Cuando era niño, compraba y leía unos tebeos que llevaban por título “Vidas Ejemplares”. Muchos de ellos eran vidas de santos.
Contaban sus vidas, sus historias personales, sus hechos de santidad. Lo normal era que todos dedicasen mucho tiempo a la oración, a la mortificación y penitencia. Pero también subrayaban aquellos tebeos, con muy buen tino, que todos ellos se habían dedicado a la caridad, al servicio y atención a las necesidades de los demás, especialmente de los que más sufrían por cualquier razón.
Las lecturas de hoy nos hablan de la santidad. Es más, el evangelio termina con una invitación a ser “perfectos”. A eso estamos llamados todos los que queremos seguir las huellas de Jesús. Tenemos que ser perfectos. Pero la gran pregunta es: ¿qué significa ser perfectos? ¿En qué consiste la perfección?
Pablo en la segunda lectura viene a plantear la misma cuestión pero desde otro punto de vista. En realidad Pablo nos dice que los cristianos ya somos perfectos. Por la sencilla razón de que ya somos “templo de Dios” y el Espíritu de Dios “habita en nosotros”. Lo que nos corresponde es comportarnos como debemos: no según la sabiduría de este mundo sino según la sabiduría de Dios.
¿Qué piensa Jesús?
Todo esto no es más que una larga introducción para volver al Evangelio. En él encontramos lo que para Jesús es ser perfecto. Lo que debe ser la forma de comportarse de los que ya somos templo de Dios. Y Jesús, como siempre, nos sorprende. De nuevo, como el domingo pasado, se vuelve hacia las relaciones interpersonales y ve ahí lo más importante para el cristiano.
Pero hoy da un paso más. No basta con buscar la justicia, el tanto por tanto, el ojo por ojo, el favor por favor. Todo eso es lo que Pablo llamaría la sabiduría de este mundo que no es más que necedad ante Dios. Jesús pide a los que le escuchan que den un paso más. Se trata de “no hacer frente al que nos agravia”. Así de sencillo y así de complicado. Se trata de rehuir a toda cosa el conflicto. Parece que no hay ningún honor que defender. Frente al hermano lo más importante es cuidar la buena relación. La fraternidad se establece como el más importante de los valores. Es el centro, la piedra angular, de la vida del seguidor de Jesús.
Ni “ojo por ojo” no “aborrecer al enemigo”. Precisamente hay que hacer lo contrario: amar a los enemigos y orar por los que nos persiguen. No hay que defender ni la institución ni el honor ni nada parecido. Más bien hay que ceder terreno continuamente, dejar que se aprovechen de nosotros. Para decirlo en un lenguaje más castizo: “hay que ser primos”. Precisamente lo contrario de lo que dice el refrán conocido: “Hay que ser buenos pero no primos”. Este refrán pertenecería a lo que Pablo dice que es la sabiduría de este mundo, que ya sabemos que es “necedad ante Dios”.
Ser santos al estilo de Jesús
Las preguntas finales de Jesús en el evangelio de hoy nos podrían servir para una reunión de la comunidad o para una revisión a fondo de nuestra vida personal. Porque ahí, en esas actitudes, en esa forma de comportarnos frente a los hermanos y hermanas (familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo...) es donde se juega la posibilidad de ser perfectos. O dicho en un lenguaje más actual: de ser santos.
Estamos, pues, llamados a ser santos. Todos los cristianos. No sólo los sacerdotes u obispos. No sólo las religiosas o religiosos. Todos estamos llamados a la santidad como nos recordó a todos los católicos el concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 11). Pero la santidad del cristiano no consiste en hacer muchas penitencias ni mortificaciones. Tampoco estriba en dedicar la vida a la oración y a la meditación. Ser santos es amar y amar hasta el extremo. Es amar a los enemigos. Es renunciar a lo que podría ser justo según este mundo para optar por la fraternidad a cualquier precio. Hasta el precio de pagar con la propia vida. Exactamente igual que hizo Jesús. Porque ser cristiano no es más que seguir el camino del Maestro.
Fernando Torres Pérez cmf
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