a ser trasladado en breve desde la cripta de la basílica vaticana a la capilla de San Sebastián en el templo mayor de la cristiandad.
Va a ser colocado debajo del altar, honrado -a derecha e izquierda- por los monumentos elevados a la memoria agradecida de los papa Pío XI y Pío XII. Pero el féretro no va a ser abierto para certificar que los restos mortales son los de Karol Wojtyla. Sería lo puesto en razón y, quizá, hasta lo previsto en las normas de la Iglesia; pero en tan corto lapso de tiempo entre su muerte y la beatificación, ¿en qué estado puede estar el cadáver?¡Hay prisas que han de pagarse con un justo precio!
Y hay otro precio a pagar: el de si Roma tiene una o dos varas de medir para elevar a una personalidad cristiana a la gloria de los altares. Muchos recuerdan que en la sala de espera de la Congregación para la causa de los santos están figuras tan notables como la del mártir Oscar Romero -'San Romero de América', como le llaman los cristianos salvadoreños y los de otras varias naciones latinoamericanas-; igualmente los cuatro mártires jesuitas -con el padre Ellacuría a la cabeza- que murieron bajo los disparos de las metralletas del Ejército de El Salvador ; también el arzobispo brasileño Helder Cámara, por no citar sino a los más conocidos y populares. Y es precisamente el pueblo el que se pregunta por qué tantas prisas para beatificar a unos y tanto freno para beatificar a otros.
Y una última pegunta: ¿se ha investigado suficientemente la relación de admiración y amistad -además de la financiera- que mantuvieron el Papa Juan Pablo II y el mexicano padre Macial Maciel, fundador de los 'Legionarios de Cristo', acusado de pederasta, drogata, mujeriego, con varios hijos naturales y, suspendido, por fin, de toda actividad pastoral?
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