Thursday, February 03, 2011

Meditando con los santos del día: San Simeón, Santa Ana y San Blas



Hoy, 03 de febrero, la Iglesia celebra la fiesta de dos simpáticos viejitos del antiguo testamento que tuvieron la dicha de conocer al Señor Jesús y tenerlo entre sus brazos: SAN SIMEÓN y SANTA ANA.
El evangelista San Lucas narra esta historia llena de simbolismo y reflexión. Fueron ellos los primeros en conocer la verdadera identidad divina y salvadora del niño Jesús.
Hoy también la Iglesia conmemora a SAN BLAS, quien fuera martirizado en el año 316 en Sebaste, Armenia, hoy Turquía. Nacido en el Siglo III, habría sido Obispo de Sebaste. Se le considera uno de los 14 santos intercesores y se le invoca para curar el dolor de garganta. Unidos, pues, a cuantos esperan sin cansancio la llegada del Salvador a sus vidas y a quienes están dispuestos a ofrecer sus vidas por Él, brindemos nuestro vivo aplauso a San Simeón, Santa Ana y a San Blas.


Meditación
SIMEÓN, tu vivías en Jerusalén. "Es un hombre justo" decían de ti los que te conocían. Tu ocupación principal era en el Templo. Allí orabas, hacías los ritos judíos, pero especialmente vivías una esperanza: el Espíritu Santo te había revelado que no morirías sin haber visto a Cristo el Señor. Esta ilusión mantenía tu vida, tu trabajo, tu vejez. Un cierto día, ves llegar una pareja de judíos con un niño para presentarlo al Señor, como mandaba la ley. Tu sientes en el corazón que él era el esperado. Inmediatamente te acercas y tomando al niño entre tus brazos, y observándolo, exclamas: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz porque mis ojos han visto al salvador».
Allí mismo, estabas tú, Ana, ya anciana. Tu también asistes emocionada a este momento sublime. Reconoces en aquel niño al salvador y empiezas a hablar de él a todos los que buscaban la salvación de Israel.
Hoy también te recordamos a ti SAN BLAS. Se cuenta que mientras te llevaban al martirio una mujer se abrió paso entre la multitud de curiosos y puso a tus pies su hijo pequeño que estaba muriendo sofocado por una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta. Tu te detienes y pones tus manos sobre la cabeza del niño mientras te recoges en oración. Un instante después el niño se había salvado. Queridos San Simeón, Santa Ana y San Blas, ojalá también nosotros vivamos con la esperanza de ver al liberador Jesús.
Radio Vaticano

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